El show de los 90

A raíz de una confesión que no pienso hacer pública, en una
cena con amigos y otras gentes que me cayeron muy bien, derivamos en la típica
conversación de un grupo de personas mayores de 30 (y el hijo de una de ellas
que se aburría como ostra mientras tanto) que rememoran los ’90. No, no nos
pusimos a hacer un análisis político del menemato, ni de los perjuicios a
futuro del 1 a 1. Díganos irresponsables, sí. Está bien. Era sábado, había
lisos y nos estábamos riendo mucho. Además de irresponsables, somos frívolos,
¿y?
Desde luego, una de las primeras cosas que recordamos fue la Brahma a $0,85 en la
góndola del súper. Es la típica. Uno de los presentes, muy acertado, dijo que
eso costaba un 20% de desocupación. De no haber sido porque ya me miraban feo
después de mi confesión, le hubiese contestado que para eso existía la Diosa también, y que era más
barata. Años antes de mi ingreso en la cerveza, en el kiosco de la galería que
estaba enfrente al Teatro Municipal, me compraba una latita de Coca y una
bolsita de palitos de la selva por un peso. Salíamos los sábados al boliche con
cinco mangos y tirábamos toda a noche. Sí, obvio: cinco mangos era plata. Y más
si tenemos en cuenta que “los sueldos eran de $300”, como dijo uno de los
camaradas amigos. Pero no se trató la charla de cuestiones monetarias que,
encima, pueden hacerle hacer comparaciones odiosas e injustas a algún
desprevenido. En los ’90 vivíamos como el culo y punto. Y si uno no vivía como
el culo, al lado tenía a diez que sí.
La cosa tenía más que ver con lo que consideramos un hito
fundamental de la década del tiragomas. Algo que dividió en dos dicho decenio:
el jarrón del Guillote. Sí, el Cóppolagate. Mauro Viale, uno de los peores
relatores de fútbol de la historia, inauguraba una selva (ruido de animales
salvajes), televisiva. Con el Diego a la cabeza, el juez Bernasconi (que
terminó en cana por manipular pruebas y plantar la droga) y un séquito de
“Guillotitas”, el estudio de Mauro por momentos parecía el de Titanes en el
Ring, aunque con un alto porcentaje de luchadores suspendidos por doping
positivo. Samanta Farjat (toda la noche se la aguanta), Yayo Cozza y Natalia
Denegri (¿Quién se la puso al final?), comandaban el staff de notables inútiles
que casi hacen desaparecer el dormir la siesta de la cotidianeidad argentina.
(Investigando para esta columna descubrí que Denegri es una destacada y
premiada personalidad filantrópica del periodismo latino en Miami. No, no es
joda.)
Siguiendo con lo más bizarro de los ’90, A la cama con
Moria, era el programa donde iban todos los políticos del menemismo a desnudar
sus intimidades, un ratito después de decir en el programa de Neustadt cómo nos
iban a mandar a la ruina absoluta en un par de años. Neustadt, lectores
veinteañeros, era más malo que Walter White y Francis Underwood juntos. Silvia
Pérez, Susana Romero, Divina Gloria, eran otras huérfanas de Olmedo, aunque
mucho menos afortunada que la otrora jurado del concurso de baile de Tinelli.
Tinelli, que me recuerda los torneos de pulseadas y de balero de La noche del
domingo, del misógino erudito Gerardo Sofovich, interventor de la televisión
pública durante la primera presidencia del riojano.
“Ya no hay programas humorísticos”, lanzó una de las
parroquianas y eso nos transportó a Juana Molina, Antonio Gasalla y una
selección de cómicos hoy muy difícil de reunir (algunos porque están muertos
también): Tortonese, Urdapilleta, Juan Acosta, Daniel Aráoz, Verónica Llinás y
Atilio Veronesi, Magazine for Fai, de Mex Urtizberea y una troupe de
adolescentes talentosísimos.
Pero lo bueno dura poco, como todos sabemos. Y alguien
volvió a remarcarme lo de mi confesión. Y de vuelta a la berreteada nos
encontramos con el cierre de transmisión del Padre Ceschi y lo que yo nunca
creí que me iba a suceder. A uno de los presentes se le ocurrió contar que
Ceschi es chaqueño, que nunca vivió en Santa Fe y que las reflexiones del día
eran enlatadas y difundidas por canales de todo el país. Y para peor, eran unas
pocas que se repetían periódicamente. El 1 a 1, el cohete a Japón y el Padre
Ceschi, las tres grandes farsas del menemismo. Yo creía que me hablaba a mí,
que me deseaba un buen descanso a mí, acá nomás, en Canal 13, traidor farsante.
Encima no iba a repetir lo de la Brahma como para salir de
tanta desilusión con una sonrisa porque capaz alguien saltaba conque toda la
televisión que acabábamos de recordar se pagaba con la indigencia y el hambre
de más del 45% de los argentinos y nos íbamos terminar cagando la salida.
Y a los que me siguen preguntando por qué en el Pausa anterior
no salió la Hora Libre,
les respondo que fue porque vi algo que no me gustó. ¿Qué cosa vi? Prefiero
guardármelo, pero fue lo suficientemente grave como para decidir bajarme de la
publicación.
Publicada en Pausa #155, miércoles 3 de junio de 2015
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