Sofi anda en su silla girando por todo el gimnasio. Es difícil verla trabajar, pero su voz resuena todo el tiempo. Da indicaciones, discute con los terapeutas y nos hace reír. Tiene 20 años y su fuerte es un erotismo guarango que practica con todos los pacientes, de palabra.
Su cara es como una luna, labios rosa carnosos con brillo natural y unos ojos marrones que miran de frente. Tiene contextura rellena y es la que coordina las peñitas de los jueves en las que un grupo de pacientes se hace traer por familiares salamines, queso y otras delicias para alternar con la dieta de las nutricionistas. A jóvenes y viejos, les hace chanzas atrevidas, los invita directamente a coger, y ellos brillan en ese instante en el que su hombría es convocada detrás de los fantasmas de la postergación.
Hace más de nueve meses que está internada, aparentemente tiene posibilidades con sus piernas, pero es difícil verla entrenar. Parecería querer quedarse para siempre, cumpliendo su función: darse a la recuperación de los otros. Durante una sobremesa vimos en la tele un caso de un tipo que castigó a su pareja mujer hasta dejarla inconsciente. “Habría que empalarlo”, dije yo, “¿Vos qué opinás?”. “Más vale, ¿por qué te crees que estoy acá? Primero me atropelló con el auto, después me empepó con vino y como no quise coger me tiró de un tercer piso”. Y la dejó picando. Yo no quise seguir indagando, ya habría tiempo para enterarme un poco más. Acá tarde o temprano todo se termina sabiendo.
Sofi anda para todos lados con la Coca. Coca y la Vieja Mugrienta, como ella le llama, son dos nonagenarias que perduran de cuando la institución era un geriátrico y, como no tienen a nadie, las siguen albergando. Por eso quizás les cuesta tanto morir. Sofi liberó a Coca de la tiranía de Juana, la Vieja Mugrienta, de quien se dice que mató a la hermana y que, en su delirio, busca todo el tiempo a la Coca para para que vaya adentro con la bici. Adentro es la habitación que comparten y la bici, la silla de ruedas. La Vieja Mugrienta realmente tiene cara de mala, pero ya es inofensiva. Odia a la Sofi porque ahora no tiene a quién hostigar. Un par de veces Sofi la vio tirándole el pelo a Coca y le aplicó un par de cachetazos que la pusieron en su lugar. La otra noche Coca se quedó con nosotros de sobremesa y Juana cada tanto aparecía desde la pieza para llamarla adentro. Pero Coca ahora la ignora y sigue de largo hasta tarde con el grupo.
“Coca, vámonos”, le dice Sofi.
“Adónde”, grita furiosa la Vieja Mugrienta.
“A buscar machos”.
Publicada en Pausa #155, miércoles 3 de junio de 2015
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