Un lugar es (también) una práctica y un hábito

Por Estanislao Giménez Corte
Un lugar no es sólo una extensión física y/o una
organización de materiales. Tampoco es únicamente una pertenencia o un derecho
legal; es también, creo, y quizás mucho más que lo antedicho, una práctica, un
hábito, una costumbre. Sin pretender cuestionar la norma lógica del derecho, un
lugar es también lo que las personas hacen con él. Muchísimos santafesinos y de
otros sitios cercanos hemos disfrutado, en pleno centro, de un paisaje rarísimo
y mágico (unas ruinas, un cielo nocturno, unas luces como de película, un
ámbito como de ensoñación), para hermosas manifestaciones artísticas –música,
teatro, video, etc- en los últimos años. Sucede que muchas veces todos los
interesados y amantes de un lugar (los que hicieron ese lugar con sus
prácticas) no cuentan al momento de decidir qué hacer con él (no cuentan
legalmente, quiero decir). Hasta aquí, una parte de la discusión ¿qué cosa se
considera para la toma de decisiones? ¿Esas prácticas, pueden ser consideradas
un derecho adquirido?

La recuperación de los espacios públicos con fines
culturales, por parte de la Municipalidad y la Provincia, en los últimos años,
es un buen ejemplo de una política con un objetivo establecido, que todos
agradecemos, usamos y disfrutamos. La Iglesia ¿puede tomar esos casos como ejemplo
a seguir? Deberíamos considerar hondamente, para pensar este tema, qué sucedió
en las muchas décadas del “mientras tanto”. Mientras tanto, léase, mientras
nadie hizo nada, los artistas vieron en esa mole a medio elaborar un lugar
extraordinario para el desarrollo de propuestas artísticas. Lo que podría haber
sido un baldío o la nada misma se transformó, entonces, en un teatro a cielo
abierto, único en su tipo o muy raro. Sus posibilidades son infinitas y muy
bellas. Ya muchos colegas hablaron largamente de las altas condiciones
acústicas, de posibilidades escenográficas, de perspectivas visuales y demás.
Para mí lo más impresionante es esa estética de ruina a medio conservar que le
otorga una belleza visual notable (pensemos en cualquier lugar parecido;
exageradamente podemos recordar las ruinas conservadas de muchos sitios de
Europa).

La decisión de la Iglesia y el rol del Estado provincial son
aspectos bien polémicos de la cuestión, que han sido tratados por muchos
colegas con más y mejor información de la que yo dispongo. Quisiera, solamente,
insistir con esta idea: un lugar abierto al público y a las expresiones
artísticas es también de aquellos que lo hacen, no únicamente de remotos o
recónditos propietarios, cuya acción sobre el lugar en decenas de años fue
nula. Los usos sociales de las cosas no tienen que ver con la apropiación
indebida de las cosas, sino que establecen por propio peso un reconocimiento a
los que hicieron, construyeron, desarrollaron, mostraron y montaron sobre la
nada y ahora no quieren (no queremos) perder eso.

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