Por Ezequiel Nieva
Están a un paso de ser la nueva camada de profesionales de la ciudad y eligen pasar sus horas de ocio encerrados. Una docente universitaria propone, primero, mirar hacia adentro para entender el fenómeno. También opina de un funcionario provincial.
“La actividad cultural fuera del hogar es muy baja”. Esa es una de las conclusiones a las que arriba un informe realizado por un grupo de docentes y estudiantes universitarios acerca de los hábitos y los consumos de estudiantes de carreras de la Universidad Nacional del Litoral y de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Como parte del proyecto llamado “Arte y técnica en la cultura joven contemporánea”, dirigido por Claudia Kozak, se entrevistó a 300 estudiantes de Ciencias Económicas, Humanidades, Ingeniería Química, Ciencias Agronómicas y Comunicación y Educación, entre otras.
Música, televisión, radio e Internet son las prácticas más habituales. Ocho de cada diez universitarios escucha música todos los días; no hubo ninguno que dijera que “nunca” lo hiciese. Sólo el 13% de los encuestados no tiene PC: es el segundo electrodoméstico en importancia, después de la TV (6% no la posee). En ese universo, una PC prácticamente implica la conexión a Internet: sólo un tercio de quienes tienen la computadora no tienen la conexión. Otra de las conclusiones del trabajo indica que uno de los principales consumos culturales fuera del hogar también es, precisamente, Internet. Apenas el 2% de los estudiantes consultados dijo que “nunca” se conecta.
El 42% de los encuestados no poseen conexión hogareña (la cifra incluye, obviamente, a quienes no tienen PC). De ello surge que cuatro de cada diez estudiantes eligen salir de sus casas para conectarse, “hecho que se produce aún cuando haya un 13% que ni siquiera tenga la PC en la casa”, según remarca el informe, que además da cuenta de que en la mitad de los hogares de los futuros profesionales hay al menos dos televisores. Mirar la tele y escuchar música (sobre todo en la PC, al mismo tiempo que se navega o se chatea) son, entonces, los hábitos más repetidos puertas adentro. Fuera del hogar, sigue el informe, “el espacio de consumo cultural más importante es el ciber”.
ACCIÓN UNIVERSITARIA. “No se trata de jerarquías de unas tecnologías culturales en desmedro de otras, sino de qué se hace con ellas”, opina Adriana Falchini, profesora de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL, que dicta cátedras y dirige proyectos de investigación cuyo objeto es la escritura. “En general los libros, el arte y el cine permiten construir un mundo historizado en el que participa la inteligencia, la percepción y también las emociones”.
Falchini parte de un concepto de “cultura” en relación a enterarse de lo que sucede, lo que atraviesa un momento histórico, pensarse como sujeto activo del conocimiento y, por lo tanto, pensar las relaciones del mundo del conocimiento con lo que se elabora en otros espacios. Consultada sobre los datos que surgen del informe, aclara primero: “Yo pienso que dan cuenta de un recorrido de ciertos jóvenes, no pocos, sin duda, preocupados por otra cosa antes que la cultura”.
Y luego apunta sus preguntas hacia el mismo espacio, la universidad: “¿Cuánto de ese mundo privado es fortalecido en las instituciones dónde ellos se forman? Las formas de la cultura y la política en las universidades son un esfuerzo para profesores y estudiantes que las quieran promover. Me refiero a participación en los centros de estudiantes, la organización de eventos, exposiciones, congresos juveniles, la creación de espacios propios en relación a temas o perspectivas del conocimiento, la formación de grupos de estudio o de investigación. Estas son formas de trabajo que necesitan la conformación de grupos, la discusión de identidades, la puesta pública de las ideas y prácticas”.
POLÍTICA CULTURAL. A poco de asumir, el gobierno provincial organizó una serie de actividades culturales en Plaza de Mayo: fue el primer acto público en un escenario que, hasta unas pocas semanas antes, estaba separado de la Casa Gris por un vallado, gris también, y un poco oxidado.
Se llamó “La Plaza de la Casa” y, bajo el ineludible espíritu de las kermeses de los '40 y los '50, logró convocar durante tres sábados consecutivos a una inusual multitud. “Si bien fue una acción de tipo inaugural, nos permitió expresar en ese momento una gran cantidad de ideas que, en alguna medida, sólo pueden mostrarse en forma eficaz y elocuente de esa manera: con acciones en donde la gente se pueda involucrar de muchas formas distintas, incluido el aspecto emocional”, recuerda el secretario de Industrias Culturales de la provincia, Pedro Cantini.
“Es una política general, y lo seguirá siendo. Pero a las políticas en el espacio abierto hay que verlas en el verdadero espacio abierto de toda la provincia, que es extensísimo. Es muy probable que de las acciones que se producen en distintos puntos (del interior) de la provincia los habitantes de las ciudades de Santa Fe o de Rosario ni se enteren”.
Por eso, una de las políticas centrales de su programa es el estímulo a los realizadores que se dediquen a acercar los –por ahora– dispersos fragmentos de ese ente que podría definirse como “cultura santafesina”. Partiendo, claro, de un diagnóstico que está en la misma línea que la investigación sobre los hábitos culturales de los universitarios, pero más extendido. “Lo traíamos de antes; basados en ese diagnóstico es que diseñamos algunas políticas para el sector productor de bienes culturales: libros, discos, TV, cine, Internet. Quedaba en claro la presencia de los medios audiovisuales, como consumo privilegiado y hogareño, más al alcance de la mayor cantidad de santafesinos. Eso nos llevó a pensar que teníamos que tomar alguna decisión y arrancar firmemente con alguna acción destinada a los medios audiovisuales”.
Sobre esos cuatro ejes –libros, discos, contenidos audiovisuales (cine y TV) y nuevos soportes de circulación de cultura (Internet)– trabaja la secretaría, uno de los órganos creados por la nueva gestión dentro de la estructura del –también nuevo, al menos en rango y alcances– Ministerio de Innovación y Cultura.
De momento, el programa más ambicioso de los que están en marcha busca específicamente fomentar la producción de contenidos audiovisuales. Justamente porque, según el diagnóstico de Cantini, es a través de ese soporte que una amplia mayoría de la población elige entretenerse y, a veces también, comunicarse. Para estimular a los creadores se repartirán casi 1.200.000 pesos entre 80 y 100 proyectos, de los más diversos tipos, siempre y cuando respeten una serie de consignas.
“Largamos primero el audiovisual”, explicó el funcionario, “porque, por las condiciones de realización, las sumas de dinero involucradas son bastante más importantes que en otras actividades. En términos industriales –no estamos hablando de la creación– para hacer una película se necesita, como mínimo, diez veces más recursos económicos que para editar un libro voluminoso. Es una diferencia enorme”.
–¿A qué tipo de contenidos apunta el programa?
–Hay una parte orientada a la generación de contenidos culturales, vinculados a la región y televisables. Eso no es una casualidad: es una decisión política abrir para ese lado la cosa. Pero para que se dé en nuestra región era necesario un incentivo y un cierto direccionamiento desde un área específica del Estado. Es una primera acción; no sabemos a qué escala puede llegar. Una vez que haya sido concluida y evaluada, podremos corregirla y tener más en claro hacia donde debemos dirigirnos.
ESPACIOS. “El programa se basa en una inquietud: en ese canal de circulación de cultura (los soportes audiovisuales), en esa enorme herramienta de registro y de producción, los santafesinos tenemos muy poca presencia. Si medimos el consumo cotidiano que puede hacer cualquier persona en un hogar promedio, la cantidad de contenidos generados de una manera cercana ¿cuánto puede ser? Una media hora de informativo en uno de los 100 canales que se ven, ya no sólo en la ciudad sino en los cables del interior, que tienen un montón de canales”.
“Ese es un diagnóstico que abarca toda la provincia. Otros consumos, por ejemplo el cine o la lectura –entendida como un libro que se compra–, son diferentes. Ahí tallan otras asimetrías: una persona puede tener la intención de comprar o de leer un libro, pero no siempre tiene acceso a esa obra en la biblioteca o en las librerías, porque vive en una de las muchísimas localidades donde eso no es posible. Lo mismo pasa con el cine o con el teatro, si lo ponemos en términos de asistir a una sala”.
Para el funcionario, por lo demás, está claro que hay una incidencia directa de un fenómeno –la expansión de los medios y soportes audiovisuales– sobre el otro –la tendencia a abandonar de a poco los espacios públicos–, pero elige ser cauto en las predicciones: “Si los medios audiovisuales son hoy la herramienta privilegiada para el registro, la circulación y la producción de cultura, nosotros tenemos que trabajar ahí. Buena parte del consumo de esa producción se realiza en el hogar; no toda, pero buena parte. Eso es así; el programa de estímulo a las industrias culturales audiovisuales no es un paliativo al hecho de que la gente salga menos. Yo tiendo a pensar que los hábitos culturales son cambiantes y que nadie se retira en forma definitiva de ningún espacio cultural”.
EXPERIENCIAS. Adriana Falchini opina que la música, el arte, la vida social compartida, la generación de acciones sociales y políticas son las experiencias que identifican un modelo de sociedad que se plantee el desarrollo de los sujetos que la conforman. Aunque insiste en hacer una salvedad: “Es inevitable observar si esas experiencias (los modos de consumo de bienes culturales en la soledad del encierro hogareño) son alentadas o validadas en los espacios educativos y formadores”.
“Pese a las nuevas tecnologías y los avances en los modos de comunicación, muchas de esas actividades transcurren sin que sean advertidas por estudiantes y profesores, que transitan por las instituciones sin enterarse de nada. No hace falta estar encerrado en la casa para tener un modo privado de comportarse, claro; por ello, pienso que el estudio y la investigación son actividades públicas en su validación, incide la confrontación con la realidad”.
También Cantini había marcado aquello de los hábitos culturales “cambiantes”; para ampliar la sentencia, observa: “A veces el espacio público se vuelve muy hostil y la gente deja de circular. Una acción como la de la plaza tiene la intención de decir que el espacio público es para ocuparlo, para estar. Ahí pasan cosas que no pueden pasar en la intimidad del hogar. Quizás sea más seguro o más protegido, pero no te va a pasar lo mismo en el cuerpo o en la cabeza. Todo lo que es presencial, emocional, de contacto, no se puede reproducir en otro lugar que no sea un espacio público: por eso hay una revalorización de esos espacios como lugares de encuentro y de producción de cultura”.
La “hostilidad” aludida no sólo se representa en la “inseguridad” como tópico aglutinante de saberes y prejuicios: también puede verse en los precios del cine. El estudio encarado por los responsables de la investigación “Arte y técnica en la cultura joven contemporánea” arroja cifras cristalinas: el reproductor de DVD es usado semanalmente por casi la mitad de los encuestados.
El cine pasó de la pantalla grande a la cinta y de la cinta al disco digital. En el camino no sólo perdió el cine: “Los índices más altos de no elección se encuentran en los consumos más lejanos respecto a aquellos que poseen una réplica en el hogar: un 55% no va nunca a ver una muestra de arte y un 54% no va nunca al teatro, frente al 25% de conciertos (música) y el 30% de cine (TV, DVD). Igualmente, la asistencia a recitales y al cine es muy menor: el 49% y el 46% declara ir sólo algunas veces en el año; sólo el 5% y el 2% dice hacerlo semanalmente”, dice otro fragmento del informe.
EL MALESTAR. “La actividad cultural juvenil está cruzada por tres ejes: la distinción hogar-exterior, donde lo primero prima por lo segundo, el consumo de música, primera actividad dentro y fuera de la casa, y la mediación tecnológica del canal (...) Pero más notable es la posición pasiva (de los encuestados) al momento de ser partícipes activos de aquello que consumen: casi el 70% no realiza ningún tipo de actividad cultural”. Esa es otra de las conclusiones de la investigación que, por lo demás, da cuenta de la creciente brecha entre el consumo de cultura dentro y fuera del hogar.
Ante tal panorama, el responsable del área estatal para el fomento de las industrias culturales opina: “Sospecho que no es una señal de muy buena salud social, pero no quiero cargar las tintas. Estoy al tanto de las informaciones que marcan esa tendencia: que los jóvenes, y sobre todo los adolescentes, pasan cada vez más tiempo dentro de sus cuartos. Pero creo que tiene que ver con el cambio de ciertos hábitos culturales, que conlleva un desplazamiento de soportes. Por ejemplo: si un chico, en vez de estar una hora leyendo un libro, está una hora navegando por Internet, bajando música, chateando y buscando información, me parece que esa persona está viviendo. Se está comunicando, se está procurando las cosas que necesita en términos culturales”.
“Hecha esa salvedad”, continúa Pedro Cantini, “si la tendencia se mantuviera de ese modo, muy marcada, y nos encontráramos con más chicos encerrados cada vez más tiempo en sus habitaciones... Estaríamos ante el desarrollo de conductas que implican menos riesgos, pero no de que te pise un auto o de sufrir la violencia urbana: el riesgo de encontrarse con otros, interactuar cuerpo a cuerpo y cara a cara, la dificultad que supone tener que conocer a esa otra persona. Porque el conocimiento que se obtiene de alguien vía Internet es un seudo conocimiento, es un conocimiento de bajísimo riesgo”.
En el micromundo de lo virtual, sigue el funcionario, “no hay una conexión real”. “Nunca se sabe realmente quién es el otro, excepto que se lo conozca de la calle. El lugar donde se conoce gente es la calle: llamémosle el club, el bar, la plaza. Ese es el lugar real de contacto en donde la gente crece en el encuentro con los otros: con los pares y con los desiguales. Todo eso tensiona y puede generar un malestar; entonces, toda conducta que sólo esté orientada a reducir el malestar no sería un signo de muy buena salud. La persona que sólo se enfoca en eso no crece, no se relaciona y se pierde una gran cantidad de cosas que la vida ofrece y que están pasando afuera”.
LA QUEJA COMO TRAMPA. Por su parte, Adriana Falchini opina que es importante pensar los datos de la encuesta en el marco de su procedencia: los jóvenes que estudian en la universidad. “Creo que dice algunas cosas. Primero, que la universidad ha ido perdiendo paulatinamente la identidad que tuvo en otros tiempos como productora de cultura. Los espacios universitarios tenían la forma y la identidad que los jóvenes les impregnaban. Eran espacios en los que convivían diferentes experiencias sociales, culturales y políticas. Aunque hoy parezca mentira, hubo una universidad para los hijos de trabajadores y para los estudiantes que pensaban que el estudio no era incompatible con la política, el arte y la cultura”.
–Había una especie de “necesidad” de participar junto a otros en las experiencias culturales... ¿Cuál es tu mirada acerca del punto de quiebre?
–No tengo una visión apocalíptica de los jóvenes, pero sí creo que estamos en un momento de fuerte crisis de sentido. Todavía el ser humano tiene reflejos para comportarse en esas crisis ofreciendo resistencias y, justamente, esas resistencias son culturales. Tal vez, aunque no puedo asegurarlo, la vitalidad política en el sentido más estricto del término se haya desplazado al mundo de la cultura y el arte. Hay muchísimas experiencias de autogestión artística y cultural con protagonismo de jóvenes. Pienso que es tramposo el discurso generalizado que dice que a los jóvenes no les interesa nada o que no leen, sobre todo cuando viene de parte de sectores aparentemente muy preocupados por el tema. (El sociólogo francés Pierre) Bourdieu refería al estado de la queja como una fuerte excusa respecto de la intervención sobre los problemas. Y yo creo que es así: si tanto preocupa, no debería existir una pelea sectorial permanente por parte de los docentes en defensa de sus derechos, porque sería un tema prioritario de los gobiernos. Si tanto preocupa la cultura, sería un tema de agenda fuerte en los planes de gestión. Sin embargo las escuelas de arte, de cine, de periodismo tienen poco presupuesto. Los profesores y estudiantes sostienen con mucha voluntad y creatividad los espacios de formación.
“Las mentalidades de las personas no son cuestiones totalmente individuales”, sigue la docente de Humanidades y Ciencias. “Están en estricta relación con los consensos sociales y políticos de lo que es prioritario: la transformación de la sociedad en función de un desarrollo de las personas o la adaptación en función de unos planes más generales, que distan mucho de atender a cuestiones filosóficas y éticas, variables que deberían entrar en todos los razonamientos políticos y sociológicos”.
“Creo que, justamente por el perfil de los espacios académicos, hoy muchísimos jóvenes que alientan, participan o generan propuestas están fuera de la universidad. Y ese es un tema para pensar dentro y fuera de la institución”.
La encuesta
67% de los encuestados no realiza ningún tipo de actividad cultural. Del resto, algunos practican o estudian más de una. Como ocurre con el consumo, la principal es la música (13%), seguida de danza y talleres de escritura (6% en cada caso), teatro (5%), cine (4%), talleres de arte (3%), de expresión corporal (2%) y de fotografía (1%).
81% de los universitarios de Santa Fe y Paraná escuchan música todos los días; en parte se explica por el cada vez más masivo acceso a los soportes digitales de copia y reproducción. También son altos los porcentajes de acceso diario a la TV (66%), a Internet y a la radio (62% en los dos casos). Apenas uno de cada cuatro no posee grabadora de Cds.
84% de los entrevistados tiene, al menos, una biblioteca. Pero la lectura no es una pasión. La cifra de los que leen textos de prensa es casi igual, en términos absolutos, a la de quienes leen libros (11% y 12%, respectivamente, no lo hacen nunca). En frecuencia, la prensa es más común: 75% la lee al menos una vez por semana, contra el 56% respecto de los libros.
Publicado en Pausa #14, 15 de agosto de 2008.
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