La palabra alineamiento tiene varias acepciones en nuestro diccionario. “Colocación o disposición en línea recta de una serie de elementos” o “Unión, asociación o adhesión de una persona o un colectivo a una determinada tendencia ideológica, política o de otro tipo”.
No necesariamente la primera sufre una simbiosis con la segunda. Es decir, que un país “mantenga una adhesión a determinadas políticas o ideologías” no quiere significar que “esté en una fila esperando por sus resultados”.
Precisamente allí radica el punto central del debate. ¿”Ingresar en el mundo” al volver a vincularse más amistosamente con los Estados Unidos significa volver a las “relaciones carnales” de los ’90? ¿A qué mundo regresa nuestro país? ¿Qué significa comenzar a mantener relaciones “adultas” con el país del norte? ¿No son también estas “peligrosas” como las que supuestamente se mantenían con China, Rusia o Venezuela?
El cambio de época es evidente. No sólo por la cobertura que le dieron los medios de comunicación con simbolismos crónicos de otros tiempos sino también por la postura del propio presidente Mauricio Macri.
En la primera incursión internacional del líder de Cambiemos, en su debut en la agenda internacional, el jefe de Estado planteó ante los presidentes del Mercosur sus reparos a la persecución de la oposición política en Venezuela. Al desarrollar el eje “compromiso con la institucionalidad, calidad democrática y derechos humanos”, planteado también el día de su asunción en el Congreso Nacional, el mandatario pidió trabajar para crear “una democracia que incluya a todos”. “En ese sentido, quiero pedir expresamente acá, delante de todos los presidentes, la pronta liberación de los presos políticos en Venezuela”, dijo. Lo curioso es que nunca se atrevió a demandar igual trato ante Barack Obama por los detenidos en Guantánamo o por las reiteradas invasiones a diferentes países decididas por el (desde 2009) Premio Nobel de la Paz.
Dicho esto es bien valedero realizar un pormenorizado repaso sobre las anteriores visitas de presidentes norteamericanos para poder observar que cada una de ellas está signada por los intereses de aquel país en buscar apoyos en su “lucha contra el comunismo” (especialmente con Cuba) y la búsqueda de nuevos horizontes en la inclusión de tratados de libre comercio. Algunas coincidencias con el presente son asombrosas.
Roosevelt, 1936
La mayoría (cinco) de los seis presidentes estadounidenses que arribaron a Argentina fueron recibidos por mandatarios electos en forma democrática. Sin embargo se le atribuye al país del norte no sólo haber tenido participación directa a través del Plan Cóndor para propiciar cada una de las dictaduras militares en nuestra región en la década del 70; también mantener influencia directa en cada uno de los intentos de “golpes blandos” que se sucedieron en Latinoamérica en los últimos años.
Las crónicas de la época dicen que “el primer jefe de Estado argentino en recibir a uno estadounidense fue Agustín Pedro Justo, quien saludó a Franklin Delano Roosevelt el 1 de diciembre de 1936, que llegaba para participar de la Conferencia Panamericana. Roosevelt se había hecho cargo de la administración norteamericana tras el crack financiero de 1929, que llevó a la economía norteamericana y mundial a una de las peores crisis de la historia del capitalismo.
Febriles negociaciones diplomáticas estaban destinadas a convencer a la Argentina a que adhiriera a los planes norteamericanos, y si bien Roosevelt fue recibido con gran cordialidad, algarabía y pomposidad, la posición argentina no fue doblegada, manteniendo el gobierno sus convicciones.
El célebre presidente, cuya política del “New Deal” se encontraba en su apogeo, participó de agasajados, brindó una conferencia de prensa y saludó desde los balcones de la Casa Rosada a una inmensa multitud que lo saludó con fervor y entusiasmo.
El Departamento de Estado propuso allí que se adoptara una “Doctrina Monroe hemisférica” que implicaba la consulta y colaboración entre todas las repúblicas americanas en caso de que la paz se viera amenazada, ya sea por un evento bélico entre esas naciones como por una guerra exterior al continente.
Pero la delegación argentina consiguió hacer enmendar la resolución con una cláusula que le quitó toda su fuerza: “En caso de guerra exterior, la consulta entre los países se realizaría únicamente si las naciones expresaban su deseo de hacerla”, actitud que un autor norteamericano atribuye, no sin razón, al temor de que algunas potencias europeas se vieran ofendidas por la constitución de una comunidad del Nuevo Mundo.
Eisenhower, 1960
El segundo jefe de la Casa Blanca en llegar a estas tierras fue Dwight Eisenhower. Aquella visita fue retribución de la que había realizado el presidente Arturo Frondizi a los EEUU en enero de 1959, la primera gira de Estado de un jefe de la Casa Rosada a aquella nación.
“Ike”, como se lo conocía a quien comandó el desembarco de Normardía en junio de 1944, llegó a Buenos Aires el 26 de febrero de 1960, habló ante el Congreso, pasó por Mar del Plata y viajó acompañado por Frondizi en automóvil hasta Bariloche, donde descansó y jugo al golf.
El objetivo oficial del viaje era “conocer dichos países y promover el gobierno representativo, la libre empresa y las reformas económicas y sociales”, pero el propósito subyacente y más importante era sondear las opiniones sobre la posibilidad de implementar sanciones colectivas contra el gobierno de Cuba en el marco de la OEA.
El presidente norteamericano felicitó a Frondizi por la aplicación del “plan de estabilización” y su política petrolera. Frondizi renovó su pedido de apoyo para el proyecto siderúrgico. Su plan era terminar la planta de San Nicolás, perteneciente a Somisa y, al mismo tiempo, adelantar la construcción por una empresa privada de otra planta con capacidad para producir un millón de toneladas de acero.
Frondizi solicitó la cooperación de Eisenhower para “buscar inversionistas norteamericanos” para la construcción de la segunda planta. También pidió “financiación” para su plan de construcción vial. Se discutió asimismo el problema de las restricciones al ingreso de carnes argentinas en Estados Unidos y la posibilidad de adquirir equipamiento militar para el ejército argentino. El presidente norteamericano prometió ocuparse personalmente de estos temas. Sin embargo, en el caso de los empresarios del acero, se explicó que “no hubo interés en realizar inversiones en la Argentina”.
Bush padre, 1990
El giro más pronunciado en las relaciones argentino-estadounidenses se dio desde 1990 con el origen de lo que posteriormente se denominó “relaciones carnales”, y no precisamente por el comercio de este producto argentino tan requerido por el mundo.
Fue George Bush, en 1990, quien aterrizó en la capital argentina en un contexto muy particular. Lo hizo dos días después del último levantamiento carapintada (el 3 de diciembre de ese año), que comandó el coronel Mohamed Alí Seineldín, con un saldo trágico de 14 muertos entre militares y civiles.
Carlos Menem ya había visitado al amigo de la guerra Bush un año antes. El pedido “yanqui” hacia los “criollos” fue para que se desactivara el misil Cóndor II y que se terminara con los “carapintadas” en el Ejército argentino. El alzamiento de Seineldín estuvo orientado a condicionar a Menem para que éste abandonara su plan de privatizaciones y el de desarticulación de lo que el militar consideraba el “ejército nacional”.
“En todas sus intervenciones públicas, Bush no regateó elogios a la decidida actitud de defensa del poder constitucional civil y de las instituciones democráticas realizada por Menem en la última crisis militar vivida por la Argentina. Bajo el liderazgo del presidente Menem, dijo Bush, la Argentina ha tomado el camino de la restauración democrática y ha demostrado que no permitirá un regreso de su país a la dictadura”, detalló el diario La Nación mientras se secaba el mentón.
Mariano Grondona, uno de los comentaristas políticos más respetados en el país en la época definió aquel momento con la siguiente explicación: “Los carapintada le hicieron, sin saberlo, un favor a Bush. Después del intento de golpe, el presidente norteamericano ya no viene a la Argentina como el representante de una potencia imperialista, sino como el jefe de Estado de un país democrático, que en momentos difíciles se ha solidarizado con la Argentina”. Otro pañuelo a la derecha, por favor.
“El presidente norteamericano fue recibido por Menem en medio de un impresionante dispositivo de seguridad, en el aeropuerto nacional de Aeroparque, situado en pleno centro de Buenos Aires. Bush voló desde Montevideo al aeropuerto internacional de Ezeiza a bordo del Air ForceOne, y allí se trasladó en su propio helicóptero, el Marine One, al Aeroparque, donde no pueden aterrizar aviones del tamaño del Boeing 747 presidencial”, consignó un diario.
Bush y Menem colocaron flores en el monumento del general José San Martín, artífice de la independencia argentina, y se reunieron en privado en la Casa Rosada antes de ofrecer una rueda de prensa conjunta. Los miembros del gabinete no escatimaron elogios. El ministro de Asuntos Exteriores, un tal Domingo Cavallo, lo calificó como un “evento histórico”.
Antonio Erman González, el ministro de Economía de entonces, firmó un acuerdo con el secretario del Tesoro norteamericano, Nichollas Brady, para la refinanciación de la deuda argentina con el Eximbank, la agencia de créditos para exportaciones de los Estados Unidos fundada por Roosevelt en 1934.
“El acuerdo permitirá la apertura a Argentina de nuevas líneas de crédito para la importación de bienes de capital. El total del endeudamiento exterior argentino ascendió a más de 60.000 millones de dólares, adeudados en su gran mayoría, como ocurre con el resto de los países latinoamericanos, con los bancos de EEUU” se expresó.
El diario El País de España desarrolló una serie de ideas que hoy son coincidentes: “El plan de liberación económica, sorprendentemente puesto en vigor por un nacionalista peronista como Menem, ha conseguido reducir la inflación de una tasa mensual de 200% hace solo unos meses a una tasa de sólo el 6,2% en noviembre y una esperanza de inflación todavía menor en el mes actual (diciembre). Sin embargo, el coste de la vida acumulado desde enero asciende al 1.279%”.
Durante su entrevista privada en la Casa Rosada, los dos presidentes discutieron, entre otros temas, la situación en el Golfo Pérsico, la Iniciativa de las Américas y el proyecto enunciado por Bush para establecer una zona de libre comercio hemisférica que abarque desde Alaska a Tierra del Fuego (más tarde tomaría forma con la sigla ALCA).
En el tema del Golfo, George Bush encontró en Menem “al líder latinoamericano más favorable a su política frente Irak. Argentina, por decisión personal de su presidente, es el único país iberoamericano que ha contribuido con efectivos militares, dos unidades navales, al despliegue militar en el Golfo”, prosiguieron las plumas españoles. Argentina aún no había sido víctima de los atentados contra la Embajada de Israel ni la AMIA.
Clinton, 1997
Si Mauricio Macri no lo iguala, Carlos Menem tuvo el record de recibir a dos presidentes “gringos” dentro de sus mandatos. En octubre de 1997 fue anfitrión del sucesor de Bush: el demócrata de Arkansas Bill Clinton, quien luego de una breve estancia en la capital argentina, se trasladó a Bariloche, un destino buscado por los jefes de la Casa Blanca.
Casi como una meme futbolera, el diario Página 12 tituló “Llegó papá”. Un analista de Sâo Paulo despidió a Clinton anticipando que de su visita a Argentina cabía esperarse “orgasmos múltiples”. Brasil y Chile han protestado el galardón concedido a Argentina (lo consideraron país aliado fuera de la OTAN) por considerar que “introduce un elemento de desconfianza en la región”.
Carlos Menem recibió al jefe de la Casa Blanca, promotor también del Área de Libre Comercio de las Américas (Alca), aun subrayando su respeto por el Mercosur (Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay).
Entonces, el ex presidente Raúl Alfonsín y Rodolfo Terragno, por la Unión Cívica Radical (UCR), y Graciela Fernández Meijide y Carlos “Chacho” Álvarez, por la coalición Frepaso (Frente País Solidario), lamentaron las desigualdades sociales registradas en la Argentina en su crecimiento macroeconómico y aludieron a la corrupción judicial.
Clinton elogió el Mercosur y subrayó que “no es incompatible con el Alca”. Según afirmaron los políticos recibidos, “coincidió conceptualmente con la Alianza opositora en cuanto al peligro de debilitamiento de la clase media y la necesidad de apoyar más activamente a las pymes”. También reafirmó en su entrevista con Menem la importancia de la alianza bilateral “cuya consolidación democrática, transformaciones económicas y privatización de empresas públicas atrajeron multimillonarias inversiones extranjeras, muchas norteamericanas”.
Guido Di Tella, entonces canciller, sostuvo que “nuestro gran descubrimiento es que EE UU es un país muy importante, que es el principal proveedor de fondos financieros en el mundo, de tecnología y de inversiones. Y dicho este listado de descubrimientos viene la pregunta: ¿conviene ser amigo o enemigo de un país que tiene tanta fuerza? Respuesta: sí, nos conviene ser amigos”.
En materia de discursos, el de Clinton en la Sociedad Rural fue sorprendente: “Ninguna otra persona hizo más que Menem para aprovechar las oportunidades de nuestra era”. El estadounidense aclaró que “Menem no le pidió su intermediación por el tema Malvinas”, pero se mostró “complacido” por los avances alcanzados por la Argentina y Gran Bretaña y manifestó su “esperanza de que ese proceso continúe de manera fructífera”, en lo que se interpretó como una señal positiva en la cuestión del archipiélago.
Aún en los temas más ríspidos no hubo discrepancias. Tampoco sobre los atentados terroristas se habían producido en 1992 (Embajada) y 1994 (AMIA). Menem elogió al juez Juan José Galeano, que tenía a su cargo la causa AMIA, y contó que la Corte Suprema había delegado la investigación de la Embajada de Israel en un secretario. También recordó que “los organismos de inteligencia extranjeros, como la CIA y el Mossad, habían participado de las pesquisas y que no obtuvieron ningún resultado relevante”. Hoy se sospecha de todos ellos. Menem quiso mostrarle a Clinton que se esforzaba por esclarecer los atentados. “Pero es muy difícil”, aclaró.
Entre otras cosas, el riojano pidió apoyo para el ingreso de la Argentina en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), más conocido como el club de los países ricos, y Clinton insistió en “acelerar las negociaciones del Alca”, que para entonces (1997) los Estados Unidos pretendían concluir en 2005. “Podemos ir avanzando”, propuso.
Finalmente, y a modo de despedida, elogió a Menem porque las relaciones con los Estados Unidos “mejoraron notablemente” y también por la “transformación extraordinaria” del país. Similitudes con el presente, aparte.
Bush hijo, 2005
El 5 de noviembre de 2005 fue un día de quiebre. “¡Alca, Alca, al carajo!”: un grito emblemático que sepultó los intentos norteamericanos por instalar el tratado de libre comercio entre las Américas y que terminó por enfriar las relaciones entre el bloque sudamericano y el país del norte.
Néstor Kirchner y Hugo Chávez colaboraron intensamente con la organización de la contra-cumbre de la Cumbre de las Américas, motivo de la visita de George W. Bush, hijo de George H. W. y también amigo de la guerra.
Kirchner, Chávez y Lula Da Silva promovieron entonces la integración de la “Patria Grande” y se dispusieron a romper lazos con “el imperio” sin demasiadas delicadezas.
“No nos vengan aquí a patotear”, pidió Néstor Kirchner en su discurso en Mar de Plata. “Los pueblos de América enterramos al Alca, hoy, aquí en Mar del Plata”, agregó Hugo Chávez. “Cuando los pueblos plantean hundir el Alca es porque ese acuerdo amenaza la vida de los latinoamericanos, pero lograr ese objetivo no es fácil porque el vecino del Norte es muy poderoso”, había adelantado Fidel Castro en el II Encuentro Hemisférico de Lucha contra el Área de Libre Comercio de las Américas, en 2002.
“El Alca se convirtió en un debate ideológico y se dice que el que está en contra es de izquierda y el que está a favor es de derecha. Es un debate loco”, esgrimió Lula Da Silva. “Buscamos una integración como pueblos en la que tengamos derecho al acceso a los mercados, porque con el Alca simplemente se beneficiarán las trasnacionales”, aportó Evo Morales.
Desde allí se sucedieron varios hechos en la Argentina que agregaron más rispideces. La valija de Antonini Wilson, la pelea con los fondos buitre, el escándalo con el avión militar norteamericano y el anuncio de Cristina Fernández de Kirchner de que “miren al norte si algo le pasaba”.
Obama, 2016
Desde aquel 5 de noviembre de 2005, ningún presidente estadounidense llegó a la Argentina y se sucedieron hechos en toda Latinoamérica que fueron catalogados como desestabilizadores “con apoyo extranjero” por sus mandatarios.
Gene Sharp, filósofo, político, profesor y escritor estadounidense conocido por su extensa obra en defensa de la no violencia como lucha contra el poder describió que “la naturaleza de la guerra en el siglo XXI ha cambiado. Nosotros combatimos con armas psicológicas, sociales, económicas y políticas”. Sharp lo definió como una estrategia de “acción no violenta”, que no recurre a la fuerza bruta para hacerse con el poder y asegura que “en los gobiernos, si el sujeto no obedece, los líderes no tienen poder. Éstas son las armas que en la actualidad se usan para derrocar gobiernos sin tener que recurrir a las armas convencionales”.
Para el estadounidense, la “guerra cuerpo a cuerpo” no es eficaz y además, implica enormes costos económicos y de movilización. De esta manera, operaciones militares costosas como las de Estados Unidos en países como Irak y Afganistán, que se han mantenido por más de una década, “no son rentables en América Latina”.
Así se dieron conflictos políticos y sociales que hicieron tambalear a Bolivia, Ecuador, Venezuela y Brasil y que lograron cambiar el rumbo en Perú y en la Argentina siempre de la mano de las denuncias de corrupción.
“Los EE UU estamos listos para trabajar con la Argentina en su transición histórica”, señaló Barack Obama en su reciente visita al país, el 23 de marzo. Al mismo tiempo aseguró que Mauricio Macri “se ha movido rápidamente con las reformas que se había comprometido para crear un crecimiento económico sostenible”.
El líder de Cambiemos le señaló a Obama al comienzo de la conferencia que “la Argentina tiene mucho para ofrecer y hoy hay un bajísimo intercambio con los Estados Unidos. Hay que potenciar las inversiones de las empresas de su país en la Argentina”.
Como repasamos, las relaciones bilaterales se sostuvieron con las ansias de unos de imponer tratados de libre comercio y de otros de conseguir inversiones.
Para el periodista y economista Ezequiel Orlando “en 2015 Argentina le vendió U$S 3.948 millones al país del norte. Esto se encuentra compuesto en un cuarto por alimentos y el 17% por productos químicos. En cambio, las importaciones estadounidenses totalizaron U$S 7.880 millones. Un tercio del total corresponde a maquinaria y equipo de transporte y un 27% a productos químicos. Las cifras gruesas inclinan la balanza para la nación del norte por U$S 3.932 millones. Es decir, que el año pasado se filtró del Banco Central el equivalente a un décimo de las reservas para financiar el comercio con Estados Unidos. El rojo se achicó un 25% desde 2014, pero exclusivamente por un retroceso en las importaciones de hidrocarburos. Un acuerdo bilateral o un tratado de libre comercio con un país industrializado acentuarían el negativo”.
“Históricamente las transacciones con este país aumentaron en casi cinco veces pero el beneficio se mantuvo para los estadounidenses mayoritariamente. Desde 1990, las exportaciones argentinas crecieron un 161%. En cambio, Estados Unidos consiguió que en ese período se disparen sus colocaciones en un 569%”. Ahora sólo resta imaginar qué pasará si en Estados Unidos el próximo presidente es Donald Trump.