Según la ONG Stop Street Harassment, el 90% de las jóvenes de 19 años ya sufrieron acoso callejero y una de cada cuatro niñas de 12 años ya ha vivido un episodio de acoso en la vía pública. No importa si la frase es “Sonreí, sos muy linda para estar tan seria”, que a más de uno podría parecerle inocente, o la incalificable “Te rompería el orto hasta que sangres”, todas son formas de acoso, son palabras y acciones no deseadas de parte de desconocidos, en lugares públicos, que están motivadas por el género, que invaden el espacio personal y son irrespetuosas e insultantes para las mujeres.
Durante la Semana Internacional del Acoso Callejero, la organización “Acción Respeto” empapeló varias ciudades del país con carteles que reproducían frases agresivas contra la mujer bajo el eslogan: “Si te incomoda leerlo, imaginate escucharlo”. Una campaña que además se viralizó en las redes sociales, dándole mayor repercusión y fuerza.
Social y culturalmente el piropo está aceptado como una forma de galantería y caballerosidad, o al menos esto es lo que esgrimen gran cantidad de hombres cuando se los acusa de acosadores. Micaela di Leonardo, autora del libro La Economía Política del Acoso Callejero explica que “a través de miradas, palabras o gestos, el hombre afirma su derecho a entrometerse en la atención de la mujer, definiéndola como un objeto sexual y obligándola a interactuar con él”.
“Desde edades tempranas todas las mujeres son objeto de este tipo de comentarios agresivos e intimidantes, prácticamente todos los días de su vida. Esa es la realidad de muchísimas mujeres en su vida diaria”, dice Acción Respeto en su perfil de Facebook. Las personas, muchos hombres pero también muchas mujeres, que ven esta campaña como exagerada y acusan a quienes la llevan adelante de histéricas, locas, feas, sólo revelan con esa actitud lo naturalizada que se encuentra esta forma de violencia. “La capucha y los auriculares son su escudo de cada día”, dice un afiche que llama la atención sobre cómo el acoso callejero condiciona la manera de vestir de mujeres y niñas; mientras otro muestra cómo este mismo tipo de agresiones las obliga a cambiar su recorrido o temer circular solas por las calles.
El terror a ser violadas es una sensación que sólo las mujeres sentimos y que la mayoría de los hombres jamás podrá entender, aunque muchos lo intenten. Ese temor es cada día palpable en las calles cuando, sin importar la edad, la forma de vestir o si estemos peinadas o despeinadas, jadeantes “señores”, acosadores, descargan sobre nosotras sus más íntimos y repulsivos deseos que lejos, muy lejos, están de halagarnos o hacernos sentir lindas y deseadas.
Publicada en Pausa #132, miércoles 23 de abril de 2014