Por Adrián Brecha
Luego de la caída del seleccionado albiceleste en landas guaraníes, el mundo futbolístico tembló. El miedo de quedar excluidos de la gran competencia futbolística rodó por las pantallas argentinas. No sólo se temía no participar del mundial; el mayor peligro era perder el gran negocio del balompié: transmisiones satelitales, publicidad, comercialización de productos deportivos, pasajes aéreos, empresas de bebidas con y sin gas, venta de televisores de pantalla plana y de los de tubo, nuevos abonados de cable. Una cantidad impresionante de dinero para las cajas de los que siempre salen bien parados. Ese miércoles por la noche, se escuchó a un Diego abatido, casi le diría en el mismo tono del Mundial 94 cuando le cortaron las piernas. Cabe aclarar que hace 15 años la efedrina no era tan mentada como hoy, asociada a candidatos y celulares. Pero regresemos a esa noche paraguaya. Terminado el partido, todos los comentaristas apuntaron al novel técnico, sin escatimar críticas y desprecios. Y se escuchó una voz sollozante: "No le tengo miedo a las criticas, no le tengo miedo a nadie, hago mi trabajo, tengo mi equipo y voy a seguir para adelante. Desde los 15 años a ustedes los vengo peleando". Si no había quedado claro, antes de retirarse dijo: “Cuando clasifiquemos, me voy a acordar de ustedes”. No pasó mucho tiempo para que se cumpla la sentencia. Argentina se clasificó: en el trayecto tuvo dos técnicos, probó infinidad de jugadores y jugó pésimo, pero clasificó. Y la voz del 10 no gambeteó la promesa y, de taquito, habilitó el sexo oral como insulto mediático: “Mamala” quedó grabado en el lenguaje popular. Una situación de desahogo y rabia contenida. Como era de esperar, a la casta periodística no se la pudo tocar, a los sacerdotes de la palabra sólo se debe escucharlos. El rey de España puede mandar a callar a un presidente, pero eso no provoca más que aprobación, más si el presidente es sudamericano, y ni hablar si es Chávez. Un ex piloto de fórmula 1, que apenas puede leer su discurso como senador, meter candidaturas en diversos culos pero, siendo el candidato agromediático, hasta se toma como un gesto hombría. Un peluquero pide la pena de muerte 50 veces por TV; nadie se inmuta. Pero si Maradona abusa de la metáfora estalla el escándalo. Por eso desde este púlpito sólo queremos decirte: ¡Gracias Diego!