La calle, por José Luis Pagés
Llovía a cántaros aquel día y el agua que corría calle abajo
se llevaba todo. La señora Teresa estaba acodada en la ventana cuando vio pasar
al mayor de los Sánchez. Arrastrado por la fuerte correntada el muchacho
agitaba los brazos, pataleaba. Un poco después pasó una rata como tripulante
único de un cajón de manzanas. La señora Teresa se cubrió la boca para sofocar
un grito de espanto. Hacía frío aquella mañana, pero ella estaba en la ventana
esperando al cartero, como todos los días, durante diez largos años. ¿Le
traería el temporal una noticia del frente? Un poco más tarde pasó una gorra
gris seguida por un reguero de cáscaras de naranja. Por fin algo que el agua
traía a los saltos le llamó la atención. Asomó por la ventana la nariz, húmeda
y rojiza, y se inclinó peligrosamente
sobre el torrente. Examinó aquello. Era un enorme huevo blanquecino, con algo
oscuro que se agitaba en su interior. La señora Teresa lo dejó pasar. Se
incorporó y desafiante miró a los cielos. Arreciaba el temporal. Hizo ¡Hum!
Luego se retorció el bigote y cerró la ventana. El cartero se aferró a la reja.
Llamó con desesperación hasta que por fin el agua se lo llevó y como todo en
aquel día también a él lo tragó una boca de tormenta.
se llevaba todo. La señora Teresa estaba acodada en la ventana cuando vio pasar
al mayor de los Sánchez. Arrastrado por la fuerte correntada el muchacho
agitaba los brazos, pataleaba. Un poco después pasó una rata como tripulante
único de un cajón de manzanas. La señora Teresa se cubrió la boca para sofocar
un grito de espanto. Hacía frío aquella mañana, pero ella estaba en la ventana
esperando al cartero, como todos los días, durante diez largos años. ¿Le
traería el temporal una noticia del frente? Un poco más tarde pasó una gorra
gris seguida por un reguero de cáscaras de naranja. Por fin algo que el agua
traía a los saltos le llamó la atención. Asomó por la ventana la nariz, húmeda
y rojiza, y se inclinó peligrosamente
sobre el torrente. Examinó aquello. Era un enorme huevo blanquecino, con algo
oscuro que se agitaba en su interior. La señora Teresa lo dejó pasar. Se
incorporó y desafiante miró a los cielos. Arreciaba el temporal. Hizo ¡Hum!
Luego se retorció el bigote y cerró la ventana. El cartero se aferró a la reja.
Llamó con desesperación hasta que por fin el agua se lo llevó y como todo en
aquel día también a él lo tragó una boca de tormenta.