La otra tarde, por algo que sería largo de explicar, terminé en el asiento del acompañante de una Fiorino blanca, buscando una ferretería en el norte de la ciudad. Mi chofer se metió por algunas calles que yo no conocía, y mientras miraba por la ventanilla esos barrios anestesiados, me di cuenta de que ya empezó la temporada de veredas: en todas las cuadras había gente sentada en la puerta de sus casas. Durante los meses de calor, los habitantes de los pueblos y las ciudades chicas, o los vecinos de barrios alejados del centro, pasan más de una hora diaria sentados en su vereda. Sillas de plástico, sillones plegables de caño, o incluso alguna silla del comedor mostrando su buen gusto a dos metros de la calle.
Me crié viendo gente sentada en las veredas y también pasé mucho tiempo sentado ahí. Los sentados siguen siendo los mismos. Algunas señoras salen solas con su silla, se quedan como radares monitorieando cada movimiento hasta que les agarra hambre (porque ni la oscuridad las espanta). También hay parejas: salen los dos al fresco y charlan como si estuvieran en la intimidad. Pasan vecinos en moto, levantan un brazo y saludan. Algunos se exceden. El otro día, a media cuadra de mi casa, vi a un señor hacer algo que no veía hace mucho tiempo: acercar el televisor a la puerta y sentarse en la vereda, de espaldas a la calle. Eran las nueve y la luz de su programa lo alumbraba, mientras la gente seguía viviendo atrás.
Los sentados nos dan a todos una lección sobre el tiempo: son casi monjes orientales, mimetizados con la naturaleza. Salen a la tardecita, el mejor momento del verano: el cielo cambia de color, los pájaros reviven, los árboles respiran y el planeta nos dice: mírenme, miren donde están parados.
Los que se sientan en la calle pueden ser testigos de lo que los otros no ven. Como en ese comentario publicado por una televidente en el sitio de un canal de noticias, Ovni en Gualeguaychú: “Sentados en la vereda pasando el rato cuando mi suegra Analía ve una luz y nos avisa para que miremos. Impresionante realmente no estoy segura de que era realmente lo que vieron mis ojos pero les aseguro que fue una de las cosas más raras que vimos. No creo que sea un helicóptero por que no hacia ruido y no parecía serlo. Un avión no era ya que no tenía luces de color verde ni rojas como las suelen tener los aviones. No se que vieron mis ojos pero su luz se apagaba y se prendía. Rarísiiimoo!!”.
Publicada en Pausa #167, miércoles 16 de diciembre de 2015
Foto: Juan Curto