Maestro de la escritura oral, el “Chuca” Claudio Chiuchquievich y sus músicos enamoraron a su audiencia en Uh lalá.
Con expectativa de sorpresa pero con la confianza de siempre, un brote de saxo, guitarras y poesía se prendió alrededor de cada oído presente cuando desde las 22.32 Claudio Chiuchquievich recobró y recitó un compendio de sus célebres Polaroids (aguafuertes delineadas para radio, textos escritos para ser oídos) a cuento de un motivo organizador: el amor. Uh lalá, el bar de calle La Rioja, habilitó las reservas antes de lo previsto pues el público no quiso masticar el ansia en casa.
Como fenómeno histórico, podría decirse que el de la lectura atraviesa en este tipo de espectáculos una nueva forma de suceder: la experiencia del lector recibiendo las palabras desde el aparato fonador mismo del autor, y no desde el impacto visual de un libro, dota de textura a los textos cuya entonación y ritmo “van acomodándose en tiempo para entrar en forma con la música”. Entre el cielo y la tierra (de Skay) abre paso al ritual en el que Chuca saluda a la multitud presente en cada uno de los concurrentes.
Egoísta, posesivo, obsesivo y apasionado el sentimiento amoroso que también es recreador, de un día al siguiente muda las maneras y se vuelve a alojar en nosotros en clave tan precisa pero tan frágil que cuando sucede es mejor que no hables de tu amor, porque se escapa con tu aliento.
“Para venderlo formal diríamos que esto es como una jam de música en la que yo busco ingresar en el ritmo, es un ritual cuya propuesta es ponernos en papel de aventureros del instante y que recorramos todas las perspectivas de un mismo sentimiento. Si dijésemos que son seis los rostros posibles, con aproximarme a cuatro, por lo menos yo ya estoy”, sopla Chuca junto con una bocanada cigarrera un rato antes de empezar. Durante casi 40
minutos transcurre el primer acto, break. “Money”, de Pink Floyd. El gemelo Lucas Fornillo apenas espía una partitura pues se pierde de memoria en el mástil de su instrumento estilo E 335 (de esas guitarras grandes como la de B.B. King) y no necesita más que el canal limpio mientras Martín Testoni no dejó nunca de inventar solos a partir del silencio.
Alain Badiou fue donde más veces se encontró el poeta para agregar fundamentos a su defensa (y también a sus embates). Oscar Wilde y aquello de que es a la vida y no al artista ni al público lo que el arte refleja a través del lenguaje que se refriega y llena cavidades e invita a erotizarse como Roland Barthes se animó a sugerir. Máscaras que espejo es el libro en curso de Chiuchquievich, un hacedor de radio que se forjó en el oficio de escritor oral y cuya publicación se dilata a medida que no cesan de incrementar sus “cuatro estaciones” que no sólo hablan de amor, también de fútbol, de “política o peronismo” pero también de él, de mí y de todas nuestras multitudes.
Publicada en Pausa #144.