Reflexiones sobre el valor de la lucha de los inundados.
Hace unos días tuve la oportunidad (y el gusto) de compartir el aire de una radio con Héctor El Flaco Sanagustín, vecino inundado de barrio Roma en el 2003 y miembro de la Marcha de las Antorchas, que lucha día a día desde hace ya casi 10 años por que se haga justicia por las víctimas de la inundación y se castigue a sus responsables. Por supuesto que ante el testimonio de Héctor no hay más que hacer silencio, escuchar, estremecerse, reflexionar y admirar.
Su relato comenzó con las horas previas a la entrada del agua por Santa Rosa de Lima, con él como testigo de la sigilosa, lenta e incesante invasión del Salado a su casa. Salvó lo poco que pudo. Siguió por el recuerdo de sus primeros pasos en el reclamo de justicia y su llegada la Plaza de Mayo junto con el grupo del cual es referente. Esta lucha demoró en iniciarse ya que, como consecuencia del agua, Héctor fue postrado por una leptospirosis durante casi 45 días. Su primera salida luego del obligado reposo fue a la cancha de Colón. Luego, sí, siguieron las antorchas.
Una vez terminadas las anécdotas de los días bajo el agua, el Flaco reflexionó sobre las responsabilidades de los funcionarios que inauguraron un terraplén incompleto y que nunca terminaron y que, causalmente, fue por donde entró el Salado a la ciudad. Remarcó que además de las culpas de un grupo de individuos encabezados por Carlos Reutemann, Marcelo Álvarez y Juan Carlos Mercier, la inundación tiene sus orígenes en un modo de hacer política que caracterizó a la década del 90: desguace del Estado, privatización de sus empresas, neoliberalismo feroz y ausencia de políticas sociales y de obras públicas en beneficio de los ciudadanos más postergados. El ex gobernador y su ministro de hacienda son esa lógica hecha carne y es necesario no olvidarlo… y el Flaco y muchos otros luchadores, con su presencia, nos lo recuerdan.
Del párrafo anterior yo quisiera hacer sobresalir tres cuestiones. En primer lugar, que la inundación no fue la consecuencia del solo accionar corrupto de un par de tipos; sino que es lo que ocurre cuando hay todo un sistema político, social y económico destinado a ejecutar acciones que benefician los negocios del Estado con el sector privado y no se preocupan por el bienestar público. Es decir, cuando el Estado es corrupto y sus funcionarios también. Digo esto porque no hace falta un nombre propio en particular para que esto ocurra: es una lógica política lo que lo provoca, y en este caso, esa política se encarnó en Reutemann y Mercier, quienes no tienen argumento alguno para poder excusarse de su responsabilidad. En segundo lugar, al terraplén que quedo inconcluso en el noroeste de la ciudad, Reutemann y compañía lo construyó en el Poder Judicial: se aseguró el amparo de una justicia provincial que todavía hoy lo mantiene al resguardo de las denuncias en su contra. Y, en tercer lugar, ya es hora (y más aún luego de todo lo que se supo del accionar humano en esta inundación) de dejar de llamar catástrofe natural a una inundación cuyas consecuencias se podrían haber minimizado e, incluso, tal vez evitado (al menos las muertes y la cantidad de evacuados y pérdidas materiales). Llamar a lo sucedido catástrofe natural o “tragedia” también es lo que los responsables políticos de una ciudad bajo agua quieren imponer: si es natural, la culpa la tiene “dios”; si es una tragedia, entonces fue inevitable. Ya está comprobado que es falso e injusto seguir insistiendo en estos modos de denominar una inundación provocada por la corrupción estatal.
“¿Y hoy qué te moviliza a seguir luchando, Flaco?”, le preguntan los conductores del programa. Él responde que en un principio quería ver presos a todos los responsables de la catástrofe. Pero señaló que se encargaron muy bien de armar una justicia cómplice que les garantice impunidad (“Y la impunidad cansa”) y por ello hoy desea que llegue el día que escuche que estos corruptos sean castigados con una inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. Ni más ni menos. “Je, a veces mis amigos me dicen Quijote, porque de 100.000 evacuados a veces somos cuatro o cinco los que seguimos en la plaza”, remarca Héctor. Estos cuatro o cinco Quijotes tienen una cruzada contra molinos de corrupción, desgaste, resignación… Quijotes que nos han enseñado que el tiempo no acaba las batallas: las acaba el abandono, cosa que estos Quijotes, con extrema valentía e infinitos argumentos se niegan a aceptar… Y a pesar de que, en ocasiones, como contó en su relato el Hidalgo Don Héctor de barrio Roma, se sienta el agotamiento de espadazos contra las astas violentas de aquellos monstruos de madera y cemento, su lucha se siente, se vive, se multiplica en cientos de miles de santafesinos y santafesinas que, por ellos en la calle, tienen siempre presente que, hace 10 años, esos molinos infames fueron de agua y no de viento... Y que tienen haciéndoles frente a los Quijotes y muchísimos Sanchos convencidos y conmovidos por la justicia de sus batallas, defendiendo a conciencia el espíritu que estos caballeros han instalado en sus espaderos, nosotros, sus vecinos.
Publicado en Pausa #112.