El agnosticismo de JLB no fue impedimento para rechazar la invitación de Bergoglio. Algo habrá tenido que ver la costumbre, la promesa bah, de un "Padre Nuestro" diario que le tenía jurado el escritor a su madre. Aprovechando entonces la víspera del medio siglo de aquel encuentro entre Borges y el entonces profesor Bergoglio, el escritor y filólogo santafesino Santiago de Luca promovió en conjunto con Leonardo Nardín, rector del Colegio Inmaculada, la visita de María Kodama al lugar a propósito de disertar acerca de “Borges y el misterio”. Participaron además Rogelio Alaniz y Luis Mino.
Esa visita del 26 de agosto de 1965 fue no poco trabajosa para un Borges que dos días antes había cumplido 65 años: según calculaba, sería su último cumpleaños con el don de la vista. Esa condena de la genética fue la que lo ayudó a tomar la decisión de no engendrar descendientes a su linaje sino a través de la escritura. Todos esos detalles, revelados por su amigo Adolfo Bioy Casares, explican por qué un veterano renegado de la religión se tomó la molestia de sortear tamañas dificultades como operar boletos con letras chiquititas, cédula de identidad, vestirse, arreglar la valija, todo en procura de cumplir con ese compromiso con la literatura al que lo desafió el futuro Papa.
Durante el preámbulo a la exposición central, se enumeró cierta cantidad de textos dedicados a la profesora y presidenta de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, y más tarde, en boca de De Luca, se esbozó una advertencia: “es importante que no nos obstinemos en descifrar enigmas que seguramente seguirán siendo tales, es importante que nos entreguemos al asombro de lo que se evoca, de la arquitectura de esos laberintos que no proponen recorridos lógicos o racionales, pues lo sagrado, cuyo punto de partida es la fe, también es necesario”. El santafesino, autor de una decena de libros y colaborador del Instituto Cervantes, completó la presentación sosteniendo que “alrededor de la producción borgeana sobrevuela la idea de que los secretos divinos que nos afanamos en desentrañar cargan con la cualidad de lo eterno, imposible de trasladar al lenguaje, que es sucesivo”.
El ex Cine Garay, actual auditorio de la casa de estudios, reunió a unas 200 personas frente a una proyección estática del autor clavando hacia lo alto la vista estéril, herencia simbólica parar Kodama que, miope, se resiste a usar anteojos mientras reniega de la insuficiente luz: “El yo verdadero no experimenta cambios, no está sujeto a las condiciones de espacio y tiempo. El místico no cabe en esa lógica”, sentencia Kodama, tácitamente refiriendo a su pareja, que montado a su narrativa desandó gramáticas divinas en el lomo de un tigre, aventura y desventura de personajes inmortales, recorridos bifurcados, refutaciones del tiempo, siempre en persecución de un origen cuyo argumento nunca acaba de completarse: el universo imaginado como una biblioteca.
El mundo entero comprimido en un objeto aleatorio (El Zahir), el tiempo todo contenido en una letra hebrea (El Aleph) o la síntesis del mundo en algunos versos (Ajedrez, Poema de los dones) se posicionan como posibilidades sugeridas para dar cuenta de misticidades representadas en clave laberíntica, cuyo núcleo no permite más que rodeos: “ya está puesto en El idioma de los argentinos (1928), donde emerge la idea de que aquel conocimiento que hoy custodiamos como certero mañana puede comenzar a alargarse sin freno. Así como la idea de infinito pudo haber sido una insípida equivalencia de inacabado; ahora es una de las perfecciones de Dios en la teología (…) y una verdadera intuición al mirar al cielo.”
La relación con otros escritores como Macedonio Fernández y la conclusión de un guion cinematográfico relacionado con la historia de Venecia fueron algunas dudas que el público pretendió evacuar mediante consultas a Kodama, cuyos “viajes y planificaciones y ponencias he asumido desde el amor. Volviendo a sus textos, a repensarlo a través de las reuniones y de los eventos como este, en el que ustedes me están acompañando es que encuentro mi modo de seguir cercana a él, como cuando compré la Fundación Borges para conocer el lugar donde había escrito mi cuento favorito: El jardín de senderos que se bifurcan. Ese modo de comunión, siento yo, es lo que me hace sentirlo todavía vivo”, se confesó ante la consulta de Pausa.
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de Santa Fe y Santo Tomé.