Yo entré a mi adolescencia al mismo tiempo que entraban los 90. Recuerdo intensamente aún que fue una noche de viernes de 1991 cuando escuché por radio “mi” primera canción de Divididos: “Sábado”. Al otro día fui a la disquería a comprarme el casette y mi oído no volvió a ser el mismo… Mi cara tampoco, porque fue por esa época en la que se me empezó a llenar de acné, pero esa es otra historia.
Si bien ya escuchaba rock desde antes, yo sé que ese viernes algo cambió. Aquel año fue el mismo en el que MTV hizo mundial el “grunge”, con Nirvana y Pearl Jam a la cabeza. Para quienes no estén al tanto (no tienen la obligación) las letras de este género musical se “destacan por su desencanto y apatía y por tratar temas como la alienación (el fenómeno de suprimir la personalidad) la búsqueda de la libertad o la marginación social. A través de estos temas, los músicos del género mostraban su disconformidad con la sociedad y con los variados prejuicios de ésta”. Su sonido se caracteriza por las distorsiones, muchos gritos y baterías predominantes. Lo necesario para que nuestros padres simplificaran la cuestión en “ese ruido que sale de la habitación”. Como sea, el grunge contaba con todo aquello que un adolescente podía asimilar como propio… y lo asimilamos muy bien.
Tal como refleja su nombre, el adolescente “adolece”. En esa etapa de su vida, está desubicado: no es niño ni tampoco joven o adulto. Está en transición, en un movimiento caótico permanente. Va de acá para allá, a pesar de que muchas veces el acá es allá, y viceversa. En su interior está lleno de… todo; y por eso mismo, creo yo, se conforma con… nada. Inquieto, ansioso; quiere ya no importa muy bien qué. O bien, quiere dejar de no-ser para ser-no-sabe-aún-qué. Si esto no fuera suficiente, siente la extrema necesidad de pertenecer; busca aquello que lo identifique con otros… Necesita ser, también, otro; no alcanza con “venir como eres” (el clásico de Nirvana “Come as you are”). Desesperante cóctel que implota y necesita salir, manifestarse en ira, enojo, angustia… el adolescente, no es difícil esto de notar, se “brota” fácilmente. Y es lógico y deseable que lo podamos notar.
Los adolescentes de los 90 (o al menos aquellos que conozco y de los que puedo hablar) tuvimos el rock para explotar (sacar afuera) y expresar ese enojo (y también algunos tuvimos una tía que confundió furia con adicción a la cocaína y pretendía hacer rinoscopías). Depositamos allí nuestra subjetividad. Ahí vomitamos nuestra ira. Nos sacábamos todo eso que nos dolía en cinco minutos de furia musical. Algunos otros, como yo, le agregábamos a la música alguna que otra patada al pobre placard. El rock era nuestro rivotril. Al menos yo nunca necesité de un ansiolítico durante mi adolescencia. Sólo estaba enojado (como la gran mayoría). 15 años después de mi adolescencia, cuando me enojo pongo “Smells like teen spirit”, de Nirvana, y es suficiente para tranquilizarme, aunque suene paradójico.
Hoy los adolescentes siguen enojados y siguen disconformes (y está bien que así sea). También se angustian… como todo el mundo “sano”. Lo que no sigue siendo igual es el rock; o al menos, el rock donde se externaliza esa furia. Más arriesgado de mi parte es afirmar que ya tampoco se escucha rock como antes. Prima el dance, la cumbia, el reggaetón que, sin ponerme en el papel de guardián del buen gusto, no son lo mismo: son el producto de una cultura del ser “cool”, el pasarla y verse bien, vivir sexy. Creo que no expresan lo mismo. Allí, el adolescente no se expresa igual.
Lo que tampoco sigue siendo igual –lógico– es lo que actualmente la sociedad entiende por enojo, angustia, alegría. Hoy un adolescente enojado, angustiado, inquieto, disconforme pareciera ser un enfermo. Se diagnostica al adolescente que adolece. Y como está enfermo, es medicado. Es necesario calmar ese enojo, apaciguar la inquietud. Es necesario conformarlo y que se adecúe a ciertos parámetros de normalidad calma y tranquila que se parecen más bien al letargo. Hoy, a diferencia de lo que venía diciendo, el rivotril es el rock, la no-expresión adolescente. El silencio y la implosión. Los adolescentes se están enfermado, drogando o emborrachando y miren si no seremos miserables cínicos que encima los culpamos de ello. No me canso de citar al protagonista psicólogo de la película The Wackness (contextualizada en la New York “limpia” del alcalde Giuliani) que le dice a su paciente adolescente que clama por calmantes: “No, porque te quiero despierto”. Despierto y en movimiento, enojado, disconforme y buscándose; transpirando ese hediondo espíritu adolescente que grita “Let me be”.
Publicado en Pausa #99
Excelente.
Muy bueno.