Asumido el compromiso de escribir una relación filosófica con el recital de los Rolling del domingo 7 en La Plata, lo único que prometo es tropezar sin pisar el césped de la crónica del evento limitándome a describir, por así decirlo, los efectos relativos al plano sólo intelectual de la experiencia. Quiero decir, mientras mi amigo y corredactor cuenta las cosas desde el Campo, yo trataré de no descolgarme de la Platea.

Es que al tratar de pensar, de reflexionar o analizar conceptualmente la cosa, lo que sucede es una pura velocidad de referencias y citas a aceleración vértigo alrededor, más que de un hecho, de una condición puntual de imposibilidad, de increibilidad de eso de lo que se fue parte sin poder abstenerse ni escapar.

No alcanza y sobra

Porque en realidad lo que se ve es el sistema. El Sistema, nuestro sistema. Y no se puede creer: ahí danzante y sonante delante de uno está el Mercado –por nombrarlo con una síntesis que no le hace ni injusticia– a plena función circense derritiendo en un fracaso estrepitoso todas las herramientas críticas diseñadas para pensarlo e intervenir en él, para comprenderlo y transformarlo tanto como para defenderlo y reafirmarlo, lo mismo da, incluso aunque no sea radical sino parcial, relativa y perspectivísticamente, etc., etc., etc. Uno puede reenviarse al producto intelectual que desee, pero siempre lo hará con el regusto previo de que lo único infactible ante lo hecho por Jagger y Richards será interpretar –como no sea con el propio cuerpo e indefectiblemente hasta donde le dé.

Igual que los fuegos artificiales del escenario pero en el ámbito de la mente, saltan sin aviso y se incendian al instante famosas categorías y conceptos como el de industria cultural, por poner un lugar común como otros serían ya el de deconstrucción o microfísica del poder, o alguno de publicación más reciente y dispar y corredera de senderos muy alternativos –se me ocurre casi al azar la de crepúsculo del deber de Gilles Lipovetsky… Y por supuesto que nada, ningún preconcepto ni prejuicio importa, nada. Porque en realidad lo que sea que hacen lo hacen muy desde otro lado; desde una relación distinta con el lugar de donde salieron todas las categorías más cualquier novedad que se les añada. Y eso es lo que fascina hasta la insoportabilidad: que en el capitalismo tardío o posindustrial, en el neoliberalismo, en el Imperio o como quiera que uno lo llame, al final, sí era posible vivir.

Las transfusiones de sangre y el eterno retorno

Y si se quiere y todavía hay ganas se pasa al paso lógico dialéctico siguiente y se va a por un sitio más cerca del todo hasta preguntar: ¿tiene algún asidero, algún sentido considerar si los Rolling son o no contraculturales? ¿Cuál sería la prueba última, irrefutable, punto cero del debate, de semejante condición en la avejentadísima sociedad de nuestros días? ¿Estar dispuesto a morir joven?... Bueno, qué decir, ¿no?... Pero ni se trata del hecho de que en su momento hicieron todo para morir y no obstante no murieron. Podrían morir mañana los cinco –lo de Bill Wyman no refuta nada; por el contrario, sus outsiders 79 mistifican más todavía la naturaleza del grupo– y lo que estoy diciendo correría igual, porque no es que estén vivos, no es una cuestión de salud –la gran obsesión de nuestra sociedad del cansancio, para citar a Byung-Chul Han–, sino de actitud en el sentido más metafísico y espiritual y ontológico y vaya a saberse qué, que sólo resiste una metáfora y apenas, una casi intuición y un ni vestigio en el rush del insight más fortuito dable imaginar. Y vamos, por donde se nos ocurra adentrarnos: ¿entrenamiento? Sí, claro. Pero es otra cosa, sencillamente porque no hay entrenamiento, ni vida saludable ni cuidados de un equipo médico y nutricional de ninguna NASA que virtualice un segundo la maravilla de eso que hacen durante las mismas dos horas y media que extenúan a gente de treinta parada y alternativamente sentada en una tribuna con bancos con respaldo.

https://www.youtube.com/watch?v=0IhSnfyfUgU

Lo que hay es del orden de la gracia: no se aburren. De nada: no hay éxito ni logro ni poder ni cima ni pozo ni tedio ni nada que los harte, que los llene o vacíe. Y es eso, es esa mismidad que alcanzaron, esa identificación consigo mismos, lo que resulta literalmente increíble: nadie es más stone que los Rolling. Están en la tautología total, como del otro lado de toda repetición, y por eso hasta refutan la idea del eterno retorno de Nietzsche.

¿No están como no terminando nunca de desaparecer de una vez para siempre, que siempre vuelven pero como lo hacen quienes vuelven de la muerte, de la nada, de la última nada, de allí de donde no se vuelve, del ridículo, más la traición del show business más vendido, y más y más veces que nadie? No estoy diciendo que sean inmortales, sino al revés, que son los únicos que pueden y van a morir en un mundo que es el mismo que nos trajo a todos a esta fugacidad indiferente de nunca llegar a existir del todo.

La música, la risa, el presente

No es condenable ni como concierto musical eso a lo que uno fue: suena más que mal, pésimo –se cruzan, le pifian mil veces, en la mitad de los temas entran en cualquier orden, está todo mal ecualizado, inensayado de memoria, etc.–, y ni ahí te hacen nostalgiar absolutamente nada –para eso está y sobra youtube. Puro presente sin más remedio: una experiencia testimonial inimaginadamente única, porque encima lo que testimonian no es tampoco una resistencia heroica. No, peor, mejor, cualquiera: lo que aparece sobre el escenario es gente que ni siquiera desistió… Darse cuenta pero sin pensarlo. ¿Se entiende? ¿No? Ok: es que no hay nada que entender.

Si es cierto lo que dice por ahí Žižek citando a Benjamin, que el capitalismo es una forma de religión, los Rolling son los elegidos que pactaron con quien había que pactar para comprender ese hecho hasta elevarlo a forma espiritual, y desde allí, con eso, hacer lo que había que hacer. Y que burlarse sea quedar con la lengua afuera. De hecho al final del recital, de esa misa con el sermón más estentóreo e inaudible que uno pueda encontrar jamás, lo único que resta es una especie de más y non plus ultra, que mejora y empeora todo a la vez, como un satori pero del infierno ese que preferimos, como decía Twain, por la compañía: Keith solo, sobre el escenario, último en retirarse, las luces sobre él, mirando al público y saludando y riéndose, y luego riéndose más, mucho más, y después tentándose, pero de verdad, hasta recontra cagarse de risa delante de todos. ¿Y de qué se ríe Keith Richards y banca las consecuencias sin pañal geriátrico? Bueno, de que el Diablo le cumplió su deseo más ansiado: Mick Jagger va a morir joven.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí