Ese día me hundí en el barro hasta los huevos, cosas de pendejo. Cuando me sacaron, una pata salió sin zapatilla y Don Arturo me surtió de lleno en la cara, mano abierta. Así perdí mi primer diente.
¿Te acordás?
Yo no me olvido más, se empieza a cortar la luz como en cámara lenta, los gestos se congelan y un segundo antes de la oscuridad te das cuenta de que en verdad la luz que se apaga es la tuya. Después hay un vacío, una nada, hasta que empezás a sentir el frío del metal y ves una luz chiquitita al final, estás adentro de un cañón, sos una pelotita como de ping pong pero gomosa, tu piel se pegotea en el metal frío, escuchás ecos, como voces de afuera, que rebotan, llegan vibraciones y después la explosión. Estás en tu cuerpo, empapado, despierto por un baldazo helado y el diente pasa, raspándote la garganta con gusto a sangre y a odio.
Don Arturo, viejo puto, otra vez me sacudió porque le pedí mayonesa “en mi casa se dice bayonesa” gritó con esa voz de tabaco y tierra seca.
Él último diente que perdió el viejo sorete seguro fue cuando se cayó del inodoro, tratando de levantarse, cansado de llamarme para que lo ayude, “ya está”, “ya está, carajo”, “Marco y la puta que te parió”, gritaba antes. Ya no necesitaba la silla, pero le había agarrado como amor. Capaz se dio cuenta de que no lo iba a ayudar, capaz se dio cuenta de que lo estaba desvalijando.
Era poca la plata, me fui a la ruleta, directo, caminando, puse todo al negro y pleno al 17, perdí, claro. La pelotita se arrastraba en los últimos números como si fuera de moco, como si le diera paja, 23 rojo, mi edad, 20 días en Jefatura.
Y no me preguntes por qué, pero te juro que un poco lo quería, yo no sé. De vez en cuando, todavía lo llamo para escuchar en el contestador su voz de muerto.
Floreció la escobadura ¿viste? Vamos a tener lluvia.
Publicada en Pausa #163, miércoles 14 de octubre de 2015