El capitalismo exige una reinvención más para salir del pozo financiero paleopetrolífero.
El proyecto que abrieron Keynes y Roosevelt, el Estado de Bienestar, puede ser asimilado a las promesas y conflictos de los siglos XIX y XX. Inseparable de una sólida, excluyente y discriminatoria idea de hombre normal medio –acaso conocida localmente como “hombre de provecho”–, esa forma de Estado habilitó un tipo de industrialización, un formato de las relaciones laborales y un sistema de consumo –ya completamente diferentes a los actuales– como una doble respuesta tanto ante los vacíos del librecambismo clásico como a los ahogos del comunismo soviético.
Tras una crisis del modelo financiero neoliberal y en un tablero geopolítico completamente diferente –en otro mundo, con otras guerras y otra forma del capital–, las respuestas de Estados Unidos –si el objetivo es sostener el imperio– no pueden repetir el recetario del New Deal, pero han de reverenciar a su fantasma. Es decir, ahora, más allá del contenido concreto de las medidas entonces tomadas, tiene sentido su forma: la transformación teórica de la economía, atendiendo a las características específicas y determinadas del tiempo presente.
El significado político de la figura de quien hoy viste el sayo de emperador es inseparable de la consideración acerca de los más de 62 millones de personas que lo eligieron a comienzos de noviembre, en una inédita movilización de votantes. Ese apoyo electoral a Barack Hussein Obama ofrece una posible explicación de cómo se pasó de un bruto texano blanco republicano a un aplicado hawaiano negro demócrata. No es un exceso imaginar a ambos personajes en el cabo y en la punta del látigo esclavista, en la capucha blanca del KKK y en el cuerpo liberto ahorcado, en el volante del colectivo y en los asientos traseros para la “gente de color”, en la cachiporra policial manchada y en la sangre que la mancha, la del que jadea herido en el asfalto. Tampoco es un exceso señalar cómo la campaña electoral demócrata estuvo dirigida a la herencia de quienes sufrieron esa opresión. No fueron los promarines comepochoclo predarwinistas, no fueron los rednecks rurales: fueron las masas de las megalópolis las que ungieron al primer presidente afroamericano yanqui. El triunfo se forjó allí donde hay concentración, diversidad e hibridación étnica, histórica y cultural de la población, acelerada fuerza de las relaciones globalizadas y visible acumulación de capital. No es otra la vía de reinvención del capitalismo que la de aprovechar esas características (esa potencia y esa determinación) en un New Deal 2.0. Lo opuesto es lo ya conocido, con el agravante de su pesado anquilosamiento, previo a una implosión mil veces advertida.
Publicado en Pausa #31, 12 de diciembre de 2008.
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