Después de un año muy malo, el Sabalero se ilusiona con la Copa Sudamericana a fuerza de goles.
Colón padeció la mayoría del año, recién en octubre el equipo empezó a “encontrarse”. Apenas una fecha para “Mostaza” Merlo, la billetera flaca y una conducción dudosa terminó en un hombre de la casa: Javier López. El “Alemán” nunca terminó de convencer y al ser de esta ciudad, muchos –incomprensiblemente– le exigen más. Acassuso, un club de la B Metropolitana, lo sacó de la Copa Argentina, y López lo pagó caro en el receso invernal. Llegó Darío Franco y nada cambió, al contrario. El rendimiento de Colón iba de mal en peor, hasta que un día la tabla del descenso le dijo “holis, ahora prestame atención”. Los sabaleros empezaron a mirar los partidos de Chicago, y el Torito ganaba y ganaba. Recién en los clásicos Colón brindó los primeros síntomas de recuperación, pero los empates sin goles no le alcanzaban para contagiarle confianza a su gente. En los últimos tres partidos sí apareció el equipo confiable, el que trataba bien a la pelota, el que ganaba con autoridad y goles. Se salvó del descenso y en la última fecha hizo saltar la banca cuando entró a la Liguilla pre-Copa Sudamericana. Y llegó la Liguilla y le hizo cuatro a Tigre en la mismísima tierra del “Tajaí” Massa.
Colón, que vivió el 2015 como un interminable proceso de angustia, sobre el final resolvió su conflicto, utilizó sus mejores herramientas y se hizo fuerte en sus propias virtudes. Ahora está ahí, a 180 minutos de una meta impensada y con una risa contenida que ya la podría soltar.