Por Fernando Callero
[Capítulo anterior: Naturaleza]
Vinieron dos tipos de una empresa con una lanza y perforaron la tierra hasta que el sensor marcó agua. Después instalaron la bomba y el motor, todo en un rincón de atrás, entre la pared sur y un naranjo que ahora está estresado. El run-run del motor bombeador es la música que me acompaña por lo menos cuatro veces al día, depende de la estación. En invierno uno se baña mucho menos. Pero ya estamos en la época en que la bomba canta más seguido, incluso por las noches, cuando desvelado escucho que se activa el automático y se me ocurre fantasear si no habrá alguien más usufructuando la casa. Habitantes nocturnos. Los otros.
“Alguien está usando mi bomba”, dice papá oso. Salta de la cama y cuando prende la luz del baño la ve a Ricitos toda enjabonada, cantando bajo la ducha. Tranquilo, se vuelve a acostar. Es Ricitos de oro. Tiene que estar siempre bañada y gastar ajeno. En este caso agua y luz. Porque ese es el tema con la zona que queda fuera de cobertura. Y acá, en el extremo sur de Santoto, entrando a la Villa Adelina, todavía usamos esos equipos. Por poco tiempo más, por suerte. Porque además del gasto diario, está el mantenimiento de la bomba. Pero desde hace un año a esta parte, toda la espalda sur de estos terrenos, dan a una obra magnífica de la ingeniería humana. Un acueducto. Googleo ahora buscando datos más precisos y encuentro este titular...
...y este copete (con perdón de la palabra):
“Días atrás se colocó el caño más importante del acueducto, que cruza por debajo de la autopista Santa Fe- Rosario. La obra suministrará agua potable a Desvío Arijón, Sauce Viejo, Santo Tomé, Matilde, Sa Pereyra, Angélica, Susana, Rafaela y San Carlos. Los trabajos están valuados en 300 millones de pesos y estarían finalizados en 2015”.
Cuando se rompieron las correas, por friccionar tanto y mal, las aprendí a cambiar. Uno va a la ferretería, pide una correa y listo. Eso sí, te conviene llevar la rota así te dan una del mismo diámetro. Son unos objetos muy raros, una cara en vértice y la otra lisa, de una aleación casi irrompible de caucho y fibra textil. Hay que darse maña, pero enseguida se aprende a cambiarlas. Pero hará seis meses, se dio el caso de que la correa se gastaba enseguida, y el tipo que llamé para que revise el sistema me dio una noticia carísima. Que la perforación estaba chanfleada, que por eso friccionaba la correa más de un lado que del otro y que había que volver a perforar de nuevo. Lo que significaban tres lucas o más. Yo me resistí. Le dije al tipo: ¿No habrá manera de hacerla aguantar un rato, hasta que terminen esta obra que va a irrigar de agua dulce “como la de Santa Fe” a toda la región? Entonces el viejo pillo salió con que era un problema del diafragma. Abrió la tapa del bombeador y me mostró una especie de parche, también de caucho tramado, que hacía las veces de… ¿cachete? ¡Claraaaaroo! Los cachetes sirven para chupar, como el diafragma. La bomba tenía el cachete reventado, chupaba mal, colaba aire. Lo cambió y listo. Suspendimos la nueva perforación.
En la próxima columna les cuento cómo la chupaba la gurisa esa de la que en entregas anteriores tampoco recordé el nombre y me explayo acerca de este maravilloso Acueducto Arijón que me tocó en gracia tener de vecino.
Publicada en Pausa #127, miércoles 4 de diciembre de 2013
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