El candidato a gobernador de una lista, la lista a diputados de otra. El intendente, de una tercera. La boleta única y la capacidad del Senado para ver abajo del agua.
Cuando en el Senado de la provincia comprendieron cómo era el nuevo sistema electoral de la boleta única, se apresuraron a aprobar por unanimidad –en la última sesión ordinaria del año– un proyecto con media sanción de la Cámara de Diputados que estaba durmiendo desde mediados de 2010. Pocas figuras políticas como la del senador provincial se ven tan beneficiadas con el cambio: gigantes en sus pequeños territorios, con la boleta única pueden desentenderse sin problemas del resto de los candidatos de sus propios partidos, fortaleciendo su posición de poder.
¿A qué se debe esto? Sencillo: las papeletas del nuevo método electoral –cinco en total– obligan por sí mismas a lo que antaño era una decisión llamada “corte de boleta”. Campañas enteras han girado alrededor del tema de la ciudadana y comprometida tijerita. Pero ahora, si el elector tiene el deseo de votar todos los candidatos de un mismo partido, ya no encontrará esa larga papeleta que venía configurada a tal efecto, sino que deberá reconstruir, birome en mano y con cinco cruces, las candidaturas de su partido de referencia.
En la situación de la elección general, esta transformación quizá no tenga mayores efectos. La delimitación y la cantidad de candidatos de los diferentes partidos estarán mucho más claras y recortadas. A cada candidato a gobernador le corresponderá sólo un senador por departamento, un candidato a intendente por ciudad, una lista de concejales y una de diputados provinciales. Habrá, eso sí, listas distritales de concejales e incluso listas de diputados provinciales sin candidatos a cargos ejecutivos, como es el caso de Proyecto Sur.
El veto parcial del gobernador Hermes Binner dio pie a que la modificación del sistema tenga lugar en las mismísimas primarias, en las que se decide cuáles van a ser los equipos de gobierno que propone cada partido. Es en esa decisión donde la boleta única puede producir efectos electorales muy jocosos para los analistas y jaquecosos para los dirigentes. A priori, el nuevo método sacudirá la estabilidad del antiguo sistema de mutuas dependencias de los precandidatos, sostenido en organizaciones partidarias, de militancia y de acción política y centrado en el arrastre de votos de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba.
Todo el tejido de enlistar apoyos, negociar contrarreloj para llegar a las listas de los concejos municipales y de la Cámara baja, caminar para adherir intendentes, contabilizar espacios y territorios ocupados, tenía su sentido propio. Y no sólo a la hora de ganar la elección, sino al momento de sostener la gobernabilidad efectiva una vez en el Estado. También tenía sus amarguras: tragarse el sapo de no mirarle los dientes a un caballuno dirigente psicópata que te garantiza 600 votos de un caserío perdido en la ruta era (es) moneda corriente en todos los signos partidarios. Lo mismo cabe para el dirigente menor, probo, eficaz y participativo que necesitare lugar bajo el paraguas de un sinvergüenza ganador. Como fuere: para un poco conocido candidato a intendente resultaba fundamental ir en la misma papeleta en la que estuviera el candidato a gobernador o a senador departamental mejor rankeado y, al revés, todos los candidatos a cargos mayores dependían casi incondicionalmente de los candidatos a cargos comunales, a los concejos e intendencias, al Senado, con sus conexiones finas y constantes con la realidad del electorado.
Con la boleta única en la interna todos esos dimes y diretes, pases y retornos del cierre de listas a precandidatos que sazonaron los tórridos días de enero y febrero se ordenan, en rigor, por una nueva lógica: la de primero posicionarse individualmente, como sea, porque el arrastre de la boleta se diluyó. El reverso: no obsesionarse demasiado, sólo lo necesario, con la performance de los propios precandidatos que estén en otras categorías, poner huevos en varias canastas –como varios ya vienen haciendo, y públicamente– porque, tal vez, en la general haya que acompañar a otro...
El cambio parece menor, pero no carece de sentido respecto del armado de las listas y de la evaluación de los pesos de las redes de militancia a la hora de decidir el voto. Si antes el elector tenía que reflexionar políticamente para decidir el corte, ahora tiene que hacer exactamente el proceso inverso para producir un voto a favor de todos los candidatos de una misma tendencia. Si antes no necesitaba conocerlos y cortaba boleta a favor de una figura que sobresaliera, ahora tiene que recordarlos a todos y, además, tiene que tener en claro cuáles son las relaciones entre cada uno de ellos, si es que no quiere pifiar pensando que apoya a un gobernador en particular mientras le entrega el voto a un senador de otra línea, más conocido e instalado en el terruño. Y es levemente ingenuo suponer que un elector que antes votaba todas las categorías de una misma lista por el arrastre de un único precandidato (el figurón del caso) ahora va a pegar un salto de responsabilidad electoral y no va a seguir buscando, como antes, la imagen más repetida para que lo guíe, así ahora lo haga cinco veces.
Ejemplo uno. En un escenario de boleta sábana Don Paco, un votante santafesino de Antonio Bonfatti-Jorge Henn, elige en la primaria no cortar boleta y sufraga por todos los precandidatos de la línea: Raúl Lamberto, Pablo Farías, etcétera. La forma misma de la boleta sábana le permite desentenderse de quiénes son los que están atrás de Bonfatti. Eso le place a Paco, que gusta de considerarse un socialista orgánico, así no siga mucho el día a día político. La cuestión es que Paco ahora encontrará a Bonfatti en una boleta, lo tildará y luego, al pasar a la otra, arrancará de nuevo con la decisión. No importa que lo haga en el cuarto oscuro mismo o que ya lo haya hecho antes en su casa: tendrá que efectivamente decidir si lo marca (o no) a Riestra o a Farías. ¿Estamos totalmente seguros de que, a raíz de su instalación pública consolidada, por esa sola y suficiente razón, no habrá mayor influencia de otro precandidato, como Griselda Tessio o José Corral, ambos pertenecientes a la lista que lleva a Mario Barletta como precandidato a gobernador?
Ejemplo dos. En otras disquisiciones está Doña Carlita, kirchnerista post 125, que no duda en votar a Agustín Rossi como precandidato a gobernador. ¿Qué va a hacer Carlita cuando tenga que tildar en los intendentes? ¿A quién es más seguro que reconocerá inmediatamente: al campeón de aguas abiertas Diego Degano o al director regional de la Anses Martín Gainza? Al revés: ¿necesita Degano preocuparse por el resultado que tenga en la ciudad el precandidato a gobernador de su lista, el intendente de Rafaela Omar Perotti, o puede mirar para el costado y confiarse en la combinación de su casi nula tasa de desconocimiento y del corte de boleta estructural?
En suma, y volviendo a la escena que comienza el texto: ¿en qué puede preocupar a un precandidato a senador con un buen anclaje en su territorio que el resto de los candidatos de su lista mida mal, si su contienda es totalmente particular con los de su lugar y categoría?
El sistema de solidaridades, lealtades, acuerdos y consensos de los precandidatos de cada línea de cada partido ha trocado por otro donde lo prioritario es construir el reconocimiento público situado del precandidato en particular, independientemente de los otros integrantes de la lista. Ambos elementos (ser conocido por todos y tener activistas, espacio en la tele y militancia) siempre fueron fundamentales en una estrategia electoral: lo nuevo es el plausible desenganche respecto de la vida de las estructuras partidarias y la peculiar mayor relevancia inmanente que tendría, ahora, lo mediático. Quizá esta sea una hipótesis algo exagerada. Pero apostaría que en esta situación, y dicho esto sin tomar como cierta ninguna de las encuestas que circulan, lo más probable es que las listas finales para las generales se vuelvan una colorida, jocosa y jaquecosa ensalada.