Por Licenciado Ramiro
Hace algunas semanas circularon por Internet unos videos con imágenes de supuestas sirenas los que, además, varios noticieros argentinos reprodujeron como “El misterio de las sirenas”. También hace unos (cuantos) días fue el día del periodista.
Bueno, porque me tienen bastante podridito los que se dicen periodistas y sólo conducen programas noticiosos sin siquiera leer el esquema de la emisión –o, mucho menos, investigar un poquito sobre lo que informan–, voy a transcribir lo que encontré en mi maravilloso libro Almanaque de lo insólito Tomo I… libro del que por cierto se me rieron, y mucho.
En dicho libro hay una sección de curiosidades y de casos asombrosos que fueron investigados por otras personas. Tal es el caso de Thomas R. Henry, científico y escritor ganador del Pulitzer que publicó The strangest things in the Word, en el año 1958. Dicho libro es un compendio de las paradojas, curiosidades y contradicciones de la naturaleza. Henry, entre sus curiosidades descubiertas describe el caso de las sirenas, de la siguiente manera. “Los prototipos de las sirenas de las leyendas se encuentran entre los animales menos conocidos por los naturalistas debido a su hábitat submarino y a sus costumbres reservadas. Son los manatíes de la región del Caribe y las vacas marinas del Océano Índico.
Constituyen las únicas especies sobrevivientes del sirenio, o criaturas de la luna, parientes lejanos del elefante. Ambos tienen semejanzas con los rasgos faciales humanos; además, se alimentan irguiéndose en el agua, aletas extendidas delante de ellos como brazos y, algunas veces, la hembra sostiene a su cría en las aletas. Vistos a la distancia, tienen una curiosa apariencia humana, que justifica los numerosos relatos sobre sirenas y tritones. Esto es especialmente cierto respecto de los dugongos –un ser del mar abierto, con cuerpo blanco, casi sin pelos–. Es extremadamente reservado y no ha sido capturado vivo casi nunca. Cuando uno es empujado a la playa o capturado en la red de algún pescador, causa un miedo supersticioso entre los nativos. Los manatíes no son de apariencia humana y son bastante más conocidos. Estos animales raramente aparecen sobre el agua a la luz del día. Prefieren pasar, rozando la superficie, a la luz de la luna, lo cual hace más notoria su apariencia humana que ha dado origen a la leyenda de las sirenas. Una de las pocas personas que estudió estos animales de cerca, O.W. Barrett, explorador norteamericano, cuenta lo siguiente respecto de los manatíes:
«El animal es bastante común en la mayoría de las aguas frescas de los ríos, sus afluentes y las lagunas a lo largo de la costa este de Nicaragua (…) Familias compuestas por una vaca, un toro y una o dos crías generalmente (…) surgen de un rebaño de 10 a 50 o más animales que viven en cierto trecho del río, ocultándose durante el día y dispersándose por la noche, aunque unos pueden verse alimentándose a la luz del día. El cuerpo se mantiene casi vertical mientras pastan con la cabeza completamente fuera del agua, mientras las aletas con forma de brazos empujan el pasto hacia la boca. El ruido que produce el enorme labio superior al golpear y el crujido de los grandes dientes, puede oírse desde una distancia de 150 metros o más, y se parece al que hacen los caballos al pastar. Los manatíes adultos tienen una longitud promedio que oscila entre los 2.75 y 3 metros. Algunos –presumiblemente hembras viejas- alcanzan los 3.60 metros.»
Un animal mucho más aislado, es la verdadera sirena de la leyenda –el dugongo de mar abierto–. A diferencia del manatí, es un animal de mar y raramente se aventura en las aguas frescas de los ríos y las lagunas. Pocos naturalistas han visto realmente uno de estos animales. La sra. Barrett encontró por primera vez uno en Mozambique, cuando algunos pescadores nativos cogieron en su red lo que ellos describieron como “una mariposa blanca”. Estaban aterrorizados y sintieron alegría al deshacerse de su presa entregándosela a un herrero italiano. Este hombre embalsamó toscamente al animal, lo colocó en un rústico ataúd y lo envió a Johannesburg, donde alquiló un salón de exposición e hizo una fortuna exhibiendo la única sirena, legítima, mitad pez, mitad humana.”
Como verán, el relato no hace mención al canto hipnótico de las mismas. De todos modos, querido lector, si alguna vez se encuentra al mediodía o por la nochecita con algunos de estos especímenes, entre los canales de su televisor, baje el volumen… No se arriesgue a quedar atrapado en una realidad de ensueños, engaños, ficciones e ignorancia a la que podrían someterlo estas hechiceras acuáticas desinformativas.
Ah, y volviendo al principio: un feliz día atrasado para los descubridores de sirenas.
Publicado en Pausa #115, a la venta en los kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.