Devaluación, quita de retenciones y subsidios, la pobreza cero y la política como gerencia.
Después de la derrota en Santa Fe, un balotaje de victoria al ras en Capital Federal y tras el embarrado triunfo del peronismo en Tucumán, ¿quién veía a Mauricio Macri en la Casa Rosada?
A dos años de 2001, el 40% del electorado votó a dos figuras que gobernaron antes de la debacle, con las recetas que la produjeron. Uno fue dos veces presidente, Carlos Menem, el otro fue un fugaz ministro de Economía de la Alianza, Ricardo López Murphy. Néstor Kirchner se coló y así empezó un camino de 12 años.
¿Qué fue entonces de ese 40%? Tuvo sus avatares. Algo, al menos algunos cuerpos en común, tiene ese 40% con las enormes movilizaciones que jalonaron la oposición al kirchnerismo, desde que la violencia urbana tomó el nombre de inseguridad y el rostro de Axel Blumberg, hasta las plazas veraniegas que homenajearon al fiscal Alberto Nisman y encontraron en la presidenta a una asesina. Los cacerolazos se sucedieron desde 2012 y coparon grandes avenidas. El punto máximo y definitorio: el tercio de año que se fue con el lockout agropecuario, una histórica movilización en duración y ocupación del país. Su intensidad fue tal que, por extraños dos días, el cielo de la Capital Federal tomó el color de un Apocalipsis futurista por el humo que provenía de una inmensa quemazón intencional en las islas del sur entrerriano.
[quote_box_right] Quienes más difundieron las posturas de los equipos de Macri fueron sus opositores. Cambiemos abrevó del hartazgo por los modos de la discusión política. El activismo groupie oficialista y la contumacia de la “batalla cultural” hicieron bastante. Todo lo que le aportaron al 54% de 2011 se lo fumaron después, arriba de un púlpito de iluminados. Desde ese hartazgo Macri llamó a la unión de los argentinos, a cerrar “la grieta”. No se hable más de la política, es tiempo de asepsia gerencial. [/quote_box_right]
La cifra que falta para llegar a poco más del 51% apareció con los votos del peronismo más reacio al kirchnerismo (en Santa Fe eso se llama Reutemann, en Córdoba se llama De la Sota y Schiaretti, en Buenos Aires se llama Massa, en San Luis se llama Adolfo Rodríguez Saá). Dieron el marco cuatro años de estancamiento, en comparación a los ocho anteriores, y la inflación creciente, con poca pérdida de salario real y hasta un empate en 2015.
Del otro lado: 45% en 2007, 54% en 2011, casi 49% en 2015. El conjunto de voluntades que apoyan las políticas de Estado de los últimos 12 años también es contundente. El candidato sí fue el modelo: no hay equivocación en el casi único lema claro de la finalmente errática campaña oficialista. No de modo directo –habrá, como siempre, variados nuevos acuerdos y cambios de posición– el Congreso y los gobiernos provinciales tienen representación de ese volumen, que cayó derrotado este domingo.
El sistema de gestión será novedoso. Por primera vez en Argentina no manda el peronismo, el radicalismo o la fuerza militar, estructuras con antiguas raíces, organizadas y numerosas. Para empezar, hay un severo –y para nada trivial– problemita de funcionariado. Cambiemos pasa de gobernar una ciudad a domar la provincia de Buenos Aires y a mover los hilos de todo el país. Son cientos de miles de nombramientos, tienen que cubrir todos los cargos políticos. Se supone que la UCR prestará contenido a esos cargos. Pero el liderazgo es del PRO. Los rumores de aproximación a gerentes del sector privado, para incorporarlos a lo público, se suceden desde hace días. Como sea, Macri no va a liberar las zonas sensibles del Estado de su presencia directa.
La búsqueda de una gobernabilidad conjunta con el justicialismo es una necesidad para Macri. No sólo por los dirigentes, sino porque hay casi una mitad de la población que lo mira bastante mal y otra parte de la torta, más pequeña, que le creyó que iba a sostener los avances del kirchnerismo. Si eso implica que las políticas de shock que adelantaron los economistas de Cambiemos devengan en más graduales, es un misterio. Pero la devaluación es un hecho; hasta el 10 de diciembre, muchísima mano tendrá que meter el gobierno para contener la feroz presión sobre el dólar.
Un shock en el tipo de cambio es suicida. Quizá pase el verano, quizá pasen primero las paritarias o quizá el flujo de financiamiento externo se abra inmediatamente para poder contener, vía endeudamiento, un dólar regulado por el mercado. El Banco Mundial y los fondos de inversión especulativos norteamericanos ya dieron su aval y prometieron abrir la canilla. La devaluación gradual, como tal, está marcada como una gestión económica del gobierno que se va, dejando una muy restringida capacidad de vender dólares tras haber cumplido todos sus compromisos financieros internacionales, excepto los judicialmente ganados por los buitres.
Idéntico puede ser el proceso con el recorte de los subsidios en los sectores estratégicos y los servicios. O el achicamiento de la seguridad social. Es cierto: en la Capital Federal Macri practicó impuestazos y cierres generales de programas culturales sin temblores en la firma. Pero el país es un poco más volátil, en el sentido pirotécnico.
Para cuando lleguen estas medidas estarán corriendo los famosos primeros 100 días –me quedo corto– de apoyo al presidente. Se aprovechará el momento, también, para imponer la idea de una “pesada herencia”, cuyo espanto bordee las calificaciones del 2001. El tiempo de la concordia será una realidad, a diferencia del 2003 cuando el editor de La Nación, José Claudio Escribano, le hizo la lista de demandas a Néstor Kirchner apenas asumió –augurando incendios a fin de año–, mientras Mirtha Legrand le preguntaba por el arribo del zurdaje.
Después del 10 de diciembre todo el sistema de producción de sentido común que encierran los grandes medios de comunicación cantará en armónico coro. Eso tendrá un enorme impacto en la mesa familiar y en las voces disidentes al macrismo. ¿Será “régimen” el nombre audiovisual definitivo para los años que se fueron? Probable. ¿El país está totalmente quebrado, como nunca jamás, por el abuso de los fondos públicos? Eso se dice desde hace rato: un ajuste se cocina fuego lento. Y veremos más, ahora, cómo lo que el kichnerismo caratula de causas inventadas se llenan de pruebas, mientras la causas que Macri tiene encima devienen en fraguadas, todas. Lo veremos por Clarín y por el canal del Estado. Terminaron siete años de periodismo opositor ininterrumpido, sin fisuras y sin pruritos, algo inédito en la historia del género (no así las fuertes dosis de oficialismo y propaganda de Estado).
“Mi tarea es ayudarlos a que encuentren su camino de desarrollo personal”. Así definió Mauricio Macri en su discurso de triunfo su deber como presidente. La valoración del esfuerzo y la abnegación –ese éter conocido como “la cultura del trabajo”– se intersecta con la competencia con el otro. No es una frase de counching ontológico. Bueno, no solamente es una frase de ese tipo de autoayuda. Es una concepción de las relaciones sociales, de la cooperación y la solidaridad, y del individualismo. Cada uno por su lado. Te deja solito, mi alma, con el todo absoluto en el reverso. La sociedad sin fisuras, o la saturada repetición de Gabriela Michetti, antes de darle el micrófono al vencedor: “No hay nada que temer, todo es esperanza, todo es alegría, vamos a cuidar a todos los argentinos y vamos a gobernar para todos”.
Gobernar es decidir quién paga a quién y por qué. Es regular un conflicto incesante por la apropiación de la riqueza. “Gobernar para todos” es ocultar en favor de quién estás gobernando. Y gobernar para todos, en tanto suma de individuos es, de modo transparente, liberarlos a su destino y responsabilizarlos por el resultado. (Ahora, podés llegar a vivir el impacto de un ajuste como si fuera tu culpa. Te ayudaron y no pudiste crecer en tu camino. Esa es la pildorita que te manda a tragar la economía centrada en el mercado).
El eje puesto en la gestión pura como modo de hacer política tiene viejos antecedentes. Su primer lema fue There is no alternative, lo pronunció Margaret Thatcher. Lo siguió Ronald Reagan y, más cerca, Menem. La economía de Estado, que es una síntesis de las posiciones políticas y el proyecto social que lleva adelante un partido que gobierna, pasará a ser una mera contabilidad de lo inevitable. “No hay alternativa”. En el mercado, si no alcanza, no alcanza: cuando mandan por mano propia las desnudas potencias económicas sus decisiones se visten de matemática y fatalidad.
Los triunfadores del lockout de 2008 inmediatamente celebraron el resultado en varios comunicados; esta elección también cierra una etapa más de un conflicto tan antiguo que se remonta al siglo XIX. El mapa electoral refulge en amarillo en las zonas rurales y el único anuncio contante y sonante del presidente electo, en el día después, apuntó a eliminar las retenciones.
Cuáles serán las promesas que Macri cumpla dependerá de su vaivén ante las complejas contradicciones que planteó. Sacar las retenciones y bajar los impuestos no se condice con un faraónico plan de infraestructura en el norte o un millón de créditos hipotecarios. (Ah, gobernadores: a borrar de sus presupuestos la entrada del fondo sojero). La “pobreza cero” quizá tenga que ver con mantener las políticas de seguridad social, pero la devaluación y la quita de subsidios tendrá un impacto inflacionario que afectará hasta a los eslabones desprotegidos de las economías delictivas, los que se juegan en una motito para sobrevivir vendiendo merca, target obvio de una lucha contra el narcotráfico que promete Robocops derramados por las calles. Y así.
[quote_box_left] “Mi tarea es ayudarlos a que encuentren su camino de desarrollo personal”. Así definió Macri en su discurso de triunfo su deber como presidente. La valoración del esfuerzo y la abnegación, “la cultura del trabajo”, se intersecta con la competencia con el otro. Es una concepción de las relaciones sociales, de la cooperación y la solidaridad, y del individualismo. Cada uno por su lado. [/quote_box_left]
Quienes más difundieron las posturas de los equipos de Macri fueron sus opositores. Cambiemos abrevó del hartazgo por los modos de la discusión política. El activismo groupie oficialista y la contumacia de la “batalla cultural” hicieron bastante. Todo lo que le aportaron al 54% de 2011 se lo fumaron después, arriba de un púlpito de sordos iluminados. Desde ese hartazgo Macri llamó a la unión de los argentinos, a cerrar “la grieta”, un concepto acunado en los medios opositores. No se hable más de la política y sus tensiones, es tiempo de asepsia gerencial.
Los votantes de Scioli también ven “la grieta”, pero de otra forma. La generó el gobierno nacional, sí, pero por los conflictos que implicaron sus avances, los del Estado, en nuevos derechos económicos y sociales. Cada señalamiento y cada temor frente a los dichos de Alfonso Prat Gay, Carlos Melconian o Rogelio Frigerio –entre tantos otros– es, al mismo tiempo, la advertencia de que el conflicto social no se va a disolver, porque nunca cesa.
Sólo cambia la naturaleza de la trinchera.
Publicada en Pausa #166, miércoles 25 de noviembre de 2015