Por Licenciado Ramiro
Luego de habérmela agarrado varias veces, y con justa razón, con el “ciudadano bien santafesino”, hoy llegó el día de la reconciliación. Me pienso solidarizar con uno de sus reclamos, pero sólo porque yo padezco la misma suerte… Si no, ni loco.
Tengo la desgracia de vivir cerca de las calles que el año pasado cambiaron su sentido: Balcarce e Ituzaingó y sus continuaciones, Obispo Gelabert y Santiago del Estero. Resulta que, además, para llegar a mi trabajo me veo obligado a cruzar las dos primeras (de a pie), minutos después de haberme levantado, lavado los dientes y tomado, a las apuradas, una chocolatada.
Sí, justo en esa hora en la que uno se mueve sólo por hábito. ¡Vamos! Uno a las 7:10 no piensa por dónde va, ni cómo va… Se limita a ir y llegar, por donde y como la costumbre le dicta. Entonces, si usted durante más de 25 años, dormido y chinchudo, cada vez que cruzaba Balcarce se acostumbró a mirar para, supongamos, la derecha (y a la izquierda al cruzar Ituzaingó), porque el Honorable Concejo Deliberante haya decidido cambiarles el sentido, ¿también eso le cambia el sentido a su cabeceo previo a poner un pie en la calle? ¡No, y yo no soy la excepción! No hay mañana en que no me insulte (y al municipio, lo reconozco) por pifiarle con el cabezazo. Si ese fuera el problema, no pasa nada… el problema es que algún día me voy a dar cuenta que la pifié porque voy a terminar como estampita en el parabrisas de la Línea C, que justo pasa por la Pueyrredón a la misma hora que yo. Consejo: cuando crucen Ituzaingó, háganlo con la cabeza en alto, porque si van mirando al piso, las flechas pintadas en el asfalto irremediablemente te hacen mirar para el lado contrario al sentido de las calles. Y por Ituzaingó también pasa la C. Y el 2.
Así es. No sólo que de un día para el otro tuve que desacostumbrar y reacostumbrar mi cuello a las medidas que facilitan y agilizan el tránsito en la ciudad (¿?) sino que, además, tengo que arreglármelas con la señalización que, aún, quien ha agilizado el tránsito no ha modificado “facilitándole” el tránsito al noble peatón. Y ya que estamos, para ocuparnos de las otras dos calles (Obispo y Santiago), no puedo dejar de mencionar la fabulosa reubicación de los semáforos que… Ah, no, perdón: los dejaron tal cual estaban. Tal vez eso haya colaborado con que el año pasado Santa Fe haya sido candidateada para ser una de las “Siete Ciudades Maravillosas del Mundo”: su revolucionaria visión consistente en cambiarle el sentido a las calles y dejar todo el resto que colabora con el tránsito (y lo más importante, previene accidentes) tal cual estaba. Recuerdo a un funcionario que, consultado por los motivos por los cuales nuestra cordial ciudad había sido candidateada, respondió con un contundente “no sé”. Bueno estimado, ahí tiene una posible excusa.
Seamos piadosos también y convengamos que existe la senda peatonal (sin marcar, claro, ahorrándonos gasto público en pintura fluorescente) en esas esquinas, porque uno tiene que frenar a cinco metros del semáforo para poder ver sus luces. La industria de las barritas de azufre vio incrementadas sus ventas en Santa Fe en un 200%, gracias a los desprevenidos que todavía seguimos buscando los semáforos donde deberían estar y llegamos a casa con tortícolis.
Sarcasmos al margen, todo lo anterior responde a una lógica que, al menos a mí, ya me tiene un poco cansado: “hagamos y después vemos cómo vamos manejando lo que falta”. Y cuando uno se inscribe en las filas del inconformismo y reclama que las cosas a medias no se hacen, no tarda en llegar la clásica respuesta “peor es nada”. Yo, sinceramente, preferiría la nada misma a un algo que me estrole contra un colectivo, no sé usted. Y la experiencia me dicta que el “después vemos” es casi un futuro ciego. De todos modos, y para que nuestra reconciliación no sea tan cursi, tengo que decir que nuestra queja, mi cordial buen vecino, responde al legítimo derecho de circular libremente… O sea, asumamos que, entonces, tan mal no estamos si andamos gruñendo por esto y no por algo un poco más urgente. Como dice un amigo mío, hay cosas peores, como vivir con la suegra… en su casa de calle Balcarce.
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