La calle, por José Luis Pagés
Daban una de misterio y llovía de primavera cuando se
encontraron en el cine del barrio aquel.
encontraron en el cine del barrio aquel.
Según lo convenido ella vestía blusa y zapatos rojos, él
saco blanco y corbata azul. Se acercaron. Él saludó con una ligera inclinación
de cabeza, ella sonrió, apenas.
saco blanco y corbata azul. Se acercaron. Él saludó con una ligera inclinación
de cabeza, ella sonrió, apenas.
Afuera quedaba el aguacero y un cielo gris rasgado por el
restallar de la tormenta. Era ella, bonita, pero con una sola mirada –anónima y
fugaz–, lo recorrió como el filo de una navaja.
restallar de la tormenta. Era ella, bonita, pero con una sola mirada –anónima y
fugaz–, lo recorrió como el filo de una navaja.
Las luces de la sala parpadearon y enseguida se apagaron. “¿Trajo
el adelanto?”, preguntó. Ella no respondió, pero abrió la cartera y retiró un
sobre que él tomó con la mano izquierda. En el sobre encontraría la foto y
algunos datos del “innombrable”, como ella lo había llamado. También las llaves
de su departamento y un cheque al portador.
el adelanto?”, preguntó. Ella no respondió, pero abrió la cartera y retiró un
sobre que él tomó con la mano izquierda. En el sobre encontraría la foto y
algunos datos del “innombrable”, como ella lo había llamado. También las llaves
de su departamento y un cheque al portador.
Las cortinas se abrieron y en la pantalla apareció una
escena nocturna, una avenida donde cientos de personas solitarias caminaban en
distintas direcciones, nadie hablaba, ni mi miraba al otro.
escena nocturna, una avenida donde cientos de personas solitarias caminaban en
distintas direcciones, nadie hablaba, ni mi miraba al otro.
Él hizo el ademán de abandonar la butaca y ella lo retuvo
con una mano helada. Él vio su perfil, el mentón y la nariz afilada apuntaban
al centro de la escena. Tampoco se volvió hacia él cuando le pasó una caja
pequeña, pesada. “Es suya”, dijo, “Está a su nombre”. Él la guardo en un bolsillo
interno. Ella se puso de pie y se alisó la pollera, luego se agachó y le
susurró al oído. “Suicidio ¿Entiende?” y desapareció.
con una mano helada. Él vio su perfil, el mentón y la nariz afilada apuntaban
al centro de la escena. Tampoco se volvió hacia él cuando le pasó una caja
pequeña, pesada. “Es suya”, dijo, “Está a su nombre”. Él la guardo en un bolsillo
interno. Ella se puso de pie y se alisó la pollera, luego se agachó y le
susurró al oído. “Suicidio ¿Entiende?” y desapareció.
Media hora más tarde dejó el cine, nadie había muerto,
todavía. Ya no llovía y el pavimento reflejaba las luces de los faros.
todavía. Ya no llovía y el pavimento reflejaba las luces de los faros.