Por Federico Coutaz
Hay una radio de cuyo nombre no quiero acordarme que se
dedica a cuestiones literarias. Extrañamente, y no tanto, su eslogan repite lo
siguiente: “La luz de la poesía enhebrándose con las palabras”. Estimo que esa
definición, con pretensión poética, se corresponde con cierta visión, cada vez
más difundida, según la cual la literatura tiene propiedades espirituales
nutritivas. Leer hace bien, como caminar o tomar mucha agua. Pero no quiero
extenderme en ese asunto ahora, sino ver más de cerca el aspecto cognitivo que
despliega esa metáfora.
dedica a cuestiones literarias. Extrañamente, y no tanto, su eslogan repite lo
siguiente: “La luz de la poesía enhebrándose con las palabras”. Estimo que esa
definición, con pretensión poética, se corresponde con cierta visión, cada vez
más difundida, según la cual la literatura tiene propiedades espirituales
nutritivas. Leer hace bien, como caminar o tomar mucha agua. Pero no quiero
extenderme en ese asunto ahora, sino ver más de cerca el aspecto cognitivo que
despliega esa metáfora.
Esa luz (luz divina) es el privilegio que pueden alcanzar
las palabras elegidas y ordenadas de manera correcta. De este modo, si un solo
poema llegara a tener la dignidad de recibir y refractar la luz de la poesía,
quizás no haría falta ningún otro, bastaría leer sólo ese, como se lee un texto
sagrado. La poesía como una luz, anterior, sustantiva y trascendental, una luz
que entra por la ventana y que no puedo dejar de imaginar como una luz de arco
iris en “un mundo color de rosa”, es lo menos poético y más repugnante que se
puede concebir.
las palabras elegidas y ordenadas de manera correcta. De este modo, si un solo
poema llegara a tener la dignidad de recibir y refractar la luz de la poesía,
quizás no haría falta ningún otro, bastaría leer sólo ese, como se lee un texto
sagrado. La poesía como una luz, anterior, sustantiva y trascendental, una luz
que entra por la ventana y que no puedo dejar de imaginar como una luz de arco
iris en “un mundo color de rosa”, es lo menos poético y más repugnante que se
puede concebir.
Prefiero pensar la luz como una chispa que puede lograrse
raspando las palabras como piedras. Es el lector quien puede chocar esas
piedras que el autor dispuso. La luz de los hombres es el fuego y en casi todos
los mitos fue robado a los dioses. Conocida es la imagen de Prometeo estaqueado
viendo cómo los buitres le devoran el hígado que insiste eterna y perversamente
en reconstituirse.
raspando las palabras como piedras. Es el lector quien puede chocar esas
piedras que el autor dispuso. La luz de los hombres es el fuego y en casi todos
los mitos fue robado a los dioses. Conocida es la imagen de Prometeo estaqueado
viendo cómo los buitres le devoran el hígado que insiste eterna y perversamente
en reconstituirse.
Otros buitres protagonizan un curioso mito guaraní. Eran
ellos los únicos propietarios del fuego hasta que un dios y un sapo lo robaron
para los hombres mediante un simulacro. El dios fingió estar muerto, cuando los
buitres vinieron a cocinarlo robó una brasa y la arrojó al sapo, quien luego de
dos (y no tres) intentos logró abarajarla y esconderla en el hueco de un árbol.
Por eso el fuego está en la madera y se obtiene trabajándola. Leer es frotar
esa madera, no hay luz sino oscuridad, mediante cierto trabajo, a veces, irrumpe
una chispa que puede convertirse en fuego.
ellos los únicos propietarios del fuego hasta que un dios y un sapo lo robaron
para los hombres mediante un simulacro. El dios fingió estar muerto, cuando los
buitres vinieron a cocinarlo robó una brasa y la arrojó al sapo, quien luego de
dos (y no tres) intentos logró abarajarla y esconderla en el hueco de un árbol.
Por eso el fuego está en la madera y se obtiene trabajándola. Leer es frotar
esa madera, no hay luz sino oscuridad, mediante cierto trabajo, a veces, irrumpe
una chispa que puede convertirse en fuego.
Publicada en Pausa #132, miércoles 23 de abril de 2014
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