Stella Calloni pasó por Santa Fe y dejó sus impresiones sobre los conflictos del mundo actual. Colonialismo, control informativo y derechos humanos, los temas. Agencias de prensa realizando operaciones de seguridad, periodistas con pocos datos, mal preparados, con escasas fuentes, dándole duro a la opinión sin sustento, pareceres breves, fragmentados y sin ilación. En esa marea, las voces con experiencia, contenido y argumento para hablar sobre la información internacional son pocas. Stella Calloni es una de ellas. Presente en varias guerras centroamericanas en los 70 y 80, especialista en Medio Oriente, premiada y reconocida por su trabajo a nivel mundial, Calloni es una periodista que se enorgullece de “no haber trabajado en periódicos del sistema”. Varias publicaciones de prestigio contaron su firma: entre otras, La Jornada mexicana (actualmente es su corresponsal), el Marcha uruguayo y la mítica Cristianismo y Revolución de finales de los 60, la revista de Juan García Elorrio en la que compartió páginas con Eduardo Galeano, John William Cooke, Raimundo Ongaro o Rubén Dri: “La experiencia en Cristianismo y Revolución fue muy buena, porque García Elorrio quería cubrir América Latina, y a mí me tocó Centroamérica. Por eso cuando fui allá ya tenía background. Hay que conocer mucho antes de ir a un país, hay que estudiar de arriba abajo”. —Ser corresponsal de guerra es andar caminando entre cadáveres. Es algo muy triste. En El Salvador, donde entrevisté a Monseñor Óscar Romero, nos tocó la matanza de los periodistas de la TV holandesa. Yo trabajaba acá con Gregorio Selser, que fue el gran investigador de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, conocía mucho el tema centroamericano. Estuve en Guatemala, el país más difícil, donde había que entrar y estar como clandestino, en Libia en el 86, cuando bombardearon Sirte. En el 84 entrevisté a Kadafi; también entrevisté a Yasser Arafat. A Calloni se le debe también el conocimiento en profundidad del Plan Cóndor, la operación que coordinó a las últimas dictaduras del cono sur con la CIA. Desde una perspectiva de defensa de los Derechos Humanos, actualmente también trabaja junto al Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. De los medios a Kadafi, de Latinoamérica al Tea Party, Calloni trazó un hilo muy claro en su diálogo con Pausa: “Todas estas cosas tenemos que conocerlas porque se pueden aplicar a nuestros países”. La colonia continúa “Hay un proceso de recolonización: estas son guerras coloniales. Los países que tienen petróleo, gas, minerales, acuíferos, recursos... Somos un bocatto di cardenale para potencias desesperadas en un momento de crisis y con una derechización fenomenal. En Estados Unidos aparece el Tea Party, que es como si el Ku Klux Klan volviera a brillar. Son guerras de ocupación de territorios para manejar los recursos naturales. Senadores de Estados Unidos han dicho claramente que fueron a Libia por el petróleo. El precandidato presidencial republicano Mitt Romney acaba de decir que Estados Unidos tiene la obligación de controlar el mundo antes de que lo controlen otros, y que ese es su destino. Cuando la globalización había dado la sensación de que iba a haber una igualdad internacional, resulta que vuelven las guerras coloniales”. —¿Qué es lo nuevo de estas guerras? —Le están llamando a esto guerras de cuarta generación. ¿Por qué? Por el uso activo del periodismo, de la información y desinformación como armas, de sistemas de baja intensidad, contrainsurgencia, ilegalidad en los movimientos. En América Latina tenemos una invasión de fundaciones de todo tipo, como las relacionadas a la USAID o la National Endowment for Democracy Fundation. La intención es desestabilizar gobiernos. Nosotros estamos en un peligro grave por nuestros recursos. Europa tenía relaciones con Libia: guardaban 170 mil millones de dólares de su Estado, que ahora se los están repartiendo, como a su petróleo y a su enorme acuífero. Estados Unidos ha creado un comando que se llama el Africom, para controlar África, cuya sede querían poner en Trípoli. Kadafi se negó. Desde el momento de su expansión, Estados Unidos siempre inventó cosas. De un día para el otro, cuando hasta el 15 de febrero Estados Unidos estaba comprando petróleo a Kadafi, se despertaron y era un dictador. Ellos, que han mantenido a todos los dictadores del mundo, aun cuando su Congreso ha denunciado su propia intervención para sostener a Pinochet o en el Plan Cóndor. Las armas de destrucción masiva, cuando invadieron Irak: no existían. Pero, sin embargo, hay un millón y pico de muertos. ¿Cómo volvés atrás esa historia una vez que comenzó? ¿Era necesaria la destrucción de toda la cuna de la civilización? ¿El saqueo de las grandes riquezas arquitectónicas? ¿Volver a instalar las cárceles secretas? Fue un regreso al pasado más ominoso desde el punto de vista humanitario. Llevar presos de un país a otro para torturarlos es algo terrible.
—¿Cómo juega la información y los medios? —La información es un aparato de guerra. No puede ser que la información sea un elemento de la seguridad nacional de un país, porque entra a participar en la complicidad de los crímenes de guerra. ¿Han visto ustedes alguna fotografía de los 80 mil libios que admiten haber matado en la invasión? ¿Alguna fotografía de las ciudades destruidas? ¿Una disculpa por decir que hubo un bombardeo que no sucedió? El que silencia o desinforma es cómplice del crimen, porque sabés qué está sucediendo. En 2008, en Bolivia mataron 20 campesinos y dijeron que era Evo. Y justamente, estaban yendo a marchar a favor de Evo. Si no hubiera intervenido rápidamente Unasur y ordenado una investigación, las cosas hubieran sido quién sabe como. Hubieran dicho que Evo es un asesino. La Unasur reemplazó a la inexistente OEA en estas situaciones de golpe. En ésta y en Honduras: hubiera podido ser mucho peor, hubieran podido haber matanzas mucho más grandes. Ni siquiera las organizaciones de periodistas hablan de los 14 periodistas asesinados en Honduras. América Latina “Nosotros estamos en peligro”, sentenció Calloni. Su posición apunta a conjugar un punto de vista a la vez humanitario y político. Por ello, evalúa tanto al Plan Colombia y al ALCA como fallidos “proyectos de colonización”. —Nosotros tenemos que elegir cómo vamos a sostener todo lo que se ha avanzado en América Latina. Por primera vez, algunos países han desafiado el tema de la deuda, como Argentina, donde se adelantó el pago, se ahorró muchísimo dinero y nos sacamos al FMI, que está haciendo desastres en Grecia. Nuestra región está despierta. Nuestra sociedad despertó mucho con los Derechos Humanos, con la lucha contra la impunidad. Somos un ejemplo en el mundo: estamos juzgando a la gente, no estamos matando a nadie, no estamos ejecutando. Desde esta posición, con total fuerza moral, podemos reclamar por la situación de los Derechos Humanos en el mundo. Hay tal efervescencia en América Latina que las campañas que los medios hacen para tirar a los gobiernos se les vuelven en contra. La campaña contra Evo Morales era tan impresionante que se les volvió en contra. El racismo en Santa Cruz es tan brutal... —Que es hasta creativo... —Sí, sí. Me dice una señora en una peluquería “es un gran dictador”. Y yo veía la tapa de los diarios y le decía “Pero señora, si Evo fuera un gran dictador este diario no podría aparecer, estarían todos muertos”. Y me dice “Bueno, será así, pero lo que pasa es que usted no nos entiende a nosotros”. “¿Por qué?”, “Porque desde que Evo ha subido los indios se sienten gente. ¿Y qué vamos a hacer nosotros?”. Y otra señora me dice “Nosotros vamos a tener que hacer una nueva casa de gobierno, porque el olor no se va a ir más”. —¿Cómo son las clases que habilitan los golpes de estado? —En Latinoamérica, el tema hay que enfocarlo desde el punto de vista político: se puede recrear la misma situación en cualquier país. Contra Chávez, o en 2008 en Bolivia, se decía que había un alzamiento popular y eran los sectores duros de Santa Cruz de la Sierra, de la medialuna. En Honduras, con Zelaya, fue distinto. Es un país que lamentablemente estuvo muchos años bajo ocupación militar, está infectado de bases militares de Estados Unidos: desde allí prácticamente partió la invasión a Guatemala en 1954. Es diferente de Bolivia, hay presencia activa en la base militar de Palmerola, con un gran equipo de inteligencia. Ahora, acaba de salir ahora una denuncia contra algunos empresarios de Honduras: la mayoría, testaferros del ex embajador estadounidense, John Negroponte. La movida fue de otra manera. En junio de 2008 Negroponte hizo un encuentro con diputados y senadores de Honduras y les pidió, y está registrado y Zelaya lo ha denunciado, que cada vez que hubiera un nuevo presidente en Honduras se entregara en la Embajada el nombre de los ministros que irían con él, para que los aprobaran o desaprobaran. La Corte Suprema validó el golpe. Es la primera vez que una Corte Suprema adhiere a un golpe. Se validó desde el Congreso también. Por otro lado, en Bolivia sí podría haber sido algo como en Libia, porque había mercenarios en la frontera, en la zona de Paraguay. Paraguay también tiene una muy fuerte presencia militar de Estados Unidos: ellos no se han ido nunca. Tienen la Base Mariscal Estigarribia, donde pueden aterrizar aviones, con 3.800 metros de pista: eso no es para aviones de Paraguay, es para los B-52 que trasladan equipo. En los dos casos fue importantísima la intervención inmediata de Unasur y la movida de no reconocer a los golpistas. Deja un precedente, América Latina no va a aceptar fácilmente un retorno a los golpes. Es una señal muy buena. La frontera A partir de su presencia profesional en México, Calloni ofrece precisiones sobre el presente violento del país norteamericano: “Es muy, muy grave y compleja la situación en México. Se desarrolla, como en cualquier terrorismo de estado, con militares y paramilitares luchando contra enemigos internos. El narcotráfico es un problema grave. México tiene la frontera con Estados Unidos, pero del otro lado no hay ningún control. Es la zona donde más hay más consumo y donde se recoge el dinero chico, por lo tanto se lava desde ahí. El narcotráfico abona a un montón de empresas que se han enriquecido. En México la cosa ha derivado en una matanza de población inerme, de jóvenes, de migrantes. El día de muertos hubo una movilización muy grande por los miles de desaparecidos que hay ahora. Todavía no se saben las cifras. Matan grupos de derechos humanos, periodistas, con una crueldad terrible y con participación de paramilitares que mataban indígenas”. —Fuera de Los Zetas, que tienen participación paramilitar, ¿qué otros grupos tienen esa organización armada? —Hay otros, pero no tienen esa presencia militar. Al narcotraficante no le interesa una situación de guerra, porque no puede trabajar. Le interesa más bien pasar inadvertido. Acordate de cómo se metía el cártel colombiano de Escobar: ayudaba a clubes de fútbol, tenía como una inserción social. Es un caso nuevo el de Los Zetas. Podría parangonarse con los paramilitares colombianos, pero tienen una presencia más activa. Se presentan en televisión, con pasamontañas negros, amenazantes. Están aterrorizando a la población. Esto había empezado en Ciudad Juárez con los femenicidios. Ya había un terror: la gente está huyendo, dejando sus casas. Lo que caracteriza el proceso es la violentísima forma de matar a la gente: en todos los casos son torturados sin ton ni son. El hecho de que siembren 38 cabezas delante de una escuela en Veracruz es un gesto para pensar de qué se trata. Es una campaña de terror profundo. —¿No se corre el riesgo de que Estados Unidos propicie la catalogación de Estado fallido? —Exactamente, lo acaba de decir un senador: ya es hora de que entremos a poner orden en ese país, porque está siendo un Estado incontrolable. El gobierno de Calderón se presta mucho a eso. México no compraba armas a Estados Unidos. Desde la revolución en adelante, por el enfrentamiento, le compraba a Europa. Ahora es todo compra de armas a Estados Unidos y asesoría. El Plan Mérida, que se firma en el 2006 y que se parece al Plan Colombia, establece que México se arme para pelear contra el narcotráfico. Se venía peleando desde siempre contra los cárteles del norte, pero nunca como desde entonces hubo tanta muerte. Y es la primera vez que el ejército mexicano sale de la vieja doctrina de la revolución, que había perdurado. Era parte de la identidad mexicana, de país con una conducta en política exterior: no se prestó a la invasión a Guatemala, no se prestó a la invasión a Cuba. Una posición independiente, que también se perdió. Ahora hay una conciencia y una movilización muy grande de diversos sectores. Libia y la “primavera” Invitada por diversas organizaciones sociales y políticas de nuesta ciudad, Calloni visitó Santa Fe para dar una conferencia el 4 de noviembre: “Invasión a Libia. Guerras Coloniales y sus consecuencias”. Allí presentó detalles de los sucesos en el norte de África: “La Unión Africana votó en contra la invasión a Libia e intervino como observador para tratar de hacer un propuesta de paz que fue apoyada por varios países latinoamericanos. La ONU había pedido una exclusión de vuelos, que supone evitar el uso de los aviones de Libia. Esto fue el 17 de marzo. El 19, sin permiso de nadie, comenzaron los bombardeos de Francia y Gran Bretaña, con la OTAN detrás. También, la ONU indicó que no podía haber tropas terrestres. Entonces, inventaron a los rebeldes libios, después se descubrió que eran mercenarios traídos de diversos países, los que, según admitieron, tuvieron comando e intervención de tropas especiales de Francia y Gran Bretaña. Lo triste es el papel de la ONU: no puede festejar la ejecución sumaria del líder de un país, como sucedió con Kadafi. La ONU tendría que haber parado esa guerra. Violaron todo. Un asalto humanitario no existe. No existe un bombardeo humanitario. Cuando vos bombardeás un país matás mucha gente. La población de Libia es menos de la mitad que la de Buenos Aires; en las ciudades bombardeadas vive casi toda la población. A estas guerras coloniales las tenemos que conocer”. —En los medios de la región se presentó la primavera árabe como un proceso sin mayores diferencias internas. —Hay muchas. En Egipto verdaderamente se estaba preparando algo. Había una fuerte acción sindical, sobre todo de los portuarios, que no estaban de acuerdo con que Egipto participara del cierre de frontera a Gaza. Era un movimiento de masas muy interesante al que no se le dio tiempo de organización, que estaba armándose también con jóvenes estudiantes. Ahora en Egipto están reaccionando porque sienten que los engañaron. Se estaba cocinando algo fuerte, pero uno puede hacer que una insurrección se adelante, y abortarla. Al parecer, está aceptado que se utilizaron mucho las redes sociales para apresurar el proceso. ¿Cómo terminó?: hubo bastantes muertos, cerca de 700, y muchos heridos; se cambó algo para que nada cambie. Quedó una junta militar que reemplazó a Hosni Mubarak, que no modificó tanto el terreno, a tal punto que Egipto proporcionó armas a los mercenarios para la invasión a Libia y que los enfrentamientos siguen—señaló sobre el país donde recientemente se realizaron elecciones y triunfó la fracción islámica—. Túnez fue otra cosa, tuvo participación de fuerzas de izquierda más organizadas. En Siria se comienza con un enfrentamiento entre militares y fuerzas de Al Qaeda. Luego hay movilizaciones a favor del presidente sirio y, tras lo que pasó en Libia, el sultán de Qatar fue a Siria a afirmar que allí no va a pasar lo pasó en Libia. Dentro de todo este mundo está planteada la presencia de Al Qaeda... ¿Cómo puede ser que Al Qaeda haya entrado a funcionar en Irak por primera vez en el mismo momento en que están operando allí los ejércitos más grandes del mundo? Al Qaeda nunca había entrado a Irak, como también tenía diferencias con Libia. Eran países laicos, incluso en Libia las mujeres iban a las universidades. Y ya han impuesto la ley islámica más dura: Libia ahora es un régimen islámico.
Publicada en Pausa #88, miércoles 7 de diciembre de 2011