Por Adrián Brecha
Estas líneas podrían empezar dedicándole al Sr. Lanato un
improperio como el siguiente: “Gordo, ¿por qué no te haces coger por un
mamut?”. Pero eso no sería lo correcto. La diversidad llegó a Facebook y Jorge
dice la verdad cuando dice lo que piensa: “Vos decís que uno es lo que se
siente. Si yo vengo y te digo que yo soy Napoleón y te exijo que digas que nací
en Córcega y digo que soy emperador de Francia, ¿vos me tratás como tal?”.
Autentica falacia de falsa analogía. ¿Qué tiene que ver el petiso francés con
la identidad sexual y las seudopolíticas de integración de la multinacional de
letra F? Pero el soberano del cuarto poder siguió, porque la testosterona no
tiene limites: “Hablando de los documentos, ¿por qué hay que poner sexo? Vos
sos una persona, después, con quién te acostás, es un problema tuyo. Esto que
te den el documento de mujer y sos trava. No sos una mina, sos un trava con
documento de mina. Yo no te voy a discriminar (para ser completito tendía que
haber agregado que tenia un amigo trava) te voy a dar trabajo, pero no sos una
mina”, opinó el dogor. Después habló de la Ley de Identidad de Género que permite a las
personas cambiar su nombre en el DNI. “Cuando a Flor de la V le dan el documento y dice
‘soy mujer, soy madre’, disculpame: no sos, en todo caso sos padre”. El
discurso del converso no tiene ninguna fisura, él es un testigo del discurso
imperante. Como testigo, da testimonio, o sea hace una testificación, y deja su
testamento. Según dice la etimología de la palabra testigo, tiene raíz en
testículo. Cuenta la historia que los ciudadanos romanos, cuando eran llamados
ante un tribunal para declarar sobre algún asunto de importancia, reafirmaban
la validez de su juramento de decir la verdad llevándose la mano derecha a los
genitales; es decir, juraban por su virilidad. De ahí que se dijera que “daban
testimonio”, que eran “testigos”. Téngase en cuenta que en muchas épocas de
Roma, como luego en otras sociedades durante siglos, la palabra de la mujer no
era válida ante un tribunal o lo era mucho menos que la del hombre. Hoy,
aparentemente, vivimos en otro tipo de sociedad o al menos lo intentamos, pero
siempre el faloparlante va a buscar tener la razón. No es fácil, lo sabemos, es
una lucha con uno mismo, con sus pares y con un discurso que nos atraviesa
desde que nacemos.
improperio como el siguiente: “Gordo, ¿por qué no te haces coger por un
mamut?”. Pero eso no sería lo correcto. La diversidad llegó a Facebook y Jorge
dice la verdad cuando dice lo que piensa: “Vos decís que uno es lo que se
siente. Si yo vengo y te digo que yo soy Napoleón y te exijo que digas que nací
en Córcega y digo que soy emperador de Francia, ¿vos me tratás como tal?”.
Autentica falacia de falsa analogía. ¿Qué tiene que ver el petiso francés con
la identidad sexual y las seudopolíticas de integración de la multinacional de
letra F? Pero el soberano del cuarto poder siguió, porque la testosterona no
tiene limites: “Hablando de los documentos, ¿por qué hay que poner sexo? Vos
sos una persona, después, con quién te acostás, es un problema tuyo. Esto que
te den el documento de mujer y sos trava. No sos una mina, sos un trava con
documento de mina. Yo no te voy a discriminar (para ser completito tendía que
haber agregado que tenia un amigo trava) te voy a dar trabajo, pero no sos una
mina”, opinó el dogor. Después habló de la Ley de Identidad de Género que permite a las
personas cambiar su nombre en el DNI. “Cuando a Flor de la V le dan el documento y dice
‘soy mujer, soy madre’, disculpame: no sos, en todo caso sos padre”. El
discurso del converso no tiene ninguna fisura, él es un testigo del discurso
imperante. Como testigo, da testimonio, o sea hace una testificación, y deja su
testamento. Según dice la etimología de la palabra testigo, tiene raíz en
testículo. Cuenta la historia que los ciudadanos romanos, cuando eran llamados
ante un tribunal para declarar sobre algún asunto de importancia, reafirmaban
la validez de su juramento de decir la verdad llevándose la mano derecha a los
genitales; es decir, juraban por su virilidad. De ahí que se dijera que “daban
testimonio”, que eran “testigos”. Téngase en cuenta que en muchas épocas de
Roma, como luego en otras sociedades durante siglos, la palabra de la mujer no
era válida ante un tribunal o lo era mucho menos que la del hombre. Hoy,
aparentemente, vivimos en otro tipo de sociedad o al menos lo intentamos, pero
siempre el faloparlante va a buscar tener la razón. No es fácil, lo sabemos, es
una lucha con uno mismo, con sus pares y con un discurso que nos atraviesa
desde que nacemos.