Por Juan Pascual
El envío a la Justicia de un informe con documentación y testimonios sobre la compra espuria de Papel Prensa por los diarios Clarín, La Nación y La Razón, en el cual se vincula la secuencia de amenazas, persecuciones, intimidaciones y –luego de consumada una venta a precio vil– secuestros, desapariciones y torturas sobre quienes eran los antiguos propietarios de la empresa fue tratado por una de las partes (Clarín y La Nación, los que resultaron beneficiados en el proceso) de este modo:
Las versiones contradictorias sobre un mismo suceso, lugar o espacio entre aquellos que estuvieron presos, detenidos desaparecidos y torturados siempre fueron moneda corriente. La situación se presta a tales imprecisiones y, por ello, al tratamiento mesurado de las fuentes, de los documentos, de las palabras, para la construcción de un registro colectivo que abra a un conocimiento político de lo sucedido y a un tratamiento justo de lo actuado.
Pero contraponer, deslegitimar, ubicar en la posición de la deshonestidad, de la mentira interesada, de la falacia maliciosa al testimonio de un detenido y torturado por la dictadura a partir de otro testimonio enunciado por una persona de igual condición es muy otra cosa. Más todavía si eso es el centro argumentativo de la "defensa".
Son familia, por igual. Son torturados, por igual.
Los diarios, en combo, recrean un imperativo de la tortura que explica la mecánica misma del procedimiento: producir una palabra que condene al par (y, en el mismo movimiento, a sí mismo). Reventar el estatuto de ese sujeto que está ahí –por medio de una mirada penetrante, una picana zumbadora, un pene caliente o una pila de billetes, igual da en este caso– para volverlo un cuerpo puro de las necesidades, una entidad que sólo es capaz de desear que eso termine, que no puede decir a nada que no.
¿De qué modo las imágenes de fondo editorializan la entrevista a Papaleo?
La efectividad de esa estrategia obscena está en impedir la consideración de que un "quebrado", sea por la picana o por el soborno –en estas circunstancias, en esta situación y respecto de estos testimonios: en este específico caso– no es un delincuente, como lo sindica Osvaldo Papaleo: es también una víctima que vuelve a ser víctima. Quizá de sus horrores en la memoria, quizá de sus miedos presentes entonces. Quizá es una víctima de sí mismo.
No significa eso que no sea sopesado su testimonio. Significa que hay que considerar que si la falsedad fue inducida –por la violencia de la bota o del dinero– no estamos frente a una mentirita común: estamos frente a la actualización y violación de una escena de 1976.
La versión en papel de esta entrevista se puede encontrar acá
Isidoro Graiver es también este tipo que dio esta entrevista mucho tiempo antes de dar un testimonio perfecto por medio de solicitadas, escribanos públicos y demases, para los dos grandes diarios.
Poco más le queda a Clarín y La Nación que apelar a reproducir esas escenas donde uno se pierde de sí mismo, y se vuelve la víctima victimario (de su propia historia y de la de los otros). Es eso o hacer hablar a los muertos, como se hizo con el fiscal Molinas aquí, lo que produjo la obvia respuesta de su hijo, por ejemplo acá.
Cerrar el círculo de esa obscenidad en una disputa moral –o penal– por las deshonestidades de los testimonios de la tortura y el horror, los testimonios más únicos que un ser humano puede producir, sólo sirve a la sonrisa de los torturadores. Isidoro Graiver ha vuelto a ser una víctima Y, podría decirse, de los mismos victimarios.
Mientras al debate mediático se le siga dando el mismo lugar y jerarquía que a las actuaciones de la Justicia y las discusiones del Congreso (ambas por venir), el manoseo seguirá continuando. Ese debate mediatizado bajo las reglas de una de las partes no merece darse, justamente, bajo esas reglas. Discutir los documentos en la Justicia, repasándolos, observando las fechas, viendo los precios, analizando la época y la situación de los testimoniantes: perfecto. Analizar las cifras del negocio de la producción de papel monopolizada por sus principales consumidores, con precios desleales que estructuran diferencias fácticas no sólo en el negocio, sino en las posibilidades de expresión de la palabra escrita: fantástico. Que ambas cosas se hagan en los medios de prensa: un deber.
Pero andar de revuelque por los meandros de la familia Graiver, teniendo que soportar a un clan de opas y opinologistas barruntando todos juntos las imbecilidades más descabelladas de compra/venta de voluntades, historias y memorias colectivas, es envilecer la cuestión, es hartar a la opinión pública, es caer en la trampa.