La calle, por José Luis Pagés
Al salir de la clínica extiende un brazo y un taxi se
detiene. Que es una persona aprensiva, ha dicho el médico. Los resultados de
los análisis son dudosos. El chofer le pide que se acomode de una vez y cierre
la puerta. “Perdone”, agrega, “pero acaban de asaltarme. Me pusieron un
cuchillo acá, en la garganta”. Promete pasarles por encima. No volverá al
laboratorio porque es tarde, pero pasará por el mercadito. “La gente que se
queda callada como usted debe estar del lado de los chorros, ¿no?”. La frenada es
brusca. Paga, baja y tropieza con una escena inesperada: un albañil pelea con
una enorme hormigonera que atrapó su camisa entre los engranajes. Cierra los
ojos y, cuando los abre, el obrero mira la manga hecha jirones. Entra al
mercadito y se detiene ante un mostrador. El carnicero fuma, no habla y a causa
del humo lo mira con un solo ojo. El pucho se consume en su boca. Siente el
impulso de contar el incidente entre el hombre y la máquina, pero el carnicero
pone en marcha la picadora, el motor aturde, la ceniza cae en el amasijo de
carne. Al llegar a su casa cierra con doble vuelta de llave, pasa el cerrojo y
pega un ojo a la mirilla. Allá afuera cree ver una figura humana. Le falta el
aire, le cuesta respirar. Llaman a la puerta.
detiene. Que es una persona aprensiva, ha dicho el médico. Los resultados de
los análisis son dudosos. El chofer le pide que se acomode de una vez y cierre
la puerta. “Perdone”, agrega, “pero acaban de asaltarme. Me pusieron un
cuchillo acá, en la garganta”. Promete pasarles por encima. No volverá al
laboratorio porque es tarde, pero pasará por el mercadito. “La gente que se
queda callada como usted debe estar del lado de los chorros, ¿no?”. La frenada es
brusca. Paga, baja y tropieza con una escena inesperada: un albañil pelea con
una enorme hormigonera que atrapó su camisa entre los engranajes. Cierra los
ojos y, cuando los abre, el obrero mira la manga hecha jirones. Entra al
mercadito y se detiene ante un mostrador. El carnicero fuma, no habla y a causa
del humo lo mira con un solo ojo. El pucho se consume en su boca. Siente el
impulso de contar el incidente entre el hombre y la máquina, pero el carnicero
pone en marcha la picadora, el motor aturde, la ceniza cae en el amasijo de
carne. Al llegar a su casa cierra con doble vuelta de llave, pasa el cerrojo y
pega un ojo a la mirilla. Allá afuera cree ver una figura humana. Le falta el
aire, le cuesta respirar. Llaman a la puerta.
Publicada en Pausa #134, miércoles 28 de mayo de 2014
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