Por Juan Pascual
En los campos de refugiados, siempre desprovistos y con el límite de la humanidad y la animalización borroneado, en la esquina de Vera y San José, donde rugían las lanchas y el griterío de la ayuda, donde tronaba el silencio angustiado de los que llegaban tras dejar su historia viva atrás, hundida en el agua pastosa que llenaba los hogares de Roma y Santa Rosa, en los techos de Barranquitas, cuando se terminaba el agua potable, la yerba, el azúcar, los fideos y el arroz, había siempre de pie y firme un aliado incondicional: el cameraman de la tele, el movilero con el micrófono o el celular.
Verdadero proletariado de los medios, los periodistas de la calle fueron fundamentales en la coordinación de los santafesinos durante la tragedia de 2003. Varias son las historias conocidas al interior del periodismo en las que los movileros tomaron por su propia cuenta la conducción editorial de los medios en esos días. Ellos no sólo narraron en vivo las imágenes y los sonidos del dolor sino que además, y sobre todo, le dieron sustancia informativa a la demanda de justicia: fueron esos trabajadores de prensa los que registraron cómo el 26 de abril Carlos Reutemann declaraba que se iban a inundar los barrios del oeste –tal como se puede observar en el documental La lección del Salado–, los que grabaron a los inundadores el día en que se inauguró el fatal Tramo II de la defensa oeste, los que dieron voz a los inundados y sus demandas, a los habitantes de los campos de refugiados y sus reclamos, a los techeros y su desamparo.
La semana pasada, la Capital, La Plata y varias ciudades de Buenos Aires vivieron el horror del agua y la muerte. Sin embargo, el escenario construido en los medios quedó empantanado en un fango que anuló las diferencias. Canales oficialistas –y públicos– y canales opositores se dedicaron a mitigar o azuzar las absolutas responsabilidades de Mauricio Macri, Daniel Scioli y Pablo Bruera. De servicio informativo, poco y nada, de comunicar dónde estaban los lugares de refugio, cómo mandar donaciones, cuáles eran exactamente las zonas afectadas y cuáles corrían peligro, poco y nada, al menos en las primeras – cruciales– 48 horas. Retumbaban las acusaciones, las omisiones obscenas, la dulcificación de las circunstancias de los culpables en un cruce de valoraciones opuestas, todas enmarcadas en la misma falta de oportunidad y mínimo respeto por la situación concreta y real.
Las catástrofes naturales no existen. Existen los fenómenos naturales, que pueden convertirse en catástrofes por las decisiones humanas (o su falta). Obras defectuosas, el poder inmobiliario empujando la población a los pozos, una historia urbana llena de desprecio por lo que se sabe que la naturaleza puede producir en cualquier momento. Sobre estos puntos, sí, fue precisa la cobertura de los medios nacionales (es decir: los de la Capital Federal). Ya sabemos de la falta de desagües y de planes de contingencia, del número de muertos y de las denuncias sobre los que no se han contabilizado. Hasta conocemos cuál es el centro comercial (Dot) que encajonó a un barrio de Capital.
Y es en ese aspecto donde lo claro se vuelve oscuro en la cobertura periodística del 2003 en Santa Fe. La explícita solicitud de Reutemann por una “tregua” para blindarse de las acusaciones –qué notable elección la de un vocablo militar– y la política comunicacional unificada de bregar por la “vuelta a la normalidad” –¿qué normalidad, para quiénes? ¿Qué santafesino puede decir que pudo salir del 2003, que la inundación ha terminado, que puede alguna vez terminar mientras la impunidad se perpetúe?– tuvieron un eco exacto entre quienes deciden las líneas de los grandes medios locales (no así en muchos de sus periodistas).
La política de los medios logró taponar la información que sus trabajadores produjeron, al punto en que todavía hoy hay quienes se preguntan cómo entró el Salado, o dudan de que haya habido una obra inconclusa que sirvió para embalsar al río en la ciudad o impugnan al movimiento de inundados con la misma lógica con la que alguna vez se les dijo locas a las Madres de Plaza de Mayo.
La tarea en este abril de la memoria será, entonces, la de entender que hoy nuestro servicio informativo no consiste en rescatar a los santafesinos del río y el abandono, sino de la impunidad. Nuestra tarea –a la que tantos vienen aportando– será la de ponerle nombres y apellidos a los impunes. Y hacerlo al público.
Publicado en Pausa #111, a la venta en los kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.