Este año me propuse aprenderle el nombre a las plantas. No saber cómo se llaman no es tratarlas como es debido. Eso fue algo que me señaló una vez enojado el Fer, revisando algo que había escrito. ¿Cómo vas a poner “plantas”, como si fueran todas iguales?
Ahora voy al vivero y me fijo en los cartelitos, trato de memorizarlos: lobelias, prímulas, aster, calceolarias. Siento vergüenza de no saberme el nombre de muchos árboles de la isla. Algo parecido me pasa con los pájaros.
Mi hermano José y mi sobrina la Juli me enseñan de pájaros: chingolo, pirincho, monjita, negrucho, lechucita vizcachera... Paulo, Maxi, alguna gente de Alto Verde me enseñan de plantas. Así aprendí ñandubay, timbó, sangre de drago, aliso, chilca, canutillo.
Yo los escucho con avidez, me falta saber tanto, y escucharlos me ayuda a mirar. Escuchar ayuda a mirar. Vemos tan poquito por nosotros mismos. Hay que ensanchar el agujero por el que se mira: con amigos, libros, viajes, paseos, dibujos, películas, música, amor.
Ahora tengo un patio chiquito, pero de a poco lo voy poniendo lindo. Algunas plantas las compro, como el helecho; otras las robo, como el rayito de sol; otras me las regalan, como las rosas chinas o la yerbera.
Hace unos días lo llamé a Paulo angustiada por mi falta de verde, y él me recetó: dos ampelopsis y una bolsa de resaca de río. Cavar pozos de veinte centímetros lejos del sol, para que la plantita “camine” buscándolo y así tape la pared. La ampelopsis es una hiedra que, me aseguró, crece rápido, no necesita guía, y en invierno cambia de color: se pone roja. Yo las planté el otro día mientras Laura me cebaba unos mates.
Mi misión de convertir mi patiecito en un lugar frondoso y húmedo me llena de entusiasmo. Llegar todas las tardes y regar las macetas y canteros me da una inmensa alegría. Regar es un gesto de cuidado. Hay que suministrar la cantidad de agua justa. También hay que tabular el sol.
Yo siempre fui malísima con las plantas: me olvidaba de regarlas, las que necesitaban mi cuidado para crecer se me perdían entre las que crecen solas. Lejos de tener “mano verde”, siempre fui una pierdeplantas. Ahora tengo un poquito de miedo de que me pase lo mismo, pero le pongo esmero. Marcelo, el marido de Mariana, me dijo algo maravilloso: poné las plantas juntas, las plantas tienen que estar al lado de otras plantas.
Nunca hubiera pensado en eso, pero una vez que me lo dijo, me pareció elemental. Y me acordé de una palabra que me enseñó Silvina un día que remábamos por la laguna: biofilia. Todos los seres vivos necesitamos de otros seres vivos, necesitamos estar conectados con la naturaleza; sino nos enfermamos, crecemos mal.
Publicada en Pausa #164, miércoles 28 de octubre de 2015