(Persona que rebusca entre las basuras con el fin de encontrar alguna cosa de provecho).
Con el paso del tiempo nos hemos convertido en seres creadores de basura. Siglos y siglos de filosofía, humanismo, ideales de progreso y otras yerbas para, acabada ya la hora del idealismo absoluto, venir a enterarnos que apenas si podemos llegar a alcanzar la categoría de consumidores.
Si hay guita, claro está...
Atados al consumismo y dominados por esa fiebre adulto-infantil de querer tener más de lo necesario, nos movemos por el mundo creando mugre por cada compra. Envoltorios de discos, noches de látex, cajas de pizzas, bolsitas de nylon, horas de mate, diarios y revistas (todo, excepto este humilde periódico de colección), cajitas, colillas, cancanes, folletos: todo va a parar al tachito.
Un hecho instintivo, inevitable, universal, humano, social, evidente, cabalmente explicado, familiar, un simple acto de eliminar lo que no sirve.
Los problemas empiezan cuando lo que no le sirve a algunos representa el ingreso diario de otros. Y ahí brota un “nosotros” y “ellos”.
Aparece el ciruja, el hombre de la bolsa, que supo ser la fácil amenaza para que los niños duerman la siesta. Aunque invisible al paso de muchos, el ciruja es un elemento desestabilizador de los planes urbanos, es una persona que no permite embellecer la ciudad.Cocoliche informa que para evitar problemas y mejorar el habla es conveniente designarlo con otro nombre. Es favorable llamarlo RIU, es decir Reciclador Informal Urbano. La frase “cada vez hay más cirujas” debe ser reemplazada por, “cuántos RIU hay en la ciudad”. Santa Fe no tiene cirujas, Santa Fe tiene RIUs.
Publicado en Pausa #27, 14 de noviembre de 2008.
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