“El calor ardía más que el fuego que habíamos dejado en el camping y entraba junto al viento, dándonos lengüetazos secos en la cara”.
Disfrute nuestro balneario y camping. Diego Oddo.
No sé por qué la robé, no soy ladrón, ¿sabe? Alguna vez robé alguna cosa del súper cuando era chico, como cualquiera, pero nada más, tampoco soy pobre, hace mucho tuve moto y después no quise tener más, por seguridad más que nada. Esta mañana iba a hacer las compras y estaba ahí encendida en el cordón de la verdulería. Vi cuando el dueño se bajaba, un pelado musculoso con cara de enojado, bajó apurado arremangándose la remera, no sé si para no ensuciarla o para mostrar los tatuajes, lo tenía visto de antes, debe ser del barrio. La cosa es que no pensé, me subí y aceleré y apreté los dientes, eso me acuerdo, no pensé nada, ni en la policía, ni en el pelado, nada; el viento en la cara, los dientes apretados y unas ganas como de gritar o de cerrar los ojos. No andaba a lo loco, ni muy fuerte, no, andaba normal, sin rumbo, eso sí.
Era toda roja y brillaba, no me pregunte cilindrada ni nada porque ni idea, era grande y roja, no sabe cómo brillaba, recién lavada seguro, muy cuidada, impecable, por eso un poco me dio lástima cuando la tiré al río.
Como una música sonaba el motor, di vueltas y más vueltas, no me cansaba, si me tocaba un semáforo era un garrón, como impaciente estaba. Cuando pisé el perrito no me dio lástima, se me vino encima, un perrito de mierda esos que las chetas llevan alzados, a la dueña no la alcancé a ver pero escuché el grito: “Timoteooooo”. ¡Cómo le va poner Timoteo, doña! Con las dos ruedas lo pisé, ni se movió la moto, se habrá comprado otro ya. Ahí un poco me perseguí y encaré para la costa, pero no por la ruta, todo por adentro encaré. No soy de matar bichos, me gustan, alguna vez cascotié un gato o tiré con la gomera, pero nada más. Un accidente, eso fue.
Siempre quise ir al cementerio ese, por la tumba del embolsadito, vio, pero por esas cosas de la vida nunca fui, pasé alguna vez, sí, pero nunca entré. Mi abuela, que en paz descanse, era devota, fanática mal era, quinientas veces me contó la historia. Ahí entonces tuve una situación, porque dije, si no entro hoy no entro más, pero no quería dejar la moto, por si me la robaban o algo, así que me mandé, de frente mar. Casi nadie había, un par de viejas que medio tocaron pito y unos pendejos que agitaban cuando aceleraba entre las callecitas, qué hacían ahí, vaya a saber, rateados de la escuela seguro, fumando porro. No encontré al embolsadito, por falta de paciencia capaz, pero le zarpé la bolsa a una de las viejas y la fui revoleando hasta la puerta y al final la vacié en el piso, una broma nomás.
Para hacerselá más corta porque fue un día largo, a la tardecita volví a pata a la ruta y no sabía qué hacer, ni la sube tenía, nomás que justo pasa un grupito caminando y después otro; ¡chau! La peregrinación a Guadalupe. Me enganché, primero para no andar solo pero como que le fui agarrando el gusto, me hablaron de la virgencita y la fe, no sé, me fui entusiasmando, vine a la misa y todo, por eso pensé que tenía que hablar con usted, padre. Disculpe, seguro está cansado y yo con todo esto, pero bue, después fijesé si me puede ayudar. Ahora nomás calmadito me va a acompañar a esa pieza y me va a poner en esta bolsa toda la platita que juntó hoy, si no se va a poner feo, ¿me interpreta? Qué noche hermosa, padre. ¿Vio la luna que hace?