Luego de años de cuidar celosamente mi intimidad. Luego de atender a cada una de las supuestas políticas de privacidad y actuar en consecuencia. Luego de configurar en detalle lo que se puede ver o no ver de mi vida, lo que quiero que se vea y lo que no, y creer que, pues, era una persona reservada, sucedió lo impensado… Y sin que yo pudiera siquiera mover un pelo para evitarlo, toda lo anterior sucumbió como si hubiese pasado el tornado Luisito arrasando todo a su paso. Sí, mi mamá se hizo un Facebook. Y eso no es todo: ¡está aprendiendo a usarlo! Y bueno, qué le vamos a hacer.
Mi hermana la ayudó con la configuración y se le abrió todo un nuevo universo absolutamente desconocido: el de la informática. Bah, de a poquito va queriendo abrirse. Imagínense que después de casi 70 años sin saber ver a través de un monitor de pc, el aprendizaje no es sencillo… ¡y la enseñanza ni les cuento!
Y no, para nada sencillo. Hay una generación de por medio, lo que implica un tipo de paciencia especial… hay que tenerle paciencia a los viejos eh… y más cuando el viejo es tu vieja o tu viejo, valga la redundancia. El otro día fui a darle una mano (lo que implica la resignación absoluta) y muy a pesar de mi buena voluntad iba viendo el horror: triple clic sobre el ícono del Mozilla (ya le instalé el Chrome, sí) en el escritorio, pero con los dos botones del mouse al mimo tiempo; posicionarse en los recuadros de escritura bien… pero recién donde termina la frase “escriba aquí su comentario” porque sobre lo escrito, dice desde su lógica, no se puede escribir. Y desde su lógica, tiene razón. No encuentra las secciones a las que dirigirse para buscar a alguien o algo; y por ahí se pierde y no encuentra su muro… o bien le agarró el alzehimer y ya no se recuerda su nombre, no sé. Y cuando, bien al estilo maestro ciruela, le pido que repita una acción para memorizarla y hacerla hábito, me dice: “Esperá que no me acuerdo. Tu hermana me lo anotó en este cuadernito cómo era”. Sí, maneja la computadora desde un cuaderno escrito con birome.
Desde luego está suscripta a Pausa, pero ya le puse yo que le gusta el Facebook del periódico así que me debe estar insultando por escracharla de este modo. Si es que no tiró la notebook por la ventana y zafé que me odie hasta que le lea en papel la columna.
Pero tiene un par de cosas buenas también eh. Sí. Es casi tan mala onda como yo con sus contactos. Ya mandó a freír papas por privado a una amiga que le sugirió que podían ver las vidas de todos y, sobre todo, de sus hijos… y hasta comentarles en sus fotos que son unos “churrazos hermosos” y que nos gasten por toda la eternidad. Y tampoco acepta cualquier solicitud de amistad… por más de que se trate de familiares. Si a alguien salí sin la sensación de estar obligado a quedar bien con quien no quiero es a la parte tana de mi sangre, porca madonna.
Digresión obligada: recién me vino a preguntar unas cositas a mi casa y de paso aprovechó, entre sonrisas contentas, para decirme que estuvo practicando y movía la cabeza como significando “ahí va queriendo”, y entonces yo me siento una porquería de persona e hijo y de golpe me acuerdo que al segundo día de su estancia virtual le puso “Me gusta” a una publicación de la que estoy seguro no entendía muy bien a qué me refería, ya que mencionaba a algunas de las series que miro y al avión desaparecido no sé dónde. Y eso me hace dar cuenta de que todas mis paranoias sobre la privacidad, sobre alguna vergüenza que pueda sentir por algo que escriba en mi muro o los comentarios que ponga en mis fotos no son lo único que significa tener a mi mamá de “amiga” en Facebook (Además, vamos: los padres existen para que los hijos nos avergoncemos de ellos entre otras cosas, sino no serían padres).
Significa también otro modo de conocer a sus hijos, de estar al tanto de sus ideas, de lo que les va pasando, de lo que sienten, de qué se ríen, cómo se ríen y cómo son “fuera” de la familia. Es la posibilidad de conocer al hijo más allá del hijo, de conocerlo rodeado de sus amigos… de conocerlo adulto (yo tengo la hipótesis de que para los padres sus hijos nunca dejan de ser niños de 10 años), de conocer lo que otros creen u opinan de ellos… sentirse orgulloso o no por ello. Tener otro tipo de comunicación (aunque sea silenciosa) con esos niños que pertenecen a una generación de la incomunicación con sus padres: no conozco muchos casos de hijos que sean cariñosos con las palabras hacia sus padres; no he escuchado muchos “te quiero” de un lado o del otro… tampoco que intercambien ideas o sentimientos de manera cotidiana. De sentir ahí cerca, casi al lado, a esos niños que un día se fueron de la casa familiar (como debe ser) y que duermen en otros nidos. Y entonces pienso que tal vez, no se trate de conocer las vidas secretas de sus hijos, sino de decirle “buenas noches, que descanses” al hijo que ya no duerme en la pieza de al lado… y eso sí que bien vale toda invasión a cualquier idiotez que pueda publicar en Facebook. Buenas noches, ustedes también duerman bien.
Publicado en Pausa #130
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