Durante este fin de semana futbolero habrá un minuto de
silencio en todas las canchas del fútbol argentino. Esta vez el acto protocolar
con la pelota dormida en el círculo central y 22 jugadores con rostros serios
será una de las imágenes que recorrerán los resúmenes deportivos. En esta
oportunidad, para los santafesinos no será un motivo de pregunta: "¿por
quién es el minuto?". El minuto de silencio será respetado, tendrá
recuerdos, lamentos y profunda tristeza por la pérdida de un pibe que se crió
en nuestros barrios, en nuestras canchas y un día se consolidó en estadios de
Primera División.
Nacer en Santa Fe te obliga (te obligan) a tomar una bandera
por siempre, y con más o menos pasión decir soy de Unión o de Colón. Diego
Barisone tomó la roja y blanca, amó el fútbol, se entregó a esos colores,
defendió la camiseta de la que era hincha en el fútbol profesional, y hasta
tuvo la fortuna de formar parte de las últimas dos grandes alegrías de su club,
los ascensos de 2011 y 2014. Como si fuese una ironía la última cancha que pisó
en su Santa Fe natal fue la de Colón, hace apenas dos semanas jugó en el
estadio del eterno rival y le regaló una gran sonrisa a Lanús (victoria 2 a 1).
Una semana después jugó en Buenos Aires, luego de jugar para
el Granate regresó a nuestra ciudad para visitar a su familia y amigos, como lo
hacía cada vez que podía. La vuelta a Lanús jamás se produjo. La historia del
final de una vida joven ya todos la saben. Las miserias de algunos comentarios
y la morbosidad a la orden del día, también. Pero lo más importante es que en
la memoria de una sociedad futbolera quedará un tal Diego Barisone, un buen
defensor nacido y criado Unión, con un gran futuro en una carrera que quedó
trunca, una mejor persona y un futbolista que provocó algo impensado: el respeto
enorme y compartido del pueblo tatengue y también del sabalero.