Del pequeño mapa de medios que existía en Santa Fe en los años 70, hubo una única voz autorizada para transmitir noticias y juicios a partir del 24 de marzo de 1976. Como el importante actor político que era entonces y sigue siendo hoy, El Litoral dejó impreso su beneplácito por los días que se inauguraban 40 años atrás.
Nuevo Diario
Cuando llegó el 24 de marzo de 1976 Nuevo Diario era apenas un cúmulo de terror que había vaciado su redacción. El desbande había comenzado en noviembre de 1974, cuando las amenazas y los tiroteos al frente del diario trocaron por el asesinato brutal de una de sus trabajadoras.
El Nuevo Diario había sido lanzado a las calles en diciembre de 1968, con un plantel de periodistas y gráficos muy particular: un importante número de sus integrantes habían protagonizado una larga huelga por la que El Litoral estuvo veinte días sin publicarse. Durante la huelga y unos pocos meses más, aquellos trabajadores editaron Prensa Gráfica que, muchos coinciden, sirvió a Marcos Bobbio para testear público y mercado para lanzar su matutino.
Aunque aquella redacción era bastante diversa (peronistas de izquierda y de derecha; militantes de MALENA y del PRT) el diario fue una interesante renovación para el periodismo santafesino, no solo desde lo tecnológico, sino también por los temas elegidos, el lenguaje y hasta la escasa presencia de partes de prensa, frente a un diseño y un estilo que en El Litoral parecían pasados de moda.
La primera gran crisis de Nuevo Diario llegó en 1973 cuando la decisión de pasar al sistema off-set provocó el despido de gran parte de los integrantes de los talleres. Aunque muy moderno, el diario fue dando tumbos hasta que se intentó un salvataje a través de una inédita experiencia para la clase obrera santafesina: en octubre de 1975 sindicatos y empresa firmaron un acuerdo de cogestión para salvarlo. Pero ya había muy poco para hacer. Como se adelantó, durante 1974 la dirección por un lado y algunos trabajadores por otro, habían recibido advertencias de diversa índole (cartas anónimas, llamados telefónicos, disparos al frente del edificio) tanto por el contenido de algunos artículos como por las actividades de algunos periodistas. Esas amenazas se materializaron de una forma brutal: después de algunos días desaparecidas, fueron hallados los cuerpos de Marta Zamaro y Nilsa Urquía. Zamaro trabajaba en el diario y junto a Urquía formaban parte de la Asociación de Abogados Defensores de Presos Políticos. El mensaje del Comando Anticomunista del Litoral fue escuchado: muchos trabajadores iniciaron su exilio interno o externo y el diario ya no fue el mismo.
Cuando llegó el 24 de marzo de 1976, Nuevo Diario salía con escasa regularidad y los pocos trabajadores que había en la redacción aquella mañana, recibieron la noticia de boca de un dirigente de Fatpren que les dijo: “déjense de joder”. Nuevo Diario no salió más a la calle.
El Litoral disciplinado
En El Litoral la situación era diferente. En su entonces ya larga historia, había tenido escasos episodios en que no pudiera publicarse. Desde 1968 su redacción se había renovado; pocos huelguistas habían regresado. Todos los trabajadores estaban disciplinados; por muchísimos años no se volvería a escuchar la palabra huelga, y la palabra sindicato circulaba provocando bastante temor.
En comparación con Nuevo Diario, hasta la superficie del vespertino era antigua: sin color, tamaño sábana, sin informaciones locales en su portada salvo contadísimas excepciones.
Desde sus editoriales de aquel marzo de 1976 anticipaba lo que vendría. El Litoral analizó la situación, se sumó a la ola del lenguaje castrense, realizó sus demandas, buscó culpables, encontró salvadores y los señaló. El mismo 24 aseguró que el quiebre constitucional era, con toda evidencia, “fruto de un sereno análisis”. Las Fuerzas Armadas, “obligadamente”, “estaban destinadas a asumir sus responsabilidades”, señala y esta era la “convicción del público”.
Algunos días más tarde, el vespertino publica un texto titulado "Hay que darle tiempo al tiempo", donde destaca la pasividad con que la ciudadanía había asistido al golpe. Allí expresaba una mirada hacia una Argentina de “niños malcriados”, donde cada cual quería sacar su tajada. Un ejemplo: la Ley de Contrato de Trabajo. Con ella, los trabajadores intentaban “sacar tajada de las excepciones conquistadas, sin importársele que la indisciplina y el ausentismo desembocarían en la baja productividad que influyó decisivamente en la crisis”. Un culpable y un pedido: “deberemos aceptar el imperativo de la fatiga y el sacrificio”.
Al asumir Jorge Rafael Videla la presidencia, El Litoral destaca su discurso como la “antípoda de la demagogia barata, de las promesas informales, del lenguaje tendencioso”.
Detalla algunas de esas promesas que, a pie juntillas, cree: la armonización del capital y el trabajo, el establecimiento de un orden justo, el impulso de la cultura “abierta a todas las corrientes del pensamiento pero manteniéndose fiel a la tradición patria y a la concepción cristiana del hombre y del mundo”. Se prometió honradez, eficiencia y justicia: “No hay a priori motivo para poner en tela de juicio el compromiso asumido con la ciudadanía y la patria”.
La campaña antiargentina
Este no es un trabajo exhaustivo sobre el tránsito de El Litoral en aquellos años; apenas recorre algunas piezas editoriales y deja de lado los centenares de publicaciones de falsos operativos, por ejemplo, donde morían “extremistas” y “subversivos”.
Podría decirse que un diario no tiene la bola de cristal y tiene derecho a ignorar qué consecuencias tendría el golpe en el país. Podría decirse.
Sin embargo, aún en 1979, cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitó el país, el vespertino aseguraba que lo que sucedía en la Argentina era distorsionado por personas e instituciones mal asesoradas u obedientes a “directivas del marxismo”.
“Las mentiras, calificadas con toda justicia de «infames» con respecto a la existencia de «campos de concentración» y otras especies difundidas dentro y fuera de nuestras fronteras con maldad, han quedado al descubierto para los miembros visitantes”. Textual, 23 de septiembre de 1979.
Inclusive durante la guerra por las islas Malvinas el diario vivó la decisión de dejar atrás las “inútiles negociaciones” y únicamente tras la rendición dio a entender que el ciclo militar estaba terminado. En junio de 1982, analizó el discurso de Galtieri y marcó: “Fue entonces un mensaje de tono crudo, realista, hosco, pero por sobre todo impregnado de una notable sinceridad que nace de la más difícil de las reflexiones que puedan intentarse, es decir, reconocer los propios errores o, lo que es lo mismo, del sistema instaurado en el país”.
Mi pasado no me condena
El rol de El Litoral durante los años de la dictadura no ha sido revisado por su conducción. Visto lo publicado en el editorial Derecho, no venganza en diciembre pasado, a horas de asumir Mauricio Macri, seguirá quedando en la historia que El Litoral está muy orgulloso de su pasado.