Sportivo Norte, Cosmos y el árbitro recrearon un cuento clásico de Osvaldo Soriano.
“El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del valle de Río Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un estadio vacío. Estrella Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de borrachos en una calle de tierra que terminaba en la orilla del río. Tenía un equipo de fútbol que participaba en el campeonato del valle porque los domingos no había otra cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de las bardas y el polen de las chacras”. Con ese primer párrafo comienza el reconocido cuento del gran Osvaldo Soriano. Enmarcado en la década del cincuenta 50, caminando las inmensidades del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, el escritor patagónico construyó un relato autobiográfico desde el fútbol, el amor y una valiosa imaginación. El Gordo inmortalizó un relato que presenta conflictos sociales, generacionales, políticos y emocionales.
Si Soriano viviera y se enterara de una pequeña historia del fútbol que cruza –por varios kilómetros– la avenida General Paz de Buenos Aires, sin lugar a dudas le dedicaría unos minutos de su atención, y hasta podría tomarse más tiempo para escribir sobre una definición de un tal Cosmos de Santa Fe y Sportivo Norte de Esperanza.
En tierras gringas
El fútbol de los sábados y domingos de todas las ligas del territorio santafesino se sintetiza en un torneo que se llama Copa Federación. Entre todas las Ligas de la provincia se cruzan para que cada representante intente quedarse con el título. En esas andanzas de cuartos de final andaban Sportivo Norte y Cosmos. Los nietos y bisnietos de las tierras de los colonos son un pedazo grande de la Liga Esperancina y pueden mostrar la historia en cualquier bar que rodea la plaza San Martín y decir que Sportivo fue, en 1932, el primer campeón que tuvo la Esperancina. Los capitalinos no pueden viajar tanto en el tiempo, pero menos de 10 años de existencia son suficientes para ensanchar el orgullo y crear pertenencia.
En esto de jugar la Copa Federación, los de Esperanza recibieron a los de Santa Fe en su cancha, del otro lado de la ruta 70, en la zona norte de la ciudad. El corto viaje de Cosmos a la histórica colonia agrícola del país tuvo un regreso tranquilo y con un guiño a la ilusión. El partido terminó 1 a 1 y todo se definía en la capital provincial. Una semana después, el 21 de febrero de 2016, la revancha estaba servida.
Dame luz
Los jugadores, los técnicos, los árbitros, el público y el calor estaban presentes en el predio de la Liga Santafesina de Fútbol (donde hace de local Cosmos), sólo faltaban los policías. A las seis de la tarde, cuando debía empezar el partido, Eduardo López, el árbitro, aseguraba que “sin seguridad no empieza”. El tipo que dirige en la Liga de San Martín estaba firme en su postura. Minutos más tarde llegaban dos policías, pero el árbitro decidía que no iba a comenzar hasta que no haya, al menos, dos uniformados más.
El calor de la ciudad y el sol ya no eran los mismos, ambos bajaban, pero el segundo de los protagonistas iba a jugar un rol sobresaliente en esta historia mínima.
El predio de la Liga Santafesina no tiene luz artificial. Esa carencia fue el dato más importante de la tarde cuando el señor López decidió poner en marcha el partido. El encuentro y la serie se definía a favor de los esperancinos, Sportivo pegó dos veces en el primer tiempo –al principio y al final– y al local le expulsaron un jugador. A esa altura el 2 a 0 era una película durísima de mirar para la muchachada de Cosmos.
La decisión del DT (Leandro Birollo) que estaba siendo derrotado fue la indicada por los dioses futboleros. A veces los suplentes entran y son más de lo mismo, otras pueden solucionar problemas y en muy pocas oportunidades pueden transformarse en héroes. Un tan Luis Vivas se calzó la capa de “Súper Cosmos” y en los primeros 15 minutos del segundo tiempo igualó el partido. En honor a su apellido, Luis tuvo su tarde de gloria y le devolvió la vida futbolística a su equipo.
Sportivo jamás volvió a ser el del primer tiempo, ni siquiera con un jugador más. El empate estaba clavado, no había manera de moverlo, y a falta de cinco minutos, cuando distinguir a un ser humano ya era una misión del azar, el árbitro hizo sonar el silbato y suspendió el partido. Basta dijo López, “no se ve nada muchachos, así no podemos seguir”. Quedaban cinco minutos. Cinco minutos, los de la publicidad del té, lo que dura un liso frío en una noche de abril.
Pero a no olvidar: si nadie hacía un gol en ese lapso de tiempo había que definir por penales.
La definición
La Federación Santafesina de Fútbol resolvió que el partido tenía que seguir. Debían jugar los cinco minutos restantes. La cancha –por las dudas– no fue la misma, se jugó en el club San Cristobal (Ángel Gallardo). La particularidad de los cinco minutos de juego es un acto llamativo, todos lo sabemos, pero jugar un primer tiempo de tres minutos y otro de dos, coquetea con lo bizarro.
Así fue como el 25 de febrero Cosmos salió a bancar el empate con un jugador menos y apostar, sin ponerse colorado, a la definición vía penal. En los cinco minutos de fútbol ambos equipos tuvieron chances de marcar un gol, pero el destino del encuentro estaba marcado: 2 a 2 y a los penales. Y la resolución de la serie tuvo de todo. La polémica de la noche fue la segunda ejecución de Cosmos, que fue anulada por un supuesto adelantamiento del arquero –el portero esperancino había atajado–; la repetición terminó en gol para los santafesinos. El tercer turno para los de Esperanza tuvo lujo, pero sin final feliz. Gaitán se la picó al arquero Bravo, y este también le hizo honor a su apellido. La serie estaba 2 a 2, porque antes había estrellado el travesaño un jugador de Cosmos. El cuarto turno fue gol y gol, la serie estaba 3 a 3 y quedaba el quinto y definitivo penal para ambos. Convirtió el local primero y luego, con la responsabilidad de no fallar, caminó hacia el punto penal Martín Maine. El futbolista de Sportivo mostraba seguridad en sus gestos, acomodó la pelota, lo miró al arquero y corrió. El pie besó con ganas el balón, el remate llevaba la potencia recomendada por los expertos, pero otra vez Cristian Bravo se agrandaba en su función. El arquero desvió la ilusión esperancina, la pelota chocó el travesaño y todo Cosmos terminó abrazado al número “1”.
La historia de los cinco minutos ya es parte de los gloriosos recuerdos de la joven institución santafesina. Y Bravo, al igual que el “Gato” Díaz en El penal más largo del mundo, podrá contar esta historia, aunque ya nadie se acuerde de él.
Publicada en Pausa #168, miércoles 16 de marzo de 2016