Rio de Janeiro, 20 junio, la movilización y la represión policial, vistas desde la calle. Y cómo es el juego de los medios de comunicación para apropiarse de las demandas.
Por Carolina Castellitti.
La manifestación convocada para el jueves 20 de junio en Rio de Janeiro proponía una caminata desde la iglesia de la Candelaria, en el centro, hasta la Municipalidad, a 3 kilómetros en línea recta, sirviendo como eje una gran avenida que une los dos puntos, la Presidente Vargas. Con dos amigos llegamos caminando casi una hora después del horario marcado (las 5 de la tarde), y desde bastante antes de la Candelaria empezamos a cruzar muchísimas personas, la mayoría con remeras y banderas de Brasil, la cara pintada de verde y amarillo, y una cartulina en la mano. Casi todos tenían entre 18 y 30 años, eran blancos y estaban “bien vestidos”. Las cartulinas parecían responder a un llamado prácticamente obligatorio y al mismo tiempo excesivamente vago (las personas inclusive caminaban con fibrones en la mano y de vez en cuando se sentaban para escribir). Y las consignas también eran variadas: desde algunas bien simples, del tipo #vemprarua, estamos cambiando Brasil, “el gigante despertó”, “dejá de quejarte por facebook y salí a la calle”, “basta de corrupción”, “más educación y menos fútbol” hasta otras mucho más creativas, con rimas o ironías. Para un observador un poco atento y acostumbrado a interpretaciones políticas más o menos clásicas de una manifestación, las paradojas se sentían como cachetazos: en las mismas expresiones de repudio a Marcos Feliciano (diputado federal, pastor de una iglesia ligada a la “Assambleia de Deus”, conocido por declaraciones homofóbicas, racistas y misóginas), se acusaba a Dilma de “sapatão” (“tortillera”), exigiéndole “salir del closet”, o simplemente expresaban: “son tantos motivos que no caben en este espacio”. En los cánticos, seguidamente a un “sin violencia” y “Cabral vai tomar no cu” (en repudio al gobernador de Rio), de repente alguien comenzaba a cantar el himno y la multitud lo seguía emocionada.
Era mucha gente, que colmaba una avenida de cuatro carriles a lo largo de los tres kilómetros. Y lo que más nos llamaba la atención, es que no podíamos identificar la bandera de ningún partido político. Tratábamos de llegar más adelante, donde suponíamos iban a estar las personas políticamente organizadas, con consignas claras, de izquierda, pero nunca llegaban.
De repente, cuando ya estábamos bastante cerca de la Municipalidad, grandes grupos de personas empezaron a correr en sentido contrario, mientras algunas pocas intentaban calmar al resto y gritaban que no había que correr. En ese momento había mayor peligro de ser pisoteado por una multitud que alcanzado por una bala de goma. Nos sentamos, e intentamos que las personas se sentaran, pero fue imposible, el miedo ya se había diseminado y lo que todo el mundo quería era salir de ahí. Ese fue otro de los aspectos paradójicos: era una multitud pacífica, por no decir ingenua, y de repente lo único que se escuchaban eran bombas y más bombas. Medio perdidos, sin saber lo que estaba pasando “allá adelante”, empezamos de a poco a volver. Llegando a una región más tranquila, cerca del Teatro Municipal, donde las personas estaban más dispersas, nos acercamos a un bar con la intención de ir al baño y sentarnos a comer algo. En las escalinatas de un edificio al lado del teatro se empezaron a concentrar algunas personas de las que llevaban banderas de Brasil y cantaban el himno, mientras otras personas se sacaban fotos, cual atracción turística. En el bar había personas mayores, tomando lisos, comiendo papas fritas: el clima era casi festivo. Una de las personas que estaba conmigo demostró un espíritu visionario cuando, al terminar de expresar “no vamos a llegar a pagar la cuenta y la policía ya va a estar acá al lado”, empezamos a escuchar bombas nuevamente, pero esta vez al lado nuestro. El bar empezó a cerrar las persianas y, temiendo nuevamente ser aplastados por la multitud que corría, empezamos a caminar alejándonos. Así fue hasta que llegamos a casa, parecía que las bombas de la policía nos acompañaban de cerca, a donde sea que vayamos.
Cuando llegamos lo primero que hicimos fue prender la computadora (no tenemos televisor) para tener algo de información. Desde facebook, supimos que un grupo grande de personas estaban literalmente encerrados en la facultad de filosofía y ciencias sociales (que queda cerca de la Candelaria), porque la policía no podía entrar pero tampoco los dejaban salir. Supimos de una amiga que estaba en un bar cerca de donde nosotros estuvimos, cuando la policía tiró una bomba de gas lacrimógeno por una ventana. Los grandes medios estaban cubriendo paralelamente las manifestaciones pacíficas, según ellos, de otras ciudades; casi no hablaban de Rio. Pero por las redes sociales se avisaba que había mucha policía en la calle, que estaban dispersando a la gente de todos lados y que había que tener cuidado.
En ese momento empezamos a saber que realmente hubo una “línea de frente” más politizada, a partir de la cual se dio el confronto directo con la policía. No sabemos muy bien cuál acción fue la desencadenadora, pero la dinámica fue: bombas “morales” y de goma de parte de la policía, que avanzaba decidida para dispersar, piedras y destrucción (principalmente de bancos) de parte de los manifestantes, mientras corrían retrocediendo.
Las manifestaciones comenzaron en São Paulo el jueves 12, convocadas principalmente por la agrupación “Passe Livre”, en repudio al aumento de las tarifas de ómnibus. En Rio de Janeiro, aumentó 20 centavos a comienzos de este mes (con lo cual pasó a costar R$ 2,95), mientras el subte y el tren ya habían aumentado a principio de año (cada uno salía 3,50 y 3,10 reales respectivamente). Es decir, las manifestaciones surgieron específicamente para protestar contra ese aumento de 20 centavos, si bien los objetivos de esa agrupación apuntan a lograr un uso más democrático de la ciudad a partir de la consigna “tarifa cero”.
Esa primera manifestación en São Paulo fue fuertemente reprimida por la policía, a partir de lo cual proliferaron imágenes de manifestantes y periodistas heridos por balas de goma y golpes. En respuesta a esto, se dio un fenómeno muy particular, que definiría la evolución de esas protestas: los grandes medios de comunicación que hasta ese momento habían repudiado las manifestaciones, comenzaron a apoyarlas, y a “mandar” a las personas a salir de sus casas para reclamar por sus derechos. La población (sobre todo, la población blanca, de clase media) respondió a este llamado y comenzó a salir a la calle, reclamando por una protesta pacífica, “en contra de la corrupción y por un país mejor”. La lectura política que hicieron algunas personas de ese llamado y de esa respuesta resultó no ser tan “maquiavélica” cuando se empezaron a ver carteles pidiendo el “impeachment” para la presidenta Dilma Roussef.
Esa división entre los manifestantes, que la prensa difunde en términos de “vándalos” contra “pacíficos”, no hizo más que acentuarse, al punto de que hoy es posible interpretar la protesta en términos reclaman por los términos de las concesiones del transporte público, por la retribución a las familias removidas en función de las obras para la Copa Mundial, por la democratización de los medios de comunicación, etc.) y manifestantes de derecha (que junto con el “basta de corrupción” y “impeachment” a Dilma, reclaman contra todos los partidos políticos, llegando en algunos casos a hablar de un “Estado mínimo”, en contra de la Bolsa Familia” –el equivalente a nuestra asignación universal–, etc.).
Mi sorpresa ante los sucesos provino de una lectura bastante errada de los acontecimientos. El miércoles anterior a la manifestación, primero el intendente de São Paulo, luego el de Rio, y después los de otras ciudades, anunciaron la remoción de los aumentos en las tarifas. Inmediatamente muchas personas empezaron a festejar, mientras otros, menos conformistas, empezaron a anunciar que eso no significaba una victoria y que la lucha tenía que continuar. Mi pensamiento fue: la próxima manifestación, si es que va gente, va a tener un clima más bien celebratorio, y fin de la historia. Y sin embargo, pasó lo que pasó, desde los distintos polos del arco político izquierda-derecha (y, desde mi punto de vista, la mayoría a partir de una “sensación de incomodidad”, más bien poco reflexiva) las personas volvieron a manifestarse “por más”, si bien ese “más” adquiere un sentido muy diferente en cada caso. Nadie sabe muy bien qué va a pasar, pero después de ver militantes de partidos siendo atacados violentamente por “otros manifestantes”, los llamados de atención sobre el uso cada vez más anti-democrático de las protestas no parecen ser tan “conspiradores”.
Publicado en Pausa #116, a la venta en los kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.