Primero las inundaron y las abandonaron. Después, cuando se juntaron con otras y con otros, cuando se organizaron para reclamar justicia y verdad, las persiguieron, las amenazaron, les pintaron los dedos y les armaron causas judiciales. Les infiltraron las marchas. Como a las Madres, las trataron de locas.
Ellas siguieron. Sabían cómo, por qué y para qué. Perder el miedo les dio fuerza y forjó su identidad. Aprendieron que si hay inundados, hay inundadores. Con esa verdad llegaron hace diez años a la Plaza 25 de Mayo. Plantaron sus banderas y clavaron las cruces de sus muertos. Con ese símbolo, señalaron las culpas. Y de nuevo: las dispersaron, las quisieron comprar con reparaciones de mentira, les robaron las cruces. Ellas respondieron volviendo a la plaza. Se organizaron y de esa organización, que les ayudó a sostener sus reclamos en el tiempo, emergieron los grupos de inundados que batallan desde 2003 por memoria, verdad y justicia.
Graciela García y María Claudia Albornoz participan, respectivamente, de la Marcha de las Antorchas y de la Carpa Negra de la Memoria y la Dignidad. Ellas plantean sus verdades en la plaza: el recuerdo de los muertos de las inundaciones, la necesidad de que se haga justicia para sepultar una década de impunidad. Y avisan que no se van a ir porque ya no tienen miedo.
Primer paso: perder el miedo
Se dice fácil, pero lograrlo es otra cosa. Graciela explica cómo fue perder el miedo: “Enfrentándolo. Nosotros nos enfrentamos con lo peor. Después de lo que nos pasó, ¿a qué le íbamos a tener miedo? Nos enfrentamos con el horror. Y esa madrugada se me armó el rompecabezas. Y ahí me di cuenta de que el miedo que todos tuvimos cuando abandonamos nuestras casas había que combatirlo con la lucha”.
“Cada uno hizo su proceso, pero hay cosas que son comunes”, sigue Graciela. “¿Qué te podía pasar peor de lo que te había pasado? Yo no perdí ningún familiar; sí vecinos. Primero tuvimos que pararnos. Eso fue lo primero que hicimos para perder el miedo. Y eso constituyó identidad. Estábamos de pie. No nos íbamos a arrodillar por un colchón. Sentadas podemos esperar la justicia, pero de rodillas no. Habernos enfrentado con el dolor fue perder el miedo”.
María Claudia tiene una idea similar: “Escapamos de una trampa mortal y eso nos puso en el espacio público. Aprendimos que no hay más miedo. Y cuando fuimos descubriendo las mentiras de los que no tienen escrúpulos, más seguras estábamos. Nos pintaron los dedos, nos metieron en cana. Nos vapulearon, nos quisieron hacer desaparecer del espacio público. Y no pudieron”.
“Nosotros, en la medida en que nos damos cuenta de que no pudieron doblegarnos, menos miedo les tenemos”, continúa la referente de la Carpa Negra. “Aprendimos que la plaza es nuestra. Y también la Casa de Gobierno, los Tribunales, la Legislatura... Podrá haber mercenarios inescrupulosos que nos digan que nos tenemos que ir. Podrán tener el poder ese ratito, pero al poder lo tenemos nosotros. Y ya no hay miedo”.
Los motivos de la lucha
Desde lo cercano, lo más pequeño, hacia lo macro. Los inundados entendieron que en 2003 hubo una afrenta deliberada. Para explicarse cómo salvaron el pellejo tuvieron que aprender ingeniería, descifraron la industria de la corrupción en la obra pública, el negocio de la asistencia. Conocieron de cerca la miseria de la política. Ellos saben que no los inundó el río Salado: fueron los inundadores.
Con esas verdades en proceso de construcción, iniciaron una pelea desde lo íntimo hacia lo público. “La decisión de luchar me la dio que se hayan metido con mi casa y con mi barrio”, dice María Claudia. Graciela aporta: “En la plaza estamos con principios y valores, por eso vinimos a ocupar el lugar público: para mostrar nuestra lucha”.
“Los inundados pedimos justicia desde un principio porque entendemos que hay responsabilidades que tienen que pagarse”, retoma María Claudia. “Los que cometieron errores criminales, los tienen que pagar. Ahí nos hermanamos, nos entendimos. Y luego en sostener una memoria activa. No una memoria sonsa, para llorar, sino una memoria activa: una memoria que lucha y que grita verdad”.
En los grupos de inundados piensan que mientras haya impunidad no habrá ninguna posibilidad de construir una memoria real, completa, de la tragedia. “Queremos justicia porque sabemos que tenemos razón. Pero se nos escapan los inundadores. Sigue esa matriz de impunidad que hay que destrozar. Queremos que haya memoria, pero con verdad y justicia”, completa María Claudia.
Graciela coincide: “Sin verdad y sin justicia, la memoria no tiene contenido. La verdad nosotras la construimos semana a semana, haciendo el ritual”. Habla de las marchas que repiten todos los martes y todos los 29 desde julio de 2003. Es su ritual: encienden las velas, leen los nombres de sus muertos –los que reconoció el Estado y los que no–, cruzan hacia Tribunales para pedirle a la Corte Suprema que haga justicia, repiten el reclamo frente a la Casa Gris y al final vuelven a las cruces.
Por qué y cómo
Para María Claudia, “la verdad es construida desde lo que nos fue pasando y lo que fuimos aprendiendo. Al principio quedamos impactados; después comenzamos a descubrir la verdad, aprendiendo sobre obras, sobre negociados, sobre defensas. Construimos la verdad con pruebas objetivas. La verdad primero nos pegó. Entró el agua; nos inundaron. Nadie nos sacó, salimos cómo pudimos. De ahí en más, tratamos de conservar la memoria en función de esa verdad”. Y luego continúa “No nos importa nada. Donde nos tengamos que parar, vamos a decir la verdad: la que fuimos construyendo desde el principio. La plaza es nuestra. El espacio público lo hicimos nuestro. Fuimos protagonistas de la lucha por la justicia. Marchamos, acampamos en la plaza, dormimos, comimos asados, estuvimos en navidades y años nuevos. Hicimos nuestro el espacio público”.
Graciela agrega: “En Santa Fe la pacatería es algo que nos identifica, en cualquier barrio. Hemos ido moldeándonos. Por ejemplo, si se acerca un policía yo ya sé qué hacer. Antes de todo esto, a mí me llegaba una citación y me sorprendía; ahora ya no. A mí me hace feliz ir por la peatonal haciendo una marcha, o escrachando a alguien. Aunque lo esté haciendo sola. Pero más lindo es cuando salimos todos”.
“Los inundados con nuestra lucha vinimos a alborotar el gallinero”, continúa Graciela. “Porque hubo luchas de mucho tiempo, que no hay que olvidar: la lucha de los trabajadores, de los bancarios, de los maestros. La diferencia es que ahora, cuando ven cuatro o cinco inundados, ya saben que les vamos a alborotar el gallinero. Desde el poder, en todos los ámbitos, ya lo saben. No sé si somos temidos, pero le tienen miedo a lo que podamos decir”.
“Tienen miedo de que no tengamos miedo”, remata María Claudia.
Los símbolos
Según María Claudia, hay un punto de contacto entre ellas, mujeres que pelean en el espacio público, con las Madres de Plaza de Mayo: “Nosotras salimos a la calle porque se metieron con nuestro hogar y en ese hogar están nuestros hijos. Tocaron una cuestión muy íntima: nuestro hogar y ese otro hogar ampliado que es el barrio. Son cuestiones muy importantes; la casa y el barrio son la identidad”.
Uno de los símbolos de la inundación son las cruces blancas clavadas en el centro de la plaza. Explica Graciela: “Con las cruces queremos significar las culpas por las muertes provocadas por la inundación. ¿Quién provoca la muerte? No es caprichoso querer encontrar al culpable. En la medida que fuimos construyendo la verdad, las cruces tienen ese significado: señalar las culpas”.
Una de las frases escritas en esas cruces dice: “No podrán tapar sus culpas, las muertes los condenan”. Graciela completa: “Nuestro mensaje para la sociedad es que los inundadores tienen que pagar con cárcel”. Y cuenta que decidieron hacerlas de madera porque “es un material que se deteriora con el tiempo, como la memoria. Entonces, la propuesta fue comprometernos a cuidar eso que se deteriora, la cruz de madera, para cuidar la memoria y que no se deteriore”.
Sus historias
María Claudia Albornoz es peluquera, psicóloga social, militante barrial, activista por los derechos de las mujeres y referente principal de la Carpa Negra. Tiene 48 años y un hijo de 15. Vivían con la madre de María Claudia, que ahora tiene 87, en una casa de barrio Chalet. En ese barrio nació y allí volvió en 2002. El barrio nació como un plan de viviendas bajo el primer peronismo y fue creciendo como los barrios de los trabajadores, a fuerza de sacrificio. “Hasta 1959 se llamó barrio Sudoeste. Había canillas públicas donde la gente buscaba agua para sus casas. Y mucho barro” dice María Claudia.
Graciela García vivió siempre en barrio Roma, sobre calle La Rioja. Está jubilada, es bibliotecaria y trabajó como administrativa. Es hija de verduleros y recuerda con emoción el sacrificio que hicieron para que pudiera estudiar. En 2003 vivía con sus tres hijos, de 25, 22 y 13 años. Sus padres tenían 75 y 73 y vivían casa de por medio. Para Graciela, de la Marcha de las Antorchas, abril es especial: en ese mes cumple años y también ese mes murió su padre, en 2006.
Publicada en Pausa #111, miércoles 10 de abril de 2013