Llego a casa de noche, vivo con mis padres. Es una casa
antigua con puertas de dos hojas de madera y una iluminación tenue. En el
comedor diario, pegado a la cocina –un ambiente bastante desordenado– están
mamá, papá y Martín Maigua, el editor cordobés. Me sorprende verlo ahí, pero no
tanto, porque en la conversación que iniciamos se manifiesta cierta cercanía:
“No tenía tu teléfono nuevo, así que vine directamente”, me dice. Noto que papá
y mamá están intranquilos, no tanto por la presencia de Martín, como al
principio se me ocurre pensar, sino por otra cosa que flota incómoda en el aire
y que por la visita no se alcanza a revelar. Llevo a papá a un aparte, trato de
que desembuche, se pone rojo de ira y sin decir palabra agarra una pala y sale
de la casa. Gran conmoción. Mi hermano, mamá y yo vamos tras él. Es un barrio
viejo, como un suburbio gris de no sé decir bien qué ciudad, un paisaje como de
novela porteña de los años 50, Marechal, Bioy Casares, Mallea, pero más gótico.
Casas viejas de estilo europeo oscurecidas por un hollín industrial. Un par de
cuadras y papá ya ha cometido un asesinato. Desaparece dejando la pala clavada
en la cabeza de un hombre que agoniza en la vereda de una casa con gárgolas.
Retiro la pala y con ella la boca completa con algunos dientes que quedan
pegados al metal ensangrentado. Mamá colapsa, me dice que ese señor es o era su
amante, pero que qué vamos a hacer. Cómo qué vamos a hacer. Entonces entiendo
que no quiere denunciar a papá y que es probable que esté pensando en
deshacerse del cuerpo. Miro la casa del tipo, hacia donde corría para
refugiarse antes de que papá lo alcanzase. Mi hermano no está a la vista, tengo
que hacer el trabajo solo. Mejor así, pienso, mientras veo cómo la boca con
parte del maxilar se despega de la pala y vuelvo a recogerlo tratando de que no
deje una mancha visible en la vereda. Salto la reja, pido a mamá que me ayude a
alzar el cuerpo, ella desde afuera y yo desde adentro. Después la mando a casa a
contener a Maigua que se debe sentir incómodo. Qué habrá hecho mi hermano. Qué
habrá hecho papá. Espero que no vaya a entregarse a la policía. Arrastro el
cuerpo y comienzo a cavar entre unos árboles.
Médula, por Fernando Callero
Publicada en Pausa #157, miércoles 8 de julio de 2015
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