La natación santafesina tiene su representante en las Olimpíadas 2016: Santiago Grassi.
“Están los que nadan en forma contenida, con apenas una patadita exánime y unas brazadas blandas, un estilo que rinde para hacer largos y largos. Suelen ser los más constantes porque ellos saben ahorrar sus fuerzas. Pero me aburro de sólo mirarlos. Pero también están los que nadan como asesinos: pura potencia y adrenalina, patadas olímpicas que salpican todo alrededor, brazadas que entran como hachas en un tronco viejo. Una euforia que no se sostiene y todo se va deshilachando al final. Como un amor de verano. Apenas terminan un largo pero están tan satisfechos con su cansancio que cómo despreciarlos. Están los que nadan bravos y están los que apenas se entregan”. Estas palabras fueron escritas por la periodista Josefina Giglio. Y hace algunos días atrás, cuando miraba los últimos minutos del entrenamiento de Santiago Grassi, no sólo recordé esta parte de un texto muy recomendable, además me di cuenta que estaba observando a un bravo, a uno que despliega potencia, a un olímpico, a un asesino serial del agua que se propone un objetivo, lo estudia, lo planea paciente y minuciosamente, se prepara para ejecutarlo y da el golpe certero en el momento menos esperado. El nadador santafesino Santiago Grassi es de esa estirpe, él lo sabe, es lo que eligió y en cada palabra demuestra orgullo de ser un “trabajador de la natación”.
El 2015 fue espectacular: en sólo cinco meses, Grassi bajó casi un segundo su marca. En marzo último marcó 52s94/100 y en abril rompió el récord argentino que ostentaba José Meolans (52s93/100) con un registro de 52s68. De ahí en adelante su único objetivo era lograr clasificarse para los Juegos Olímpicos 2016. Y el 16 de julio de este año en los Juegos Panamericanos lo consiguió, con un registro de 52s34/100. Esa marca le permitió colgarse la medalla de plata en Toronto. En agosto hubo tiempo para disputar el Mundial en Rusia, donde estuvo a 4 centésimas de su mejor tiempo. Pero a esa altura, el objetivo Río de Janeiro 2016 estaba en el bolsillo.
Ya es 21 de noviembre. A las 8.30 de la mañana Pausa se sumerge en la pileta del Club Atlético Unión. En el andarivel 3 está el mejor nadador santafesino de la actualidad. El pibe que apenas tiene 19 años tira sus últimas brazadas de un sábado que amanece soleado, pero adentro de la pileta climatizada todo está nublado, la bruma es parte del paisaje. Los otros chicos y chicas que entrenan en la misma pileta también le dan mayor densidad a un paisaje que se centra en un rectángulo celeste. Los profesores cada tanto pegan un grito. Se respira deporte, entrenamiento y cloro, demasiado para los que andamos afuera del agua.
Sabe lo que quiere
“Me di cuenta de que me gustaba esto a los 11 años –aprendí a nadar a los 6–, cuando quise dejar la natación. Le dije a mis padres que quería abandonar, y ellos me dijeron que no había problemas, pero que compita el último torneo el fin de semana (se corría acá en Unión). Hice una buena marca y por primera vez tuve la sensación de que me gustaba competir. Desde ese momento me metí en este mundo y me di cuenta que quería a la natación como deporte”. Es Grassi, el pibe que decidió vivir para nadar, “la natación como un estilo de vida”.
“El año pasado, cuando estaba en el último año de la escuela secundaria tenía que definir la carrera a seguir, y siempre pensé en continuar nadando a la par de una carrera universitaria. Sabía que los Juegos Olímpicos estaban en 2016, que iba a tener 19 años y que sería muy difícil entrar”. Hizo un alto en el relato y recordó que el año pasado “estaba a dos segundos de la marca para los Juegos de Río, por eso no lo tenía en mis planes, yo planeaba Tokio 2020”. Santiago hizo la marca clasificatoria en Toronto y todo cambió, y en menos de un año tendrá su bautismo olímpico en la “cidade maravilhosa”.
En la vida de Grassi las decisiones son tajantes a una edad temprana, “el año pasado dejé de concurrir a la escuela, iba cuando tenía que hacer un examen, me mandaban los trabajos prácticos por Internet, y todo eso me permitió terminar al día y ser el escolta de la bandera santafesina”. Concurrió a la escuela Niño Jesús, y de ella se llevó los mejores recuerdos, “desde chico tuve que viajar bastante y en la escuela me bancaron mucho, me contemplaron las faltas, me corrieron varios exámenes, les agradezco mucho y siempre me voy a acordar de ellos, porque desde la escuela me permitieron ser lo que hoy soy”.
Santiago lo tenía claro, “desde el año pasado tomé a la natación como un trabajo, yo me despertaba, iba a nadar y sentía que esa era mi oportunidad para mejorar”. El trabajador del agua empezó a cosechar su producción a fines de 2015, “bajé mis marcas y a principio de este año quedé a sólo 70 centésimas de los Juegos Olímpicos, mientras tanto estaba haciendo los cursos para la carrera de Administración de Empresas”. Y en el andarivel de la natación, el chico de Unión seguía bajando tiempos. Llegó una nueva reunión con sus padres, esta vez para plantear que “quería tomarme a la natación como un deportista profesional y olímpico, que se me adelantaron los tiempos y tenía la oportunidad de esforzarme a pleno para clasificar a Río de Janeiro el año que viene”. Desde marzo solamente se dedica a entrenar, “mí día a día transcurre en 8 horas de entrenamiento, 5 horas en el agua, una hora y media en el gimnasio, una hora en kinesiología y otra en fisioterapia, y cada 15 días voy a la nutricionista”. Luego de detallar su hacer cotidiano, tiró: “Es un trabajo que me apasiona”.
Chip olímpico
Hablar con Santiago Grassi es hablar con un deportista que ya compró el “chip olímpico”, el chip que sólo funciona en los deportistas de elite. “Soy emprendedor, me pongo un objetivo y quiero lograrlo cueste lo que cueste, disfruto eso”. Cuando apareció la palabra sacrificio, no dudó en afirmar que es algo que conoce “desde chiquito”, y agregó que siempre se dio cuenta “que la recompensa que se obtiene es mucho más grande que el sacrificio que se hace, nosotros tenemos una llamita por dentro que nos permite levantarnos a las 5 de la mañana para salir a entrenar, para quitarle horas a nuestras familias y a los amigos; es un estilo de vida diferente, pero es una cuestión de ser apasionado con lo que haces”. En referencia a este tema, no vaciló en destacar: “La clasificación a los Juegos Olímpicos fue la máxima recompensa que pude tener hasta ahora”.
La gloria también es ir por más, “ahora no me conformo con hacer presencia en los Juegos, quiero demostrar que Argentina tiene un buen nivel de natación y que de a poco vamos creciendo”. Ese crecimiento parece tener un nombre: Bill Sweetenham. “Argentina contrato a un entrenador australiano para que nos asesore, y empezó a cambiar la metodología de trabajo, nos empezó a cambiar la cabeza y nos convenció que teníamos material para estar entre los mejores”. Los resultados se dieron en un corto plazo y demuestran que “la inversión que se hizo con Bill Sweetenham es muy buena”.
Más Grassi
La charla fue extensa y entre tantas cosas, también le contó a Pausa que “el Enard (Ente de Alto Rendimiento Deportivo) “es muy importante para la preparación”; que “Federico Gabrich es el talentoso de nuestra generación”, que no disfruta del agua como la mayoría de la gente que se tira a la pileta como placer, “entrenar y competir es mi disfrute”; que no tiene pileta en la casa, que tiene pensado “estar en los próximos tres Juegos Olímpicos” y tendrá que ver cómo llega en el 2028, cuando tenga 31 años; que no le gusta el fútbol; que le gusta pescar; que no se perdería jamás la final de los 100 metros libres de atletismo; que en su mochila lleva un tensor para elongar, suplementos, dos o tres gorritos, antiparras, cuatro o cinco mallas, ojotas, alcohol boricado, la billetera, la llave de casa y los lentes; y que nunca fue a un psicólogo.
Publicada en Pausa #166, miércoles 25 de noviembre de 2015