La emergente adolescencia me encontró un mediodía de Sábado Taquilla que hacía de Soda un recurrente número uno de su ranking: “Lo que sangra”, “La ciudad de la Furia”, “Un millón de años luz”, “(En) El séptimo día” y, como no podía ser de otra manera, “De música ligera”, alternaban con Bon Jovi o los New Kids on the Block el top rank. Yo hinchaba, desde luego, por el cantante del trío que aparecía con galera y traje ante la mirada enamorada de su mejor público: el chileno.
Luego, vino el oscurantismo. La adolescencia plena y con ella el rock que, según mi ídolo musical de aquel entonces, era sucio y feo… y Soda era prolijo y limpio. Ergo, era el enemigo y había que eliminarlo. De ahí hasta que volvieron como un revólver disparándole a mi cabeza, hubo silencio.
Además, mentiría si dijera que soy el fan número uno de Cerati o que me sé todas sus canciones. Así y todo, su música y sus discos, en general, me gustan. Pero no es ese el punto. Los párrafos anteriores fueron la añoranza de una época que pasó; fue. De todos modos, que no me considere su fan no me impide reconocer –como en pocos otros músicos populares– que el tipo fue aprendiendo y transformándose a sí mismo a medida que iba sintiendo otras necesidades, intereses y gustos. Y encima, al menos para mí, eso significó una notable evolución. Desde el pop y los pic nic en los 4tos pisos a “La ciudad de la furia”, pasando por el disco Canción animal completo, llegás a Sueño Stéreo y decís: “Ya está, listo. Cierren y pónganse un kiosco. Descansen como si fuera (En) El séptimo día”. No les faltó nada. El tipo decidió que en el mejor álbum de la carrera de una de las bandas más influyentes de Latinoamérica era hora de decir chau. Es como si Roger Federer vuelve al número uno del ATP y dice que se retira. Gloria absoluta. Pero no... estos tipos no se pueden quedar quietos y necesitan de la gloria por la gloria misma. Son su Dynamo.
Lanzó una Bocanada y si no supiéramos que era Gustavo Cerati, el tipo que fundó Soda Stéreo, lo primero que se te viene a la mente es “¿Y este fenómeno de dónde salió?” Sonidos eléctricos e incluso más rockeros que todas las bandas chabonas siglo XXI y de algunas consagradas de los 90, me hicieron admirar el espíritu creativo y aventurero de un tipo que escuchaba solo ocasionalmente.
Con 51 años y creo que casi 30 de artista, nunca dejó de producir y reinventarse. Lo único que lo frenó fue un accidente cerebrovascular. Así y todo, siempre estuvo por detrás de músicos como Fito Paez y Andrés Calamaro a la hora de ser considerado para el podio. Fito en el 91 descubrió la fórmula y después de Circo Beat se dio cuenta que copiarse a sí mismo era un bodrio y hace 20 años casi que no puede salir de su propio
personaje. Calamaro la descubrió unos años después y, aunque sacó discos simples, dobles, difundió gratis sus temas por internet, nunca dejó de sonar a Calamaro.
Por eso Mollo es un gran músico y amigo de Cerati: el autor de “El 38”, diez años después escribió la mejor balada del rock argentino de los últimos 30 años: “Spaguetti del Rock” y ocho años más tarde la superó con “Amapola del 66”.
Mollo y Cerati se dejaron guiar por sus intereses, en un mundo donde dependen necesariamente del otro: su público. En un submundo, el rock, donde todos los que te escuchan están esperando siempre lo mismo de vos. Y las discográficas también. Otroletravaladna (léanlo con un espejo en la mano) es la prueba empírica de cómo los que están en contra de Internet le exigen a los músicos no cambiar nunca. “Salió un disco del carajo”, recita Arnedo en una de las canciones de dicho disco y en respuesta a la exigencia de sacar un LP que suene igual a La era de la boludez. El boludo, se ve, no entendió nada.
En fin, lo distinto es la desaparición, perder la popularidad y, muchas veces, quedarte sin trabajo. Eso, a Cerati y Mollo, no los detuvo nunca y por eso siguieron produciendo y sorprendiendo y agrandándose cada día más. Hasta que, al primero, la naturaleza le quitó la fuerza.
Esto no pretende ser ni un homenaje ni un obituario. Hay tipos que sí saben de música, que sí escucharon a conciencia a Cerati y que pueden hablar de él con mayor autoridad que la mía. Son sólo apuntes, sensaciones, admiración y respeto por un tipo al que me pasé la adolescencia deseándole la muerte. Es un insulto al pelotudo que fui y que, tal vez, siga siendo. Por suerte, me di cuenta a tiempo.
Publicada en Pausa #141, miércoles 10 de septiembre de 2014.