Por Adrián Brecha
Llegan estas fechas y nos invade el espíritu navideño. Hasta el más ateo se ve enredado en las bellas historias del natalicio y la ciudad comienza a vestir esos hermosos árboles luminosos en las avenidas. Los comercios arden con rojo Papá Noel y nos invitan a celebrar quemando tarjetas de plástico. Diciembre es un vaivén. Nos hamacamos en sensaciones que oscilan entre el placer y la profunda incomodidad. Hay alegría por estar con alguien, pero siempre disgusta un poco la obligación de ver a otros. Entiéndase: el tío gagá que nos pregunta por la única novia que conoció y que hoy es militante lésbica o la tía abuela que nos detesta, y que suele fingir que nos quiere, e intenta enmendar heridas de la infancia regalándonos un calzoncillo blanco generalmente de un talle XL. Las fiestas nos someten a potenciar nuestro temple, el brindis de las doce nos hace dudar por un momento que existe la familia y que esta es la célula básica de la sociedad. Por culpa del calendario gregoriano, nos castigamos con balances angustiosos donde siempre surge algo por hacer. Es por eso que aquí van las cinco últimas argucias del 2008, para sobrevivir a las celebraciones:
1. No se convierta en huraño. De todas maneras, la pirotecnia lo despertara a las 12. No abuse del Rivotril, hay que llegar al 31 (por lo menos).
2. Si no vio a la familia durante todo el año... ¿Por qué someterse a tamaña situación? Simule un viaje y finja quedar varado por algún corte ruta.
3. Si insiste en encontrarse, evite diálogos existencialistas o conatos de solución de conflictos tales como una sucesión.
4. Si todo lo anterior no funciona, entréguese a la fiesta. Tome mucho y coma poco. Siempre es bueno un anti-hepático al comenzar la noche.
5. Y si llegó hasta acá, sólo nos queda decirle que fin de año le sea leve. Y gracias por compartir estos intentos de humor.
Publicado en Pausa #31, 12 de diciembre de 2008.
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