Salgo a fumar en ayunas con el mate. Mi única fuente de evasión y placer. Volví a escribir a mano porque la tablet se fue destruyendo con los golpes. Anoche pude enterarme de cómo fue el “accidente” de Sofi, como ella se empeña en llamarlo. En realidad fue un intento de homicidio de su novio, un psicótico de su pueblo que después de seducirla comenzó a llevarla a la casa y a castigarla a diario delante de su familia. Decía que por celos. Después de golpearla, la obligaba a vestirse con sus peores ropas, la subía al auto y la llevaba al pub que frecuentaban sus amigos para exhibirla sucia y con la cara magullada. Poco a poco la fue secuestrando en su mundo enfermo y a usarla como objeto de su brutal cobardía. Hasta que ella se hartó; y una mañana en que el tipo salió, ella llamó a su hermano y le pidió que viniera con la camioneta. Juntaron sus cosas y se fueron a casa.
Finalmente, el padre le alquiló un departamento en un segundo piso, creyendo que de esta manera podría preservar a su hija del rebote de ira que el loco estaría ya preparando. Por lo menos, en el acceso al edificio había un portero, y todo alrededor vecinos a tiro que podrían protegerla, o en todo caso advertirla, de los merodeos del tipo. Pero ella cometió el error de salir demasiado pronto a pasear con sus amigas, sin siquiera haber radicado una denuncia que, con suerte, pudiera mantener al ex a raya.
Cuando iba en auto con sus amigas, el novio reconoció el coche y el rodete de Sofi y comenzó a perseguirlas. Se les cruzó, y en un segundo abría la puerta de atrás para arrastrarla de los pelos; a patadas la fue arreando por el pavimento hasta meterla en su auto, trabó la puerta y arrancó a toda velocidad por la principal llena de gente que desde los portales miraba el drama sin despegar los labios del mate. Ella logró abrir la puerta y saltar en marcha. Rodó por el pedregullo de un barrio hasta quedar hecha un bollito contra un árbol. Las ópticas del coche la apuntaron de frente y se le vinieron encima, ella se ladeo pero recibió un golpazo del costado de la trompa en una pierna. El tipo se bajó, le quitó las llaves del departamento y se fue a esperarla como el lobo. Sofi no se explica por qué fue tras él, con un tobillo sangrando, las sandalias en la mano. Caminó hasta el departamento dando un rodeo por calles oscuras para evitar ser vista, desde la puerta de vidrio le hizo señales al portero para que le abriera. Mientras esperaba el ascensor sonreía y comentaba de lo bruta que había sido yendo en roller por el centro.
—Los tuve que tirar, jaja. El tipo de la camioneta, cuando vio que no me había pasado nada, me quería matar. Los descarté porque las ruedas se tocaban.
El tipo sonrió pero con cierta desconfianza. Se la veía como drogada, comentó después en sus declaraciones, según corrió el rumor.
Vio la llave puesta y golpeó con energía. Él le abrió con una carcajada. Incluso se abrazaron. ¡Qué locos! Pero enseguida de entrar, la obligó a tomar vino con pastillas. Ella se puso de mal humor, en realidad estaba tremendamente dolorida, y se negó a coger. Cuando se despertó era de día y estaba rodeada de vecinos que ese día llegaron tarde al trabajo. Tirada sobre el pedregullo limpio de la cochera, vio el reborde de la terraza y recordó el silbido en la panza mientras caía. Tres pisos. Un segundo. Cuando quiso incorporarse sus piernas estaban fuera de control. Vio una gorra de policía y se desmayó.
Se despertó en el hospital. Sus padres y sus hermanos sonrieron como si la vieran resucitar. No sentía dolor, devolvió la sonrisa y enseguida probó mover sus piernas. No las encontró más que en su cabeza. Entonces lloró. Largo y despacio. Mirándolos como desde detrás de un blindex, sin hacer más ruido que el de sorberse los mocos cada tanto. Su hermana, la más chica, la abrazó: Chofi.
Durante su recuperación clínica, que por suerte fue rápida, los padres solicitaron plaza en el Centro de Rehabilitación. El ingreso demoró unas semanas, hasta que se produjo un alta y fue convocada para una evaluación. Pasó por varios exámenes y algunos traslados, porque en el pueblo no hay, por ejemplo, aparatos de resonancia: fundamental para obtener una imagen clara de la lesión. Todos confirmaron que la médula había sido sesgada de forma completa a la altura de las dorsales. Las probabilidades de incorporarse y volver a caminar eran menos que 1. Pero ella nunca se hizo cargo. Dice: cuando yo vuelva a caminar voy y lo quemo a ese hijo de puta.
Pero la realidad de sus actos es otra, apenas recuperó en 9 meses el control del tronco para desplazarse con gracia en su silla de ruedas. Todo lo demás son charlas, mates, puchos y mensajes.
El tipo estuvo tres meses preso y recuperó su libertad. Ahora, cuando ella viaja a su pueblo, él le hace la pasada en una moto, le sonríe, le tira besos. Ella dice que lo sigue amando, que es un loco, y que sin dudarlo volvería con él. Nosotros la escuchamos, apagamos el pucho y volvemos adentro.
Del último viaje volvió con un tatuaje en el antebrazo: “Te espero siempre”.
Fuma un atado de Philip diario.
No para de dar vueltas.
Brian y Fer la festejan.
Son muy chicos y ya no se les para.
Finalmente seduce a Carlitos, el supervisor de la noche.
Cojen en la pieza de Sofi frente a Rosa, la vieja a la que Brian escandaliza ofreciéndole droga.
De un día para el otro Sofi pide el alta voluntaria y desaparece sin saludar.
Al supervisor Carlitos no se lo vio más.
Publicada en Pausa #168, miércoles 16 de marzo de 2016