Por Lic. Ramiro
Hace casi dos meses, y por motivos que no vienen al caso, decidí dejar de fumar… De una vez por todas, le hice caso a mi decisión tomada todos y cada uno de los días en los últimos años y no fumé más… por ahora.
Cuando lo conté públicamente muchos me felicitaron, varios me preguntaron cómo hice (concientes de que es tan difícil), algunos desconfían de que lo pueda mantener y pocos me preguntaron por qué lo había dejado (como si no hubiera razones lógicas para hacerlo). Sin embargo, nadie me preguntó cómo me sentía o si ya me había arrepentido de mi decisión. Y menos mal, porque mi respuesta hubiese sido, en contra de todo sentido común: “Sí, me arrepentí. Dejar de fumar es lo peor que pude hacer en mi vida y está perjudicando poderosamente mi salud.” Y si los editores del Periódico Pausa se comprometen a responder por mis afirmaciones un tanto temerarias, doy las explicaciones del caso.
Dejar el faso (no, no “ese” faso. Lo que pasa que esto del periodismo exige no repetir muchas veces las palabras en un texto y me voy quedando sin sinónimos, vio) significa, por si no lo sabe, desacostumbrar no sólo su cuerpo a la nicotina, sino su cabeza y su conducta a las prácticas habituales. Yo hace casi 20 años que casi todo lo que hacía en mi vida lo hacía con un pucho en la mano. Ergo, haber dejado de fumar implica dejar de vivir mis últimos 20 años de vida… O vivirlos de otra manera, y eso tiene sus perjuicios. Por ejemplo, me recomendaron que para calmar la ansiedad y evitar tener recaídas cuando me dan ganas de fumar, tome agua. Eso significa que he incrementado el consumo de agua casi un 500% en el último mes y medio. O sea, he ido un 500% más de veces al baño a orinar por día… y por noche. Exacto señor lector: hace 2 meses que no puedo dormir una sola noche de corrido porque me despierto a cada rato con ganas de ir al baño. Pero eso no es lo grave, porque usted podría decirme: “Y bueno, acostúmbrate para cuando seas viejo y tengas problemas con la próstata”. No, lo grave es que durante 20 años cuando me desvelaba, ¿qué hacía? ¡Sí, me prendía un pucho! Y ahora me paso una hora mirando al techo, sin poder dormir, ¡y pensando en no fumar!
Pero también mi vida se convirtió en una feria del aburrimiento. Yo amo la noche, y espero que esto no se interprete como si yo fuera una especie de Guillote litoraleño, no. Amo estar solo en mi casa de madrugada, gozando el silencio urbano, ya sea escribiendo esta columna, leyendo o mirando alguna de mis series favoritas. Bueno, desde que no fumo me voy a dormir temprano para evitar que me den ganas de fumar, ya que todo eso que dije que me encantaba hacer lo asocio a la compañía del cigarrillo y por eso evito también quedarme levantado hasta tarde…
¿Un fernecito un sábado solo a la noche en casa? ¿Ir a tomar algo a un bar? ¿Juntarme a comer con amigos? ¿Vida social? No, tampoco. Por miedo a tentarme y a manotearle el atado a alguno y chau.
Y es más, hasta me llevo peor con mis suegros, que había logrado que me quieran y todo. Sí, porque resulta que después de cada comida compartida en su casa, yo les sacaba al perro a la calle y aprovechaba a fumarme “el puchito de después de comer”. Bueno, ahora eso lo tiene que hacer mi suegro. Ah, me olvidaba: Falucho, el perro, también me odia desde que soy ex fumador, porque a veces se queda sin paseo, ya que mi suegro tampoco fuma.
En fin… le doy un consejo si anda con ganas de largar el vicio: no lo haga. Siga fumando. Va a dormir de corrido toda la noche, y su vida perseguirá el mismo norte que siempre. Si lo deja, además de su vida social va a extrañar los dolores de espalda matutinos, el catarro de recién levantado, el carraspeo, el relajante olor a nicotina en los dedos, comer apurado y sin digerir para poder ir a pitar.
Pero sin dudas, lo que más va a extrañar, si deja de fumar, es estar con un fumador y no darse cuenta lo feo, muy feo, que huelen… y el aliento que tienen.
Publicado en Pausa #106, disponible en los kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.