El oscuro secreto de la risa

El exceso casi pop, el costumbrismo y los arquetipos: el grotesco es de lo mejor de nuestra tradición teatral y está presente en Siete llaves.

Siete llaves, un éxito del grotesco en el Paco Urondo.

El sainete cruzó el charco hace más de 100 años y se popularizó en nuestras tierras con el grotesco criollo. Siete llaves, la nueva propuesta de Antonio Germano, mostró su vigencia a través de la risa y la emoción reflejando un tema de actualidad candente: qué sucede con los ancianos cuando ya no pueden valerse por sí mismos. Y qué moviliza en sus hijos, en calidad de seres humanos, ese padre que pone sobre el tapete las verdades y mentiras que estructuran una familia.

¿Quien cuidará al padre enfermo? ¿Como se repartirá la herencia? ¿Se vende la casa paterna? ¿Hay plata “escondida” en el banco? Son algunos de los temas abordados en esta obra de forma disparatada, quizás para hacer más liviana y soportable una realidad que quizá todas las familias algún día enfrentan.

Y esta familia en particular esta llena de matices, con personajes arquetípicos que nos harán reír de principio al final. Gracias a la magia de este género teatral, imposible de conseguir sin el trabajo del director, logran que los secretos y sentimientos que salen a la luz en los momentos más oscuros puedan ser digeridos y reflexionados por el público con el poder sanador de la risa. De esta manera las mezquindades humanas que llevan los hijos a renegar de “poner dinero de su propio bolsillo” o “gastar tiempo” para cuidar del padre enfermo, serán el puntapié para la discusión de cuatro hermanos que han sido convocados un domingo al mediodía por Pipi, el mayor, que desde hace cuatro años se hace cargo del padre y ahora quiere ser feliz junto a su amado “Roberto”.

Esta figura de padre ausente (pero presente físicamente), a punto de morir (pero aún vivo) despertará en sus hijos la libertad para decirse las cosas más tremendas, los secretos guardados bajo siete llaves, que sacan a la superficie los sentimientos que nos constituyen como personas: el egoísmo, los celos, los rencores del pasado pero también la solidaridad y el amor.

Todo esto en el marco de una escenografía que genera gran impacto visual, a cargo de Ariel Eier Pic. Un patio, sillas, una mesa, muchas plantas sobre las paredes y un enorme postigo de madera, como los sainetes de antaño pero distinto, actualizado, y con un plus que potenciará este tipo de género: la imagen del patio con los personajes nos remite de manera casi indiscutible a la obra fotográfica de Marcos López. La paleta saturada de colores que combina rojos, azules y verdes, objetos cotidianos y el atinadísimo vestuario de los personajes (diseño de Osvaldo Pettinari), pueden identificarse con cualquier composición de uno de los más grandes representantes del pop latino contemporáneo.

En cuanto a las actuaciones, Alejandra Digliodo (Sole) lleva con gracia y sin esfuerzo el ritmo de este “sainete contemporáneo” sobre sus hombros. Su brillante actuación contagia de luz al resto del elenco que sin problemas acompañan brillando de manera intermitente, pero despertando siempre risas en el público. Vilma Romero (Estela) no podría ser mejor contrapunto para estas dos cuñadas que se llevan “de los pelos”. Julio Di Santi (José), por su parte, desarrolla una muy buena composición de su personaje “el tartamudo”, de una credibilidad que se sostiene impecable entre los límites del grotesco y el realismo.

Siete llaves, si bien fue estrenada primero en Buenos Aires, parece haber sido escrita para los integrantes del elenco santafesino, que interpretaron con creces a cada uno de los personajes en el escenario del Centro Cultural Provincial. Claudio Casco (el padre), Roberto Trucco (Marcelo), Gustavo Lauto (Pipi), Ariel Eier Pic (Raúl), emocionan, despiertan risas y sobre todo, nos interpelan como espejos de nuestras familias argentinas, que guardan bajo siete llaves, los secretos de la traición, el egoísmo y del amor.

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