Naciste para pillo, pero no se te dio, por ahora, todavía no se te dio y cortás fiambre, cargás cajas, sacás quesos, ponés quesos y botellas, todo el día. Cortás fiambre, cargás quesos y una a una te fumás las historias de las viejas más chotas, pesadas como carretas, como el reloj de plástico colgado en la pared húmeda. A veces ponés cara de monaguillo pero no te sale. Vos sos pillo, se nota y tarde o temprano en los ojos se te forma un brillo mínimo: ladino, decían los viejos.
Porque estás de vuelta, no como los gordos giles que esquivás toda la tarde en el pasillo angosto detrás del mostrador. Si te corrés mucho o abrís el codo, tirás un frasco con otro frasco arriba, de aceites, de aceitunas y un montón de otras mierdas. Transpiran manteca los gordos esos, ponen la joroba y transpiran manteca. Cuando podés la hacés, un poco, lo que dé, y manoteás o metés wasap y un par de secas. Mucho no, porque estás ahí y el rubio te bolacea si no cortás fiambre y esquivás gordos y escuchás las historias con cara de bueno y te nombra a tu vieja, por el nombre la nombra, todos los berre tiene ese pancho, vos no agitás nada: hacés conducta. No estás con la vagancia y el Beto no safó de coronda, de gato lava taper lo tienen al Beto.
El garrón es que las pibas te vean ahí, legal, con delantal, agachando la gorra; igual les tirás, alguna, siempre. O cuando viene don Tulio y después el rubio lo saluda y vos también y a él le dice chau Walter y a vos chau papá cuando ya se dio vuelta. Después el rubio dice, por lo bajo, que el turco hijo de puta vende milanesas de godzilla.
Y muchas veces alguna mujer pregunta o te pide chorizo o salamín o salchichón y vos por debajo del mostrador te agarrás la pija y un poco se nota, los gordos miran para abajo y el rubio sonríe, apenas.