Por Licenciado Ramiro
Se terminaron los torneos de fútbol a nivel local y continental, pero lamentablemente no se terminó el famoso “mundo fútbol”. Yo pensé que iba a tener un par de meses de paz, de silencio respecto a quién es la hinchada que más alienta, etc. Me equivoqué.
Me encanta el fútbol, me apasiona. Messi es capaz de hacerme sonreír y, a la vez, generarme expectativas de que pase algo cada vez que agarra la pelota. Admiro la destreza deportiva. La imprevisibilidad de quienes saben lo que hacen en la cancha.
Simultáneamente, detesto el mundo fútbol. No soporto el fanatismo. No comparto casi ninguna de las prácticas que se engloban dentro del tan mentado y célebre “folklore”. Dicho sea de paso, nunca vi que en un recital del Chango Spasiuk el público escupa desde atrás de un alambrado a los músicos. Y lo detesto por muchos etc. más. Pero, en estas últimas semanas, hubo algo que colmó mi paciencia. De golpe y porrazo, todos los hinchas se acusaban unos a otros de “pecho frío”. Aclaremos que “pecho frío” es aquel equipo, jugador, hinchada que en momentos decisivos (tales como un clásico o una definición de campeonato) no rinde según las expectativas generadas por su rendimiento previo. En otras palabras, aquel que se achica o arruga cuando las papas queman. Un ejemplo muy ilustrativo, conocido e histórico y no futbolístico es el de Carlos Reutemann (quien por suerte llevó su pechofriísmo al campo de la política y siempre dijo “no” a la presidencia, porque si fue capaz de inundar una ciudad y quedar impune, no me quiero imaginar lo que hubiese podido hacer con el país).
Es cierto que es cada vez más recurrente que, en momentos de definición, las performances decaigan. Los últimos dos más claros ejemplos de ello se produjeron hace semanas en el Nacional B, cuando Rosario Central e Instituto, con amplias chances de ascender, perdieron por cuenta propia la oportunidad. Fueron derrotados por equipos notablemente inferiores. Ahora bien, a mí, sinceramente, me importa tres pitos saber o no saber quién es pecho frío o no, quién “se la aguanta” y quién no. Eso se lo dejo a los fanáticos. Aunque sí me da curiosidad intentar explicar porqué estas “pecheadas” ocurren con mayor frecuencia y a casi todos los equipos y deportistas.
Algunos (y algunas) de los que saben de esto, dicen que “se juega como se vive”. Yo creo que en parte tienen razón. ¿Y cómo se vive? Según mi modesto punto de vista, con un espantoso miedo al fracaso. Las consecuencias de perder tienen efectos nefastos en estas épocas. Prima el miedo a perder por sobre el placer de ganar. La etiqueta de fracasado difícilmente pueda quitarse sólo de un tirón; en cambio, el triunfo es efímero. Está instalada esa necesidad de no fracasar, no sólo en el deporte. Se vive con la presión de tener que hacer siempre las cosas bien, sin tropezar. De lo contrario, has fracasado. Sin embargo es justo preguntarse, ¿cuál es el criterio para definir qué es hacer bien las cosas?
Todo se mide en términos de resultados, beneficios o logros. El criterio es la eficacia: alguien que sirve, que es útil, que ha producido, es exitoso. La pregunta siguiente sería: ¿quién o qué lógica determina cuando algo es útil, productivo, redituable, es decir, exitoso? El mercado: mayores beneficios a menos costos. Ni más ni menos. Y rápido, urgente, ya. Todo ya. Ganar es eso, y se necesita ganar. ¿Para qué invertir en algo si los resultados van a ser sólo “pérdidas”? A veces estaría bueno pensar un poco en qué pasa con aquellos que no han sido útiles o que, directamente, no comulgan con esta lógica de la necesidad y urgencia. Es decir, aquellos que no son instrumentos óptimos para la maquinaria productiva. A veces estaría bueno pensar que estamos hablando de seres humanos, de sujetos y no de martillos o clavos. La escasa tolerancia al fracaso con la que vive esta sociedad (y que exige esta sociedad) es horrorosa. Y eso ya se ha interiorizado en cada individuo que no soporta un pequeño traspié en su vida y que le cuesta cada vez más emprender su propia vida con placer o satisfacción. Tan sólo por el miedo a no ser tildado de “inútil” o, en términos futboleros, pecho frío.
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