Escenarios posibles después de los resultados del domingo
Por Juan Pascual
La paradoja del kirchnerismo sólo será disuelta por el tiempo y los panqueques. Es cierto que es la primera fuerza nacional y que sostiene su mayoría en el Congreso. Al menos en los papeles, porque le falta un elemento organizador: en 2009, eso era la candidatura de Cristina Fernández. Hoy, ¿quién aglutina para 2015?
Daniel Scioli ya expresó su voluntad en 2012. Pero Sergio Massa está en condiciones óptimas de generar una sangría que alcance, si su armado es realmente comprometido con la presidencia, no sólo a los legisladores, sino también a los gobernadores del PJ: el Frente para la Victoria será la primera fuerza nacional, ganó en 13 distritos y perdió (a veces, mal) en 11. Entre ellos, la Capital, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza, cinco provincias que deciden cualquier elección por su cantidad de habitantes.
Si Massa genera adhesiones suficientes ¿habría dos candidatos del PJ en las PASO 2015? Después de todo, tiene un balde de votos en la tierra misma de Scioli. Si Massa decide ir por fuera, ¿no fragmentaría el voto peronista? ¿Y qué hay de la nueva estrella del kirchnerismo más concentrado, el gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri?
Quienes esperan la sobrevida de la fragmentación del PJ son todos los líderes del radicalismo –y sus derivados– y el socialismo. El problema es que no queda claro si van a poder sintetizar tantos liderazgos en una sola fórmula, si bien el que parece picar en punta hacia ese lugar es Hermes Binner, quien deberá delegar su armado en el radicalismo. No se miente al decir que el socialismo es una fuerza de nivel provincial, por lo que para hacer pie en otros territorios habrá de abrir la mesa de negociación con el partido centenario: esa es su necesidad y, a la vez, su gran chance, acaso superior que las que otrora tuvo. Y el radicalismo no abrirá esa mesa sin demandar buenas prendas a cambio.
De no establecer una alianza con Massa, Mauricio Macri una vez más quedará inerme en la banquina del camino a la Rosada. Sólo podría erguirse como candidato nacional estableciendo lazos fuertes con los mismos gobernadores a los que apuntaría el dirigente de Tigre. La otra opción sería kamikaze: la dispersión de figuras estelares por las provincias sólo le redituó seriamente con Torres del Sel.
Entre las dentelladas, la agitación y lo que será una frenética zamba de pases, el cuerpo de toda la historia política iniciada en 2003 será revisado, hurgado, dado vuelta y profanado –no es mala palabra– de una forma, o con una intensidad, todavía desconocida: junto a las denuncias de corrupción se discutirán hasta las paritarias, junto a la preocupación por la desembozada inflación no faltará quien abogue por la privatización de la Anses, a la par de las críticas a la proliferación de entenados sobrevendrá, por qué no, una revisión de ley de medios. Es que sólo quedan dos años de aquello que se daba. Y no es de esperarse un barquinazo absoluto en la gestión oficial. Para ese cuerpo de historia política queda como guardia, entonces, la estólida continuidad de lo que se ha dado en llamar “el relato”.
Pero la gramática de la “batalla cultural” establece trincheras que se han borrado, por falta de un horizonte concreto que coincida con lo que propone. La repetición, a veces en tono de letanía, de los hechos de los últimos 10 años supo funcionar como justificación suficiente del futuro político si, justamente, esa posibilidad existía: allí el 54% de CFK en 2011. Ahora –siga convenciendo a más o menos electores– es en los hechos prácticos que ya no tiene más sentido la permanencia de la enunciación de los dichos del “relato” en su forma presente. Si la intención es sostenerlos, los hechos de los últimos 10 años han de ser narrados de otra manera. De primera, porque el oficialismo, en su declinación, puede llevárselos adheridos. De segunda, porque los términos del “relato” son los de una experiencia política y cultural muy diferente a lo que se esboza en los años venideros. Sus palabras y el lugar desde donde son dichas no coinciden con el código que puede establecer el liderazgo de Scioli, alguna vez fustigado desde la pantalla estatal. ¿Le será adosado Urribarri, con el mismo método que se utilizó para Mariotto, en una suerte de sobrevida residual de lo que fue la épica del 2009-2011?
Y ya que estamos, ¿cómo pensará Cristina Fernández, y su fuerza propia, en un futuro fuera del Ejecutivo?