Ríos

Médula, por Fernando Callero
El doctor Ríos mira las lechuzas sentado en la bicicleta
fija que da al ventanal. En realidad no las mira, ni tampoco propulsa los
pedales. El doctor está enfermo y aquejado de una profunda depresión que lo
tiene continuamente aletargado. Quizás remuerde su pasado de dador de salud
ahora insoportablemente revertido en objeto de necesidad. Se niega a colaborar,
estalla en insultos hacia las enfermeras y contra los médicos jóvenes que le
ordenan tratamientos con los que no puede parar de disentir. Viaja propulsado
en su silla de ruedas con restos de alimento colgando de sus mostachos y su
calva suda odio contra su destino de paria cerebral. La cabeza de Ríos está
mal, su dechado de saber que durante años le otorgara prestigio médico ahora es
una máquina descangallada. La razón lo abandonó y ahora está sometida a unos
artesanos del nervio que la manipulan de acuerdo con dudosos criterios de
avanzada.
Don Ricardo Ballera pasa por detrás y lo saca del ensueño
con un bastonazo. Va practicando la locomoción con un bastón canadiense,
acompañado de una terapeuta. Tiene 70 y pico y en pocos días obtendrá el alta.
Un par de semanas de prueba en San Lorenzo, con su hijo menor, para finalmente
reunirse con su mujer en su casa de San Luis. Es uno de los pocos internos que
todavía le guarda respeto a Ríos. A pesar de su fama de viejo pendenciero, Don
Ricardo conserva el humor, le dice despertate viejo puto. El Doctor Ríos sonríe
y finge trabarle la marcha con un zarpazo. Qué hacés tigre. El Doctor continúa
pedaleando un rato hasta volver a su estado de esfinge. Durante las comidas
retira el plato lleno con desdén y a lo sumo come desganado la banana del
postre. Ballera lo soporta a su lado, de otra manera comería solo, y lo
alienta. Dale, comé, que te vas a poner peor. A vos lo único que te gusta es la
banana, trolo. Y el Doctor sonríe de modo imperceptible, como si recordara una
alegría muy lejana. La camaradería.
Publicada en Pausa #150, miércoles 25 de marzo de 2015.
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