Qué hará el peronismo, en una intemperie que sólo conoció en 1983 (sin el país y sin Buenos Aires), es una incógnita con una certeza: 12.198.441 votos cosechó el oficialismo. Daniel Scioli era un candidato con la venia de CFK, y vicepresidente negociado. Y la campaña se centró en lo hecho en los 12 años de kirchnerismo tanto como en el riesgo de perder esas políticas de Estado. Poco margen tuvo Scioli para dibujar esperanza encarnada en sus propuestas. A esos 12 millones, se suman los diputados nacionales kichneristas: la presidenta intervino en la conformación de las listas y avanzó con estructura propia sobre el nuevo Congreso. Axel Kicillof, como el más conocido, o Marcos Cleri, uno local, no perderán a CFK como referencia.
En la contra, su práctica desaparición ejecutiva: de la Nación y el apoyo de la mayoría de las provincias al solo mando de Santa Cruz y algunos distritos del Conurbano. Una más: el Poder Judicial accionará sobre el gobierno saliente sólo con la venia del gobierno entrante. La inmunidad de los gobernantes, o su falta, es algo que decide la política, no los estrados. Y Macri ya dio venia de soltar a los caranchos.
¿Sergio Massa retornará a buscar mando? ¿Intentará remodelar una vez más al movimiento generando un nuevo liderazgo y otra forma más de peronismo? El justicialismo es flexible y tiene mecanismos internos para generar nuevas conducciones, lo hizo muchas veces desde 1983. Luder, Cafiero, Menem, Duhalde y los Kirchner le dieron su tinte, no todos desde la cúpula del poder. Sin embargo, también es cierto que el massismo carece de gobiernos para sostenerse e incidir. ¿Se ofrecerá Sergio Massa como el interlocutor de Cambiemos con el justicialismo, el ordenador institucional de esa relación? Esa elección depende más de Mauricio Macri que de él.
Boyando quedan el incombustible De la Sota o el díscolo gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, un as del tiro en el pie. Más temprano o más tarde, los gobernadores peronistas pedirán la escupidera: el electo entrerriano Gustavo Bordet mandó señales de inmediato. Algunos kirchneristas tendrán su cono de sombra o se volverán piñatas en mesas de programas de TV. Y las fuerzas de base, como las que reuniera Unidos y Organizados, tendrán el riesgo de cerrarse a la sola resistencia –tan imprescindible en las calles– y la tarea hacer avanzar el horizonte político que alguna vez –quizá hasta la estatización de YPF– el kirchnerismo amplió con épica e imaginación.
Publicada en Pausa #166, miércoles 25 de noviembre de 2015